El cine invisible celebra hoy sus 100 primeras películas y casi 10.000 lectores. Así como la finalidad del cine invisible, mostrar la existencia de un cine de autor o independiente, creativo y original, era una arriesgada apuesta que se ha convertido en realidad y ha encontrado su público, otros soñadores han concebido proyectos que, en principio, parecían ilusorios. El director Olivier Assayas propuso para su última película, Carlos, un nuevo sistema de producción, financiar el costoso film con la ayuda del Canal Plus francés+, realizando al mismo tiempo una serie televisiva y una película destinada a la gran pantalla. Una gran aventura que ha llegado a buen puerto. Olivier Assayas ha conseguido conciliar el éxito de la crítica internacional y el apoyo del público, que lo recibió en el último Festival de Cannes con una gran ovación.
La vida del venezolano Carlos el Chacal, cuyo verdadero nombre es Ilich Rámirez Sánchez, considerado como uno de los terroristas más mediáticos de los últimos tiempos, por la mayoría de los países occidentales, EE. UU. e Israel, y un héroe de la causa palestina en su país natal y en numerosos estados árabes, estaba llena de sombras, de fantasmas y de dudas. El director, tras un laboriosa investigación de varios años, ha completado su biografía, en los 20 años más trágicos del terrorismo internacional, de 1975 a 1995, con sus actividades delictivas conocidas y rellenado los pasajes ignorados con una propuesta interesante e imaginativa. El espectador no deja de preguntarse, cautivado por las imágenes, si la versión de Olivier Assayas es acertada, exagerada o se ha quedado corta.
La realidad siempre supera la ficción y al parecido físico del actor con el terrorista se añade también el hecho de tener su mismo apellido. El actor parecía predestinado para encarnar este papel y Édgar Ramírez, que ya había trabajado con anterioridad con el director, se ha implicado hasta la médula en esta serie de más de 5 horas o de casi 3 en la gran pantalla.
El resultado es espectacular. Una acción vertiginosa, rodada con mucha cámara al hombro en la textura típica del cine de los años 70, sostenida por un conjunto de actores impecables que nos proponen un periplo por la oscura historia de la guerra fría y los tenebrosos corredores que la atraviesan.
La película es tan intensa que alguno de los actores, sirios o de Sudán, decidieron renunciar a interpretar sus papeles, dado el alto compromiso político y la crítica que se extrae del contenido del film. Es muy difícil para todos asimilar que el terrorismo internacional ha sido financiado, apoyado o permitido, durante años, por muchos estados, tanto occidentales como árabes.