La imagen, espectacular, recoge la calle Capua a primeros del siglo XX, sin asfaltar, mientras una ola rompe en la Cantábrica, al fondo. Todavía existen parte de las edificaciones, el martillo de Capua, el edificio donde estuvo tantos abierto el Lautrec, el recientemente derruido Bar El Altillo, donde más una vez quitó algo de hambre Alejandro Pumarino. Las edificaciones actuales restan encanto a la calle y a la villa, con ese sello impersonal de la construcción moderna, que enriqueció a antos. Mientras tanto, es el mismo mar el que golpea las mismas rocas, algo más gastadas por el lento discurrir de los años; el mismo que vieron tantos que hoy no están con nosotros y que verán las generaciones venideras después de que nos hayamos ido.