Periodista, abogada y escritora, está considerada como la promotora del Feminismo y al mismo tiempo la primera gran precursora del trabajo social en España. Impulsora de reformas sociales y culturales, fue una de las personalidades más influyentes del siglo XIX español. Sus aportaciones teóricas intentaban superar la dicotomía entre pensamiento y acción desde la influencia de la Ilustración, el Humanismo liberal, el Cristianismo reformista, la defensa de la mujer y la visión caritativa de la pobreza.
Concepción Arenal nació en 1820, en El Ferrol, durante el reinado de Fernando VII y pocos años después de la Guerra de la Independencia española. En aquella época, España volvía a abrazar el Antiguo Régimen, sin embargo las ideas liberales comenzaban a extenderse entre la sociedad, especialmente entre la burguesía y en las élites culturales. Por entonces, el Liberalismo no estaba únicamente vinculado a cuestiones económicas, sino también a aspectos políticos y sociales.Su trayectoria vital y profesional se fue desarrollando en el proceso de implantación del Estado liberal, con las consecuentes tensiones ideológicas y políticas. De ahí su excepcionalidad debido a su condición de mujer y su empeño en incidir en unos ámbitos reservados a los varones como son las cuestiones sociales, el sistema penitenciario, el derecho penal y el derecho internacional.
Su madre era María Concepción de Ponte y Tenreiro, perteneciente a la pequeña nobleza gallega. Su padre era Ángel del Arenal y de la Cuesta, un militar de profundas ideas liberales, que había sufrido duramente la represión del rey Fernando y su Régimen absolutista. Murió en la cárcel, cuando Concepción tenía solo 8 años de edad.
Junto a su madre y dos hermanas, Concepción fue a vivir en Armaño (Cantabria), donde residía su abuela paterna. Pero fue a los 14 años cuando se trasladaron a Madrid, ayudados por su tío Antonio Tenreiro, segundo conde de Vigo. Este le ayudó en su formación religiosa, pero además facilitó la lectura de libros y la asistencia a reuniones de tipo cultural. Pudo disfrutar de su biblioteca familiar con lecturas de tipo religiosas en su mayoría (san Agustín, santo Tomás, santa Teresa, san Pablo, Bossuet, etc.). No se conformó con las enseñanzas superficiales que se impartían en el colegio privado de la calle Tepa, al que acudía junto a su hermana Tonina, y sus aspiraciones a unos conocimientos más serios le generaron discusiones con su progenitora.
En 1841, tras recibir la herencia del mayorazgo paterno, que le garantizaba una renta, pudo orientar su vida a la consecución de un objetivo: el estudio de leyes en la universidad. En su época las mujeres tenían denegado el acceso a cursar estudios universitarios, siendo pionero su propósito.
Para poder asistir a las clases de la Faculta de Derecho de la Universidad Central de Madrid (Universidad Complutense), entre los cursos 1842-43 y 1844-45, tuvo que disfrazarse con atuendo masculino. No pudo matricularse, examinarse y obtener titulación alguna.
Durante su etapa como estudiante "clandestine" conoció a su futuro marido, Fernando García Carrasco, también abogado, periodista y escritor de profundas ideas liberales. A pesar de tener trece años mayor que ella, ambos se casaron en Madrid en abril de 1848. Su marido generó un gran aporte en el desarrollo de su pensamiento; si hasta entonces, había recibido la influencia del liberalismo moderado a través de su familia paterna, su marido la introdujo en los círculos del liberalismo progresista. Frecuentaban las tertulias de esta disciplina ideológica y política, como las del Café Iris.
Ambos colaboraron juntos en la elaboración del periódico madrileño de tendencias liberales llamado La Iberia, fundada por Pedro Calvo Asensio en 1854. Se llamaba así porque ya entonces una idea brotaba por los entornos culturales: la unificación de España y Portugal. El objetivo de esta publicación era el de convertirse en la referencia del mundo intelectual español, pero también en un punto de unión para los liberales españoles. Apoyaba la Revolución de 1854 y elogiaba la figura de Baldomero Espartero.
