Por muchas revistas y páginas de inter-net que visites, en clase terminas conociendo proyectos que te dejan con la boca abierta y este es uno de ellos.
El arquitecto nipón recibió el encargo de realizar esta casa en un entorno agrícola, rodeado de invernaderos. El cliente al que solo había visto una vez, le mandó el siguiente mensaje: quiero una vivienda en la que los miembros de la familia no se vean separados los unos de los otros, un espacio en el que los individuos puedan realizar actividades individuales en una atmósfera compartida, en medio de una familia unida.
El edificio imita en su exterior a un invernadero, lo que le permite introducir una gran cantidad de luz tamizada. Una gran nave que en su interior se muestra totalmente diáfana, haciendo gala de la petición del cliente. La gran estancia acoge casi todo el programa, tan solo los baños y vestidores quedan un tanto separados para dar intimidad, el resto, incluidos los dormitorios, quedan compartidos en un amplio espacio de doble altura. Así pues, en el gran "salón" se realizan casi todas las actividades cotidianas, ya sean individuales o compartidas, conformando el lugar mediante muebles o el desplazamiento de los tatamis-muebles rodantes que hacen las veces de dormitorios, los cuales pueden ser apoyados en las paredes, dispuestos de forma aleatoria, o incluso sacarse al exterior para dormir bajo las estrellas en verano.
Los muros están conformados por paneles de plástico hacia el exterior, un aislante conformado por burbujas de embalaje y unos paneles interiores montados sobre una ligera carpintería de madera y hechos de nailon. Son estas paredes interiores las que pueden ser desmontadas y lavadas en la lavadora. Este muro de tres capas es el encargado de recordar los invernaderos vecinos, de tamizar la abundante luz y recordarnos a las tradicionales construcciones japonesas.