Así es la vida, así, así de ilógica, de irónica, de drástica.Luis Enrique
Y no sólo muerde. También blasfema y escupe; engaña y aturde; y como si fuera poco, al mejor estilo venezolano y particularmente caraqueño, “menta la madre”. Así es Caracas, una ciudad que puede ser el escenario perfecto para cualquier película violenta, de esas en la que participan tipos duros como Chuck Norris, Steven Seagal o Jean-Claude Van Damme, pero con un reparto de actores que sin costo alguno para la producción, te hacen el trabajo gratis en las calles. Caracas muerde es un libro de crónicas o retratos citadinos que difícilmente funcione como estímulo turístico a cuanto foráneo quiera venir a la ciudad que vio nacer a Bolívar, pero que sin duda alguna, sí funciona como el espejo perfecto para ver lo que somos en la actualidad: un maremágnum de crudas situaciones, que por dantescas, a más de uno le puede resultar mera ficción, incluso para aquellos que aún viviendo aquí han pasado ilesos ante tanto atropello, tropelía y un sin fin de penurias que nos regala la capital. Que lo diga el cantante de salsa Luis Enrique que bajando las maletas del taxi frente al hotel Eurobuilding, lo asaltaron –a él y a su manager– un par de malandros en moto.
Lo cierto es que Caracas muerde es un texto que usted puede abrir al azar para entregarse a la lectura desde cualquiera de sus páginas sin que esto afecte la coherencia total del mismo. La ciudad que nos relata el autor, si bien es cierto que resulta áspera y temeraria, llama sin duda a la reflexión de lo que somos y cómo somos. No hay intención alguna a través de lo narrado, hacer un canto panfletario de superación o autoayuda, no; hay un simple deseo de contar lo que está a la mano de quien narra, con un lenguaje preciso y en términos estéticos, depurado, característica que se destaca sobre todo si se está contando episodios que de gratos no tienen absolutamente nada, más en una ciudad en donde al parecer, sólo las guacamayas disfrutan de plena libertad cuando atraviesan Caracas sin miedo alguno y cuyo escándalo, se transforma en una suerte de burla para quienes las vemos pasar en colorido y franco vuelo. El clásico cliché de “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”, aplica a la perfección en Caracas muerde, y con Serrat de fondo mientras escribo estas breves palabras, me doy cuenta que entre el catalán y Torres hay sólo una vocal de diferencia: Serrot. Anagrama aparte, lo invito a la lectura, eso sí, póngase algunos dedales para que le duela menos la mordida. PD. Así es la vida Luis Enrique.