Algunas personas tiene la cara de hormigón, también en el espacio que ocupa el pintacaras.
Cuando aterrizas en este mundo, con origen en escenarios menos ideales, es algo que prefieres obviar, pero tarde o temprano, acabas comprobándolo a través de tu propio pincel.
Aunque siempre he pintado para fines benéficos, y en alguna rara ocasión, por trueque, a veces recibo propuestas de trabajos "remunerados", si es que se les puede llamar así. Dos experiencias personales recientes servirán para ilustrar mis palabras.
Lo mismo ocurre con el respeto, una vez te lo has perdido a ti mismo, los demás te lo habrán perdido.
Imagino que algo así le ocurrió a mis dos interlocutores, un mal día dejaron su respeto tirado en algún sucio rincón, por alguna peregrina razón que seguro nos darían si a alguno nos importara un bledo saberla, y poco a poco se acostumbraron a despreciarse a sí mismos, de manera que ahora ya no son capaces de respetar a los demás. Lástima por ellos.
Debemos aprender a respetarnos, es la única manera de que el resto del mundo lo haga, ya pintemos caras, arreglemos tuberías o diseñemos puentes.