Por la mañana visitamos el conocido cementerio de Tulcán, característico porque en algún remoto rincón del mismo, se esconde el señor Eduardo Manos Tijeras, que se dedica cuidadosamente cada mañana a podar con esmero las plantas del jardín, moldeando así unas características figuras que maravillan al visitante y te hace olvidar por un momento el lugar en el que te encuentras.
Desde ahí, nos subimos como buenamente pudimos, con el pequeño carro de alquiler, por las intrincadas vías de tierra de la Reserva Ecológica El Ángel, hasta llegar a vislumbrar una maravilla de la naturaleza; un lugar mágico y remoto, un paisaje de páramo cubierto por frailejones, constituyendo así una de las poblaciones más al sur de esta familia de plantas de alta montaña, peludas y adaptadas al frío. Mires donde mires te encuentras rodeados por ellos, y el horizonte se acaba y sigues viéndolos empequeñecer.
Además, tratándose de un páramo, ecosistema conocido por sus nieblas y lloviznas, tuvimos la suerte de disfrutar de un día soleado que nos permitió disfrutar de una bonita vista de la laguna de El Voladero, que supone el inicio de un conjunto de lagunas declaradas sitio Ramsar en 2012, pues en ellas habitan una gran cantidad de especies de aves. Sus 4.200 metros de altura se sentían con cada latido del corazón, nunca he estado tan cerca de echarlo por la boca, pero mereció la pena.