El origen de esta expresión viene de la España de la Edad Media. Se usaban orinales cuando la gente hacía sus necesidades. Como en las ciudades no había corrales como en el campo su vaciado se hacía en la calles. Para no sufrir las salpicaduras lo hacían al grito de:
¡Agua va!
Los españoles introdujeron este dicho en América. A partir del siglo xv.
Hacer aguas significaba orinar, aguas menores significaba orines y aguas mayores, excremento. ¡Aguas!, significa ¡cuidado!; «¡aguas, ahí viene tu marido!», «¡aguas, te vas a pegar!». Hacer aguas (menores o mayores), orinar o hacer de vientre; Romper aguas, ocurrir la ruptura de la bolsa de aguas en la parturienta; sin decir agua va, sin avisar, repentinamente.
En Hispanoamérica se utiliza esta expresión.
- En Cuba se usa en singular, ¡agua!, para avisar a los peatones que tengan cuidado cuando se aproxima un automóvil.
- En Colombia «montarle a uno el agua» es molestarlo, «me está echando el agua», me está molestando.
- En Honduras «dar el agua a alguien» es asesinarlo, «le dieron su agüita», lo mataron.
También se utiliza para solicitar ayuda, «échame aguas», vigila que nadie venga o que nadie me vea,
Para indicar que hemos sido burlados o ignorados, «me quedé echando aguas», me quedé como tonto.
«Cambiar el agua a las aceitunas», «voy a tirar el agua», «voy a desaguar», quiere decir, voy a orinar.
El “agua va” en Madrid
Existían en Madrid unos “viajes de agua” que llevaban agua limpia a las fuentes, conventos, hospitales, casas nobles o al Palacio Real, pero no disponía de alcantarillado para eliminar las aguas sucias que generaban los madrileños.
Lanzaban por las ventanas las aguas mayores, las menores y las basuras. En los pueblos se arrojaban en el campo o en corrales, pero en Madrid no cabía esa posibilidad, por lo que se gritaba desde sus ventanas ¡Agua va!
Cuando los visitantes llegaban a Madrid se quedaban asombrados de que sus calles estuvieran recubiertas de fango y los cerdos recorrieran la ciudad alimentandose con los desperdicios que había.
En 1747 el viajero italiano Beretti dijo que Madrid que era la “cloaca máxima, pues paseando por sus calles se está como en una letrina”.
Los madrileños de los siglos XVI al XVIII, creían que el aire de Madrid era de una pureza tan extrema que si no se equilibraba con los vapores inmundos que producían los excrementos podría ser perjudicial para su salud.
Por las calles se decía:
“El aire de Madrid es tan sutil que mata a hombre y no apaga un candil”.
En Madrid el aire, en palabras de un noble canario que se instaló en la Corte en 1736:
"era tan insano que incluso descomponía la plata