Carcassonne ii

Por Orlando Tunnermann


Desde el taxi, llegando ya a la enorme casa del simpatiquísimo Pierre, columbro (veo) a lo lejos la magnífica silueta medieval del castillo. Mi primera impresión es la de que unos vándalos han pintado con grafitis amarillos su estructura de piedra. Como eso no tiene el menor sentido, me aventuro a “profetizar” una nueva teoría. Acaso un extravagante artista de rocambolesca pintura contemporánea ha tomado por lienzo la fortaleza. No ando tan desencaminado. Con el fin de conmemorar el vigésimo aniversario de la inscripción de la ciudad en la lista honorífica de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se contrató al artista suizo, residente en Paris, Felice Varini. Su obra temporal, singular, estrafalaria,“Círculos concéntricos”, es en realidad un conjunto de bandas anchas de color amarillo fosforescente que se adhieren a la piedra como el musgo a la roca. 




Varini nos propone contemplar su obra desde diversas perspectivas y distancias, pues es así cómo se aprecia su cualidad cambiante, circunférica, curvada. Para ello, asciendo por una empinadísima vía peatonal pedregosa de unos doscientos metros para penetrar en la villa por la puerta de Aude. Plantándose en su umbral, desplazándose y observando el castillo desde diferentes ángulos se aprecia perfectamente el efecto concéntrico de las anchas bandas amarillas que desde lejos se me antojaban demenciales brochazos. En otro momento hablaré más en profundidad del castillo. Ahora me dispongo a explorar otros lugares de gran interés y belleza encerrados en el núcleo de esta ciudad mágica, bellísima, de cuento, tan medieval e idílica, romántica y tan magníficamente conservada.
CATEDRAL DE SAINT MICHELComo iré contemplando en mi profuso recorrido, aquí las iglesias tienen tamaños elefantinos, enormes moles de piedra que se comen plazas y calles con su volumen magistral. Bóvedas inalcanzables, altísimas, parecen buscar contacto visual y corpóreo con el Creador. Así es la catedral de Saint Michel. Gótico sombrío con tremendos rosetones y protegiendo la entrada, horribles criaturas expresivas, gárgolas que chillan, se asombran, espían o se burlan del visitante.
Para deshacer el maleficio de ese interior tan abrumador como oscuro, juega a favor el mármol rojo y el colorido de los arcos y capillas repletas de cuadros. Tuve la gran suerte de entrar en la catedral cuando un coro entonaba letanías y cantaba para mayor grandiosidad del templo. Más modesta, aunque lejos de modesta y reducible, es la iglesia de los Cármenes. Está igualmente dominada por las sombras y le hace falta una buena dosis de cariño y restauración. Caminando llego hasta un minúsculo quiosco de color rojo que parece tan prescindible y pasajero como cualquier otro edificio anodino que siempre está ahí pero nadie observa. Excepción merecida en esta ocasión para Le Kioske du Dôme. Nos cuenta Pierre, nuestro anfitrión, el simpático propietario de la enorme casa donde nos alojamos junto al río Aude, que ahí se comen las mejores pizzas de la ciudad. Hemos comprobadocuán acertado es el aserto. Un chico y una chica, muy jóvenes ambos, trabajan como centellas mientras el teléfono no para de sonar para “fabricar” nuevos pedidos. Son magníficos también los mejillones gratinados y la lasagna. Frente a mí un formidable bastión de poca longitud y mucha envergadura cuya parte superior está “interrumpida” por una vegetación boscosa. Se trata del Baluarte de Montmorency. Fue en su día un almacén de pólvora durante la Revolución del siglo XVI que enfrentaba a la Ciudadela Medieval y la Bastida, una facción bastante más moderada. Corría el siglo XIX y el bastión albergaba entonces una logia masónica en una sala subterránea. Volviendo a esa masa boscosa de la terraza superior. En realidad, descifremos ya el enigma, se trata de una zona acondicionada en 1930 para la clínica del doctor Delteil. Hoy es una residencia de ancianos.

Subiendo por la empinada Rue Trivalle merece la pena detenerse a contemplar el fabuloso, ingenioso y grandísimo mural en una pared, con pinturas preciosas que nos narran momentos álgidos de la historia de la ciudad. Todo ello devorado o “cosido” al regazo de unas letras gigantes que forman el nombre de esta villa franco sureña.


Entrando por la puerta de Narbona es una delicia convertirse en urbano conquistador y descubrir calles encantadoras como Place du Château, ideal para tomar algo. Restaurantes, locales, turistas dialogando con entusiasmo, luciendo sus mejores “paños” y apliques estéticos para competir en belleza con la eterna Carcassonne. Aquí puedes libar la esencia más medieval y romántica de la villa, así como en Place Marcou y aledañas. Voy a concluir por hoy deteniéndome en la iglesia de San Nazario y San Celso, una portentosa basílica en realidad. Por sólo un euro compras un folleto explicativo. Me llaman la atención los altos arcos apuntados, las lumínicas vidrieras y las estatuas y gárgolas, que le dan un aspecto y cariz algo teatral, escénico, medieval, imponente. Un broche de oro. Un coro de cánticos ortodoxos rusos, Doros se llama la formación, estaban allí ese día regalando magia con sus impecables voces para deleite de los espectadores. La sonoridad era mayúscula, un latido vibrante que no cesaba de bombear...
DATOS.La Bastida de San Luis.Así se llama a la ciudad baja de Carcassonne, actual centro neurálgico que surge a la margen del Aude. Luis IX autoriza en 1262 la construcción de un burgo que aloje a quienes vivían en los antiguos suburbios. En 1355, el Príncipe Negro, llamado así por el color de su armadura, incendia la ciudad baja. Eran los tiempos de la Guerra de los Cien años, que causó estragos en la villa y enfrentaba a los franceses contra los ingleses. Dos años después de los desmanes del hijo del rey inglés se reconstruye Carcassonne siguiendo las directrices del plano original que se conservaba.