Cara b: The Phantom de Lee Falk

Publicado el 29 octubre 2010 por Juancarbar
Viernes, 29 de octubre de 2010 Ver comentarios Dejar un comentario

En 1936 Lee Falk ya había obtenido un gran éxito con la tira diaria de Mandrake el Mago y había sido guionista en la emisora de radio que dio vida a The Spider, una especie de vigilante enmascarado salido de las novelitas pulp de los años 30. Se trataba del ahora ya clásico millonario con fachada de guapo, rico y perezoso, que oculta una doble vida como justiciero. Cuando King Features Syndicate le propuso a Falk crear una nueva tira, probablemente se acordó de sus guiones radiofónicos. Así apareció The Phantom para iniciar un nuevo género, el de los enmascarados en pijama. The Phantom no era el primer héroe disfrazado, existía el precedente de The Shadow, ni tampoco era el primero en llevar una máscara, estaba El Zorro, pero sí era el primero que reunía todas las características que posteriormente definirían a los superhéroes de los comic books. No tenía ningún superpoder, pero se valía de su fuerza y su inteligencia, y de la superstición de los delincuentes para infundir el terror, siendo un claro antecedente de Batman y Daredevil. Al dibujo de The Phantom comenzó Ray Moore, ayudante por aquel entonces de Phil Davis, quien estaba al frente de Mandrake. Moore aportó un potente uso de la iluminación, un dominio del dramatismo con el empleo del claroscuro y unos sombreados a rayas, que lo emparentan a grabados y al estilo de un apresurado Alfredo Alcalá.

The Phantom bebe directamente de las aventuras folletinescas de Fantomas y de héroes de la literatura pulp como Doc Savage. Un protagonista dentro de la tradición del hijo vengador, como El Pirata Negro de Douglas Fairbanks, que influye decisivamente en nuestro Guerrero del Antifaz. Como Tarzán, otro justiciero selvático, The Phantom es el típico joven de origen aristocrático, siempre hay que tener sangre noble, que eso da más elegancia, del que se enamora cada mujer con la que se cruza. Se ve que a las féminas les tira el misterio, y así luego se llevan esas decepciones. En un principio, tras la fachada de un petimetre ocioso y lánguido, el protagonista se iba a enfrentar con hampones a lo Edward G. Robinson. Pronto Falk daría con una mitología con la que se llegaría a sentir totalmente fascinado. Hace de The Phantom el descendiente directo de una larga línea de desfacedores de entuertos que se remonta al siglo XVI, cuando un mercante fue asaltado por los piratas y su capitán asesinado. Su hijo, que lo ha presenciado todo y consigue escapar, jura sobre el cráneo del asesino que combartirá el mal y que todos sus descendientes lo harán. De este modo Falk mueve las aventuras de su protagonista a una jungla de postal. Un lugar indeterminado entre Asia y África en el más puro estilo colonial y con nativos ingenuos, serviciales y manejables.

Cada generación, enfundada en el mismo disfraz, se va sucediendo, lo que hace que The Phantom sea visto como un ser inmortal. A su alrededor revolotean mil leyendas que le granjean los sobrenombres de El Hombre que no Puede Morir y El Fantasma que Camina. La calavera es un elemento recurrente dentro de todo el serial, desde la cueva que habita el protagonista, hasta el anillo con el que marca el rostro de los malotes en sus combates. Toda una iconografía que lo convierten en un personaje la mar de molón, con un aura misteriosa de tipo peligroso emparentado con el diablo, de pionera estrella del rock and roll. El formato de tira favorece el que se sucedan las aventuras frenéticas, aunque, no se engañen, repetitivas, instaladas en un cliffhanger eterno. Un sinvivir en el que el héroe debe desafiar las situaciones más imposibles con imperturbable chulería. Quien lo vea sin máscara morirá instantáneamente y él, que supuestamente es inmortal, deberá salir siempre indemne de cualquier peripecia. No me digan que no es una papeleta de difícil solución, pero Falk la resuelve siempre con desparpajo y un poco de cara dura. Eso sí, cuando The Phantom decide vestirse de paisano para salir a pasear, el convencionalismo del disfraz debajo del sombrerito y la gabardina, como un Hombre Invisible mezcla de Clark Kent y Humphrey Bogart, no deja de ser entre ridículo y entrañable.

En las primeras semanas de la serie, cuando Falk no tiene aún muy claro lo que quiere hacer y todavía no ha descubierto las posibilidades de un héroe mitológico que ha vivido desde siempre, la protagonista de la tira parece ser Diana Palmer. Con una visión comercial muy estimable, Falk y Moore impregnan las primeras tiras de un alegre sentido de lo que nuestros abuelos llamaban género picante. La que será eterna novia del héroe luce a lo largo de varios días diversos modelitos ligeros de ropa. Pero Diana no es sólo un reclamo sexy. El primer día aparece enfundándose unos guantes de boxeo y atizándole a su entrenador. Eso sí, en un oportuno deshabillé. Subsecuentemente, entre trajes de baño, Diana se destapa (¿lo pillan?) como una chica moderna e independiente, con un caracter determinado y muy capaz de hacer por sí misma cualquier cosa que se proponga. Un torbellino con la figura de una modelo de la época. Con el paso del tiempo Diana realizará todo tipo de actividades, tanto físicas como intelectuales, pero finalmente, según los argumentos vayan tornándose más conservadores, lo dejará todo para ser la esposa del héroe y convertirse en otra mujer que se quede en casa para cuidar a los niños, curar las heridas del marido y ser oportunamente rescatada de cuando en cuando. Otra renuncia por amor, no me digan que no es bonito.

Mientras Falk todavía jugaba con la idea de que su protagonista fuese el alter ego blandito de un niño bien, el personaje de The Phantom tarda en aparecer en la tira, y cuando lo hace, es de forma muy discreta. Es Diana la que aporta la carga erótica y de acción, una mujer atractiva y en absoluto pasiva. El espectáculo y el sex-appeal que complementan el misterio que sugiere el héroe. Esta orientación adulta de la serie se ve reforzada por la temprana aparición de gangsters sin escrúpulos. Sin embargo con el tiempo los besos serían menos apasionados y la violencia, suavizada. En 1949 se encagaría del dibujo Wilson McCoy, el que era ayudante hasta entonces de Moore. McCoy hizo evolucionar al personaje con su gran sentido narrativo y su estilo gomoso para dar lugar a un protagonista más corpulento. Tras su fallecimiento entraría el dibujo realista de Sy Barry, con quien muchos identifican al personaje hoy en día. Por el camino quedan comic books, seriales de televisión, un largometraje protagonizado por Billy Zane y mil proyectos de lo que se ha convertido en una franquicia más. Mal y caóticamente publicado en nuestro país con el nombre de El Hombre Enmascarado, en Estados Unidos está siendo reeditado por Hermes Press, quienes prometen una edición limpia y completa. En España, si no lo remedia un milagro, es difícil que lo veamos, no hay público para un clásico así, salido de otra época más inocente.

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