En estas páginas, Concepción dio sus primeros pasos profesionales desde 1855, tanto con artículos divulgativos propios como colaborando en la elaboración de los editoriales del periódico junto a su marido.
Realizaba sus primeros escarceos literarios en el ámbito de la poesía, el teatro y la prosa. Solo una obra conoció el éxito, Fábulas (1851), que fueron utilizadas durante varios años como libro de lectura en las escuelas primarias. Pero en todas había dejado constancia de su personalidad inquieta, en plena lucha entre la amplitud de sus aspiraciones personales y las limitaciones de condición femenina. Siempre trató de ser fiel a unos principios: la razón, la verdad y la libertad.
Tras este doble trágico suceso, Arenal decidió retirarse a vivir en Potes (Asturias) para escribir algunas obras que fueron presentandas a premios literarios. Su obra La fórmula más bella del progreso es la de la perfección moral, que ganó el concurso literario de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País.
En esta época de madurez personal e intelectual, Arenal supo conjugar sus ideales sociales con sus creencias cristianas y, sobre la necesidad de establecer una solidaridad social.
En Dios y libertad, escrita en 1858 aunque publicada años después de su muerte, trató de establecer el diálogo entre dos culturas enfrentadas, la católica y la liberal, y preconizaba el estudio necesario para la constitución de una ciencia social que contribuyera con sus reformas al progreso moral, material y espiritual de la sociedad.
Gracias a la amistad con el músico asturiano José Monasterio, Concepción pudo conocer la obra asistencial de las Conferencias de San Vicente Paúl. Era una asociación de laicos católicos fundada por Federico Ozanam en París, en 1833, e introducida en España, en 1848, por el también músico Santiago Masarnau. Había encontrado en la asistencia social un terreno idóneo donde desarrollar sus ideas e intenciones reformadoras, por eso al año siguiente fundó la rama femenina de las Conferencias de San Vicente Paúl. La filosofía de actuación de este colectivo partía de la diferencia de concepto que para ella significaban los términos caridad, beneficencia y filantropía.
En su opinión, había que acercarse a los necesitados más allá de ofrecer recursos propios. Y es que el objetivo de esas conferencias era organizar grupos de tres personas con voluntad de adoptar a pobres y enfermos a los que visitar y cuidar en sus propias casas, conocer cuáles eran sus necesidades y cómo se podían cubrir. No sólo se trataba de dar limosna, sino también de aliviar sufrimientos y colaborar en la recuperación social de las personas a las que se ayudaba. Su filosofía tuvo éxito, ya que un año después se habían formado 70 grupos en toda España que habían realizado casi medio millón de visitas a los necesitados. El progreso, que ya había llegado a España en aquellas fechas, tenía esa doble cara, puesto que también creaba un grupo social de necesitados y pobres.
En esta obra diferenciaba los tres conceptos: "Beneficencia es la compasión oficial que ampara al desvalido por un sentimiento de orden y justicia; filantropía es la compasión, filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad, y la conciencia de su dignidad y derecho". O más concretamente: "La beneficencia manda al enfermo a una camilla, la filantropía se acerca a él, y la caridad le da la mano".
Sus reflexiones constituyen una muestra de su liberalismo reformista-organicista, que buscaba resolver la cuestión social mediante una reforma moral y la movilización de la sociedad civil. Pretendía un Estado armónico, basado en el ciudadano consciente de sus derechos y deberes y que no tuviera por qué asumir funciones que la sociedad civil pudiese desempeñar por sí sola, aunque sí le correspondía velar por el contrato social y favorecer la justicia mediante leyes. Además, ponía énfasis en la necesidad de una sociedad civil activa y sensibilizada hacia el desfavorecido, que pudiera movilizarse a través de asociaciones orientadas a remediar las diversas necesidades. Su pensamiento ideal de la beneficencia combinaba razón, sentimiento e instinto: la razón representada por el Estado, el sentimiento por las asociaciones filantrópicas y el instinto por la caridad individual.
Para orientar la actuación de los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl y otras asociaciones caritativas ocupadas de los marginados escribió, en 1863, Manual del Visitador del Pobre, editado por iniciativa de Santiago Masarnau, presidente de las Conferencias. Era un tratado de atención domiciliaria a los pobres y desamparados en la sociedad liberal.
Sus ideas a propósito de los desheredados de la sociedad, que incluía a enfermos, pobres y presidiarios, se fundamentaban en la necesidad de que la sociedad articulara mecanismos de solidaridad social, un concepto que por entonces apenas se concebía pero que supo desarrollar. Pese a sus fuertes convicciones liberales, no dudó en reclamar al Estado la participación de esta labor. Y también la de la Iglesia, puesto que consideraba que debería imponerse la obligación de ejercitar la caridad a todas las asociaciones religiosas que quisieran actuar como tales.
Evidentemente, su posición no fue entendida por los liberales más extremistas, quienes tampoco aceptaron que su posición a favor de la mujer en las jerarquías eclesiásticas, pero también en las sociales. Como puesta en práctica de su pensamiento fue la fundación en 1869 del Ateneo Artístico y Literario de Señoras con la ayuda del teólogo y filósofo Fernando de Castro, uno de los grandes defensores, junto a ella, de la mujer como parte fundamental en el desarrollo de la sociedad.
Consideraba que la sociedad disponía de las herramientas necesarias para equilibrar las diferencias sociales. Incluso en algunos de sus trabajos advirtió del peligro de la formación de guetos de enfermos y pobres, una realidad que por entonces empezaba a percibir como posible foco de delincuencia, pero teniendo bien claro, que la "la pobreza no es un crimen y que el pobre no está fuera de la ley". Al contrario, la sociedad debía de preocuparse de que no se pudiera llegar a situaciones de exclusión social. Al mismo tiempo, tanto sus ensayos como en sus artículos mostraba un convencimiento científico en diversas ramas que no sólo asimiló como parte de su intelecto: tenía perfectamente clara la necesidad de que la ciencia se pusiera en auxilio de quienes requerían de sus avances. No encontraba en la ciencia impedimento alguno para desarrollar sus profundos sentimientos religiosos.
Durante esta etapa de su vida, Concepción desarrolló gran parte de su ideario social, y en cierto modo también político, que fue poniendo en práctica en sus diferentes labores. Se había instalado en La Coruña, donde tomaba parte de las tertulias de la condesa de Espoz y Mina y en su asociación filantrópica. Fue entonces cuando fue nombrada visitadora de prisiones de mujeres por el ministro de gobernación Florentino Rodríguez Vaamonde en abril de 1864.
Posiblemente, el hecho de que su padre muriese en la cárcel condicionase su voluntad, pero también la dura experiencia en la cárcel de La Coruña, fuese el motivo para impulsar una reforma del sistema penitenciario nacional y de su Código Penal, así como la elaboración de un plan de reinserción para presos. Ideas que quedaron expuestas en 1865 en su obra Cartas a los delincuentes. Propiciaron su destitución del cargo que ocupaba porque, según Concepción, "yo era una rueda que no encajaba con ninguna otra del engranaje penitenciario y debía suprimirse".
Aquellas cartas tenían un objeto pedagógico como enseñar el código penal a los delincuentes y fundamentar sus preceptos en la naturaleza de las cosas para moverles a su cumplimiento. En ellas ponía énfasis en la necesidad de educar al presidiario, pues para ella la mayoría de los delitos se cometían por ignorancia de la ley, mostrándose convencida de la dignidad de los presos, una idea básica de la reforma que planteaba. Para Concepción el delincuente no siempre era el problema, sino una víctima más cuya única culpa eran sus circunstancias desfavorables en las que vivía. Por eso una de sus frases fue: "Condena el delito, pero no al delincuente". Y es que, a pesar de ser religiosa, no creyó en la justicia divina, sino en la injusticia humana como motor de lucha para combatir los problemas.
"Yo no soy de los que creen que un hombre condenado a presidio no es un hombre ya, que no merece en nada la consideración que debemos a nuestros semejantes, ni puede ser tratado como un ser racional. Yo no soy de los que creen que en una prisión no se comprende ninguna idea de justicia, ni halla eco ningún sentimiento honrado, ni gratitud a ningún beneficio. Yo os considero como hombres, como criaturas susceptibles de pensar y de sentir, como hermanos míos, hijos de Dios formados a su imagen y semejanza, y en quienes la huella de la culpa no ha podido borrar a su noble origen."
Otra idea fundamental para la reinserción del delincuente era la introducción de un sistema de visitas al preso por parte de sus familiares. Estaba convencida de que el régimen de visitas, además de ser una cuestión humanitaria, era imprescindible para el proceso de rehabilitación del presidario en la sociedad.
El nuevo gobierno de la Revolución de 1868, la "Gloriosa", volvió a requerir sus servicios nombrándola inspectora de la Casas de corrección de mujeres, cargo que ocupó hasta 1873. Desde entonces trabajó sin descanso en pro de reformas penales y penitenciarias inspirándose en su humanismo cristiano y la corriente del correccionalismo que se estaba fomentando en Europa. Para ello contó con destacadas personalidades como el catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca, Pedro Dorado, el médico y escritor criminólogo Rafael Salillas y el político liberal Salustiano Olózaga, y otros como Fermín Caballero y Ramón de la Sagra.
Durante este tiempo, Concepción escribió sus experiencias y pensamientos tanto en libros como El visitador del preso, Estudios penitenciarios, La llamada cárcel modelo, como en numerosos artículos de periódicos, especialmente en el semanario La voz de la caridad, que fundó junto a la condesa de Espoz y Mina, en 1870. En esos textos denunció las pésimas condiciones de los establecimientos penales, la larga permanencia de los reclusos en prisión preventiva, la incompetencia de muchos funcionarios penitenciarios, la explotación del trabajo de los internos, las injustas leyes penales, e incluso la ineptitud de muchos jueces, así como el rechazo social que experimentaban los presos una vez volvían a la libertad. Proponía una nueva organización de las prisiones, bien dotadas en recursos y con un personal preparado para que respetasen la dignidad de los reclusos, y para su educación en favor de su reinserción social.
En La voz de la Caridad publicó Cartas a un obrero, un serial con una enorme relevancia, consiguiendo predilección en la derecha liberal en una época donde el Marxismo comenzaba a tener un gran impacto en una Europa que asistía a la eclosión del Comunismo. Aquellas cartas ofrecían un aire renovador:
"No debes recurrir a la violencia. Está más interesado en el orden el pobre que el rico… La miseria es efecto de múltiples y complejas causas, y se combaten elevando el nivel moral e intelectual de la sociedad. Hay que reformar las cosas sin que se tenga que reformar a las personas."
Pero en esta publicación también expresaba sus ideas sobre el sistema penalista, proponiendo que solo una orientación educativa y no represiva lograría reformar al delincuente en lugar de castigarle. Estas ideas ejercieron influencia incluso en el sistema penitenciario inglés.
Durante el Sexenio Democrático (1868-1874), Concepción empezó a defender algunas ideas del Krausismo, corriente filosófica a favor de la tolerancia académica y la libertad de cátedra en la universidad. Estableció relaciones intelectuales y profesionales con krausistas como el rector de la Universidad de Madrid, Fernando de Castro, y los políticos Giner de los Ríos o Gumersindo de Azcárate. Existían muchos aspectos comunes entre los planteamientos de Concepción y la filosofía krausista, basados en la tolerancia y progreso de la sociedad. Hechos de colaboración mutua fueron el apoyo al programa de educación a las mujeres impulsado desde el Ateneo Artístico y Literario de Señoras de Madrid por el rector Castro en 1868, o la participación de Giner, Azcárate y Arena en la Junta para la Reforma penitenciaria de 1873. Además, Azcárate trabajó en el La Voz de la Caridad, llegando a dirigir el semanario en 1877, mientras que Arenal contribuía en la redacción del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza.
En 1875 vivía en Gijón, pero manteniéndose cerca de su Galicia natal. Su hijo Fernando García Arenal era el ingeniero responsable de las obras del puerto de esta ciudad asturiana. Su otro hijo, Ramón, era militar que estuvo destinado en las colonias y murió en 1884. En su madurez personal y profesional, Arenal llevaba estilos de vida austeros, mantenía costumbres católicas y vestía oscuros ropajes de viuda con los que mostraba su inmaculada moral, ganándose el respeto en ámbitos políticos y culturales de administración masculina.
Para Arenal, la educación de las mujeres siempre fue una preocupación por la que luchó desde joven, revelándose contra la discriminación que sufría este género para cursas estudios universitarios. Pero fueron sus actividades caritativas y sus trabajos en las prisiones las que la llevaron a profundizar sobre las situaciones de las mujeres pobres, enfermas, prostitutas o delincuentes. La causa principal de tales miserias fue la falta de educación y formación. Esta escasa o nula instrucción de la mujer española, motivo principal de su baja situación en todos los ámbitos de la vida social, fue denunciada por Arenal durante el ciclo de Conferencias dominicales para la mujer, en el Paraninfo de la Universidad de Madrid, en el curso 1869-70, organizado por su gran amigo y colaborador el recto Fernando de Castro.
El contenido de aquella crítica constructiva, elaborado durante años de reflexión, fueron publicadas en La mujer del porvenir en 1869. Se trataba de un manifiesto que definitivamente abría el debate sobre la emancipación femenina, que consideraba esencian para poder reformar a la sociedad en su conjunto. Intentaba contrarrestar las teorías frenológicas de F. J. Gall sobre la menor capacidad intelectual femenina debida al menor tamaño de su cerebro. Combatía estos errores y prejuicios, tan en alza en aquella época, basándose en las cuestiones culturales y no orgánicas y físicas, causantes de la discriminación femenina. Puso por caso contradictorio que una mujer pueda ser reina y jefa de Estado, pero se impedía a todas las demás acceder a profesiones. Y por caso discriminatorio que el Derecho Civil tratase de forma distinta a hombres y mujeres, pero el Derecho Penal se aplicase por igual.
Para Arenal, la mejor manera superar estas adversidades pasaba por reconocimiento de todos los derechos de la mujer, su acceso a la educación y a las profesiones y oficios. Pero, paradójicamente, no aconsejaba aún la introducción de la mujer en el Ejército y la justicia, incluso en la política debido a su “natural dulzura”, aunque en la Iglesia. Por lo tanto, Arenal no reivindicaba una total integración de la mujer en la vida social y profesional, no reclamaba una igualdad plena de derechos entre ambos géneros, sino la complementariedad de papeles del ahombre y mujer en la familia, la cual consideraba como la unidad básica de la sociedad.
Algunas de estas ideas las fue explicando en La mujer de su casa (1874), Estado actual de la mujer en España (1884) y La educación de la mujer (1892). Esta última obra fue presentada por Emilia Pardo Bazán en el II Congreso Pedagógico Hispanoamericano en Madrid, sustituyendo a Arenal por su delicado estado de salud.
"Concepción Arenal fue el último liberal ilustrado y el primer regeneracionista. Dentro de las tendencias españolas quedó situada en un cruce de perspectivas, pues instigó a la reforma intelectual de la burguesía y del obrero en unos términos que no correspondían ni a la moralidad del sistema dominante, ni a las expectativas que abría la Internacional obrera. Las formulaciones que dio a la moral, a la religiosidad y al derecho proyectaron su obra más allá de su propio contexto histórico, no solo en el espacio, sino en el tiempo."
El 4 de febrero de 1893, Concepción Arenal fallecía en Vigo, cuya noticia tuvo enorme repercusión en la prensa, especialmente en medios de tendencia liberal y republicana. El Ateneo de Madrid organizó un homenaje a su personalidad científica y humana, con intervenciones de Azcárate, Salillas y Sánchez Moguel. Su obra y pensamiento fue reivindicada de la Iglesia integrista, que destacaba su concepto de caridad basado en su religiosidad frente a la ideología liberal. Tanto, católicos como liberales, se aprovecharían de la figura de Arenal durante el siglo XX, a los que habría que añadir a las feministas. Pero, ya en 1993, durante el I Centenario de su muerte, fue estudiada sin apropiaciones interesadas y analizado en profundidad su pensamiento liberal y reformista. Su epitafio tiene grabado el lema póstumo: “A la virtud a una vida y a la ciencia”.