La navidad, esa época estival en la que cartelera se dulcifica y se vuelve más emocionante, no solo por el hecho de que haya que entretener a los niños, sino por la cercanía con esa fecha marcada en el calendario de los estudios, como una vida extra en la comercialidad de su película o un finiquito encontrado en la recaudación de la taquilla. De todos modos, Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts es un largometraje que quizás pase de desapercibido para esos dos estamentos que mueven el cine actual, mercado y público, ya que su visión de la vida, cercana a la fase existencial del ser (¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, con extra de queso?), puede confundir a los espectadores más infantes, incluso a los más adultos, pese a la cantidad de gags visuales que pueblan la trama, procurando crear un equilibrio entre seriedad y cachondeo para intentar satisfacer a todo el mundo.
Después de todo, la obra de Schulz, siempre se ha caracterizado por aunar filosofía y humor, de manera de que este último funcione como escape al miedo que desprende la vida, sirviendo de paréntesis a la fatalidad. Pero dejemos los intensismos, si es que esa palabra existe, para blogs con fotos en blanco y negro, que te obligan a leerlos en una cafetería nada comercial del centro de Badalona mientras anochece.
Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts, ofrece un divertimento asegurado para los más fans y asiduos a la obra de Schulz, con constantes autohomenajes a toda la iconografía del personaje (desde las tiras publicadas en los periódicos, hasta los especiales televisivos que se encuentran almacenados en alguna parte de nuestra memoria), sin ser excluyente para el nuevo público que esté dispuesto a acercarse a las galimatías de un niño en un proceso constante de autoaprendizaje para vivir mejor, pese a las diversidades de la vida y los engaños de Lucy para chutar el balón.
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