Cargas familiares

Publicado el 29 noviembre 2021 por Rubencastillo

Tuve la suerte de leer, hace pocos años, algunos cuentos de Raimundo Martín; y me pareció detectar en ellos el aplomo tranquilo de quien sabe construir una historia y sabe tejerla con los tiempos justos y con las palabras adecuadas. Ahora, cuando cae en mis manos su primera novela, bajo el rótulo de Cargas familiares y editada por el sello Sar Alejandría, compruebo con felicidad que mantiene y perfecciona esos dones en el mundo de la narración extensa.

Podríamos decir que el “argumento” (esa parte insignificante de un buen libro) se vertebra alrededor de una búsqueda: la que tiene que emprender Agustín en la ciudad de Alicante para librarse de un buen enredo (que no ha provocado él, sino su hermano Javier) relacionado con el mundo de las drogas. En ese rastreo lleno de peligros, marginalidad, amenazas, golpes e intimidaciones tendrá que vérselas con camareras desilusionadas, matones de tres al cuarto, bares nocturnos llenos de mugre y soledades, polígonos del extrarradio donde se ocultan vehículos de carga más bien sospechosa y habitaciones donde el polvo dibuja su metáfora de fracasos; pero también tendrá que enfrentarse a sus propios fantasmas, que no se reducen a un hermano dislocado y frenético, sino que también abarcan a un padre gélido, una exesposa sañuda y una hija que le escupe su desdén cuando no obtiene de Agustín el dinero que requiere para sus caprichos insaciables.

Con esos ingredientes (y con otros que reservo para el descubrimiento de los lectores), Raimundo Martín edifica una propuesta inteligente y cautivadora, que indaga en los laberintos gelatinosos del alma humana con la misma brillantez que lo hace en las zonas menos iluminadas de la ciudad, allí donde proliferan unos seres con los que, a buen seguro, no querríamos encontrarnos nunca. Y lo hace (es lo mejor de todo, el más prometedor de sus rasgos) con una elegancia literaria que anonada: nos habla de ventanas que “supuran” visillos (p.20); alude a la piel pálida de una mujer y nos dice que “parecía el dibujo de una cerámica portuguesa, azul, blanca y melancólica” (p.23); nos asquea explicando que un delincuente expele “un sudor brillante y tibio, gasterópodo” (p.35); o, para explicarnos la lentitud amenazadora de una acción, nos indica que un personaje “encendió uno de sus aromáticos cigarrillos en el mismo tiempo en que podría haberse embaldosado la catedral de Santiago” (p.159).

Brillante.