Caracterización y ambiente teatral

Por Fuensanta

Dirección de escena: caracterización y ambiente

Caracterización

En el contenido de una obra encontramos las observaciones o revelaciones que el autor ha hecho acerca de la personalidad humana. Muchas de las mejores obras dramáticas tienen su principal valor en la visión especial e inspirada que dan sobre la naturaleza del ser humano. Por ello el director debe tener conocimientos acerca de los comportamientos humanos y la psicología. Una vez más es el discernimiento, el conocimiento y la conciencia el instrumento principal de trabajo.

El director deduce la personalidad de los personajes observando lo que dicen y lo que hacen y averiguando los motivos que han provocado sus acciones y sus palabras. Una vez comprendidos esos motivos fundamentales de los personajes, se decidirá de qué modo de que los parlamentos expresen y lleven a cabo la acción. El motivo expresa al ser humano mucho más claramente que sus propias palabras. En ocasiones, el dramaturgo añade a las palabras dichas por el personaje una anotación (acotaciones) que indican más o menos la emoción que las acompañan, pero en muchas más ocasiones el motivo y la emoción no son evidentes en el texto, sino que el director tiene que encontrarlo y transmitírselo al actor. Naturalmente, el motivo no puede ser arbitrario, sino que tiene que responder al texto y ser coherente con toda la imagen del personaje.

La naturaleza de un personaje se destaca también por la cantidad de opiniones que los demás personajes hayan expresado sobre él. No se tomarán, sin embargo, al pie de la letra, sino que se sopesarán teniendo en cuenta la situación y motivos de los personajes que las expresan, si son fiables, el carácter y el valor de su juicio.

Las descripciones físicas que el dramaturgo puede incluir al comienzo de la obra sobre los personajes son el punto de partida de la caracterización. Proporcionan al actor un marco de referencia, un asidero simple para ayudarle a establecer las líneas generales de la persona a la que habrán de representar.

Los personajes dramáticos son muy variados y van desde los unidimensionales y simple hasta los tremendamente complejos, lo cual plantea al director dos problemas bien diferentes. En el caso de personajes simples y unidimensionales, si quiere hacer que destaquen de algún modo, tendrá que encontrarles sus sombras y matices, mientras que en los complejos tendrá la libertad de escoger aquellos que mejor le sirvan a la idea general que marcará su dirección. En ello también influirá el actor con el que cuente, tanto en su carácter y modo de interpretación como en su aspecto físico. En ello está precisamente la clave de la interpretación individual y el interés del público en comprobar qué variantes se han seleccionado para una obra y personaje ya conocido.

Para analizar un personaje habrá que establecer primero su relación con la situación original y determinar su grado de implicación en ella: protagonista, antagonista, en qué posición se sitúa respecto al conflicto, etc. Una vez situado en la acción, hay que establecer su situación vital: ocupación, creencias, modo de vida, etc. También es importante determinar qué estaba haciendo justo antes de entrar en escena y su estado emocional, sus objetivos en la obra y el poder que tiene para conseguirlos o no.

Una vez que el director haya determinado su idea sobre el personaje, por simple que pueda ser, dispone de una imagen sobre la personalidad en cuestión, de la que partirá para iniciar al actor en su trabajo de construcción del personaje; a partir de ahí, el personaje se enriquecerá y crecerá en detalles, en relación con el concepto principal. Lo principal es un resultado donde se reúnan unidad y variedad. El trazo simple del personaje se refina y llena de sombras y profundidades por efecto de los detalles.

El ambiente

El ambiente está formado por la suma de todo lo que forma el espacio escénico, los elementos visibles, combinados con los elementos audibles: decorado, luces y sonido, así como el movimiento y las voces de los actores. Todo esto, junto con los efectos musicales convenientes a cada momento y lugar de la escena, bien armonizado todo dan como resultado el espíritu teatral.

El diseño del decorado da la idea del lugar en que se llevará a cabo la acción, sitúa la obra en una época histórica, sugiere el tipo de acción y establece el nivel social de los personajes. La fuerza del decorador o diseñador de escena para crear la atmósfera aumenta con el uso de la luz, que es un elemento dinámico frente a lo estático de los elementos del decorado. La luz cambia de color y de intensidad para ajustarse a los cambios emocionales, además de hablarnos de elementos naturales como la época del año o del día, el clima, etc. Es un instrumento tan poderoso de evocación que el director en muchas ocasiones tendrá que moderar a los diseñadores de iluminación para evitar una hiperactividad que distraería la atención de lo verdaderamente importante. Ningún cambio de luces estará permitido si no tiene un significado en el desarrollo de la escena.

Los dramaturgos suelen dar explicaciones previas referidas al ambiente como un punto de origen de su revelación. Le corresponde al director ordenar la armonía de visión y sonido, para que el ambiente cobre el significado indicado. El ambiente puede elevar el significado de la obra, y así debe ser, pues gran parte de la fuerza del teatro como medio de comunicación reside en su capacidad de emplear los elementos no verbales. Ningún director debe pasar por alto las posibilidades significativas del ambiente, que dan vida al diálogo y lo potencian. Con todo, no se debe olvidar nunca que lo esencial es el carácter que los actores revelan, que los medios ambientales deben estar al servicio de la interpretación y no al contrario. Un director que cuide y utilice excesivamente la creación del ambiente en detrimento de los valores inrerpretativos perderá la atención del auditorio por falta de interés y de acción.