Hay cosas de las que te vas dando cuenta con el tiempo. Por simple observación, por comparación con el entorno. Desde que nació mi bebito sospeché el carácter que tenía, ahora sé que no me engañaba.
Viendo otros recién nacidos, me he dado cuenta de que mi hijo ya nació protestón. Al margen de que las tomas duraban más dos horas y se juntaban unas con otras, el breve espacio de tiempo que había entre ellas consistía, básicamente, en lamentarse. Muy bajito, muy suave, sin llegar a llorar, pero lamentarse. Dormía muy pocas horas durante la mañana, alguna más durante la tarde, y por las noches tocaban llantos a pleno pulmón por los cólicos, desde las 19h hasta las 4 o las 6 de la madrugada.
Con dos meses y algo mejoró bastante de los cólicos y, por tanto, de los llantos nocturnos. Comenzó a dormir más y mejor durante la noche. Durante el día seguía durmiendo muy poco pero las tomas se fueron reduciendo en tiempo, se alimentaba mejor por lo que estaba más satisfecho, tenía menos dolores y, en definitiva, estaba de mejor humor. Por eso creo que la mejor etapa que tuvimos fue desde los 3 meses hasta los 5-6.
En estos diez meses y algo, no recuerdo haber comido tranquilamente más que cuando está durmiendo. De recién nacido, muchos días comía con él tumbadito en el brazo izquierdo o directamente no comía. Cuando ya se hizo más complicado tenerle en brazos al mismo tiempo, anda que no hemos interrumpido comidas. Salir a comer con él fuera de casa es tener un espectáculo garantizado, así era antes y así sigue siendo.
Cuando entró en el segundo semestre de vida se hizo patente el enorme nivel de frustración que tiene. A partir de ese momento él fue consciente de todas las posibilidades que le daba su cuerpo y el no poder alcanzarlas le tiene obsesionado. La etapa de los 5 a los 7 meses, marcada por los gritos y chillidos, fue mala. Pero la etapa que le siguió a los gritos es mucho peor, la etapa del ñiiiiiiiiiii me saca de mis casillas.
Desde que se levanta hasta que se acuesta nunca está conforme. Se levanta de buen humor, desayuna y ñiiiiiii. No quiere estar en el parque, pero en algún lugar le tengo que dejar mientras desayuno y recojo la casa. Cuando veo que el ñiiiiiii va en aumento, pensando en los pobres vecinos, le enchufo Baby Einstein. Es el único momento de paz. Pero si no quiero tenerle todo el día viendo la tele, la otra alternativa es ñiiiii, ñiiiiii y más ñiiiiiii. En el suelo poniéndose en peligro constantemente, pegándose golpes, haciendo ñiiii porque no consigue toda la movilidad que desearía. En el andador porque todavía no ha entendido bien cómo funciona. En el parque porque no quiere estar en un espacio limitado. En su cuna porque aunque tenga sueño, quiere seguir explorando. En brazos ni loco quiere estar, empuja, da manotazos, da patadas, se aleja con manos y piernas y lloriquea.
Para hacer algo en casa tranquilamente sólo hay estas opciones:
a. Que esté durmiendo.
b. Que esté viendo Baby Einstein.
c. Dejarle en el parque, aguantando el ñiiii y hacer como que no escuchamos nada.
La primera opción es la mejor, claro. El problema es que dormir durante el día duerme más bien poco y además tiene un oído finísimo. Así que descartado hacer tareas que supongan hacer mucho ruido. La opción b. es la más cómoda de todas, claro, pero me da miedo provocarle un vicio irrefrenable por la tele, así que procuro no abusar de esta opción. La opción c. es la que mejor practica mi marido pero yo soy incapaz. Me pongo enferma, me pongo nerviosa, me da ansiedad, no me concentro en nada, no me sirve.
Así que, viendo las opciones que tengo, normalmente cuando estamos a solas me limito a seguirle por toda la casa, evitando que se abra la cabeza, hasta que está tan cansado que le deposito en su cuna. En esta operación puedo invertir fácilmente un par de horitas, no es que se canse con facilidad.
Sería injusto hablar sólo de su mal carácter. La frustración la demuestra solamente el 70% del tiempo. El otro 30% del tiempo es un bebé muy sonriente, simpático, que se va con cualquiera, que se ríe a carcajadas, que es fácil de conquistar. Es el típico bebé que de visita cae muy bien. En matronatación ha conquistado a algunos padres con su simpatía, su alegría, su carácter abierto. Pero esta cara suele sacarla sobre todo con los demás, dejándome a mi la mayor parte de sus frustraciones, lloriqueos, lloros a pleno pulmón y demás quejas.
Salir con él es complicado. Cuando son pequeñitos el problema es que comen cada poco. Ojalá tuviera yo ese problema ahora. Porque lo que tenemos ahora encima es un bebé que no está conforme con nada, que protesta para que le saques del carro pero que tampoco quiere estar en brazos. ¿Y qué haces?.¿Le vas a dejar en el suelo del centro comercial o en mitad del asfalto para que se convierta en un niño mopa?. Cuando el carro va en movimiento, normalmente va tranquilo. Pero simplemente que detengas el carrito ya la hemos cagado. Ni pararnos con alguien a saludar, ni mirar un escaparate, ni mucho menos sentarnos a tomar algo. A veces funciona darle trozos de pan, hasta que se harta de pan, claro.
Si no fuera porque he encontrado madres blogueras que han tenido o tienen bebés con este carácter, estaría muy preocupada. Se que es normal, se que esta etapa es mala en muchos niños (sobre todo varones) pero estar todo el día sola en casa con él, luchando, me agota psicológicamente. Me agobia sólo pensar que donde vaya tengo que ir con él y que ya cuento con que no me va a dejar tranquila hacer lo que tenga que hacer. Se me quitan las ganas de ir a los sitios y de quedar con gente.
Hace unas tres semanas entramos en una tienda de bebés con mi hijo retorciéndose en el carro, arqueando la espalda cual niño del exorcista y en un momento dado pegó un grito de esos que me dejan el tímpano tiritando. Se giró una mamá que llevaba un carrito con capazo y miró a mi hijo con un asco que me costó contenerme. Estuve por cogerla del brazo y decirle: la cara de asco te la metes por donde te quepa, sólo espero que tengas un hijo seta porque, si no, seguro que te vas a acordar de este día. Me contuve, me contuve. Pero no quiero que nadie mire a mi hijo así, no quiero que piensen que es un tirano, que es un niño cabrito y se que lo piensan porque lo veo, lo vi en el funeral de su bisabuela cuando había gente en los últimos bancos más pendiente de mi lucha con el niño que de lo que estábamos haciendo allí, porque la gente mira descaradamente, incluso opinan, todo el mundo mete baza sobre lo que le pasa.
Siento pena por haberme pasado los últimos meses deseando que pasara el tiempo porque sé que así no se disfruta igual. Desde que nació he querido que se fuera haciendo mayor para que fueran pasando las malas rachas, pero ahora mismo no sé si esa es la solución. Pienso que cuando pueda andar y hablar todo mejorará, pero también me hago a la idea de cómo serán sus terribles dos. Quizá esto nunca tenga fin, quizá su carácter vaya a ser siempre así de inquieto, de intenso, de indomable.
En estas condiciones, plantearme un nuevo embarazo me parece casi de película de terror. Por mucho que me lo pida el cuerpo, me veo incapaz. Pero esto casi ya lo cuento otro día, que me está quedando una entrada larguísima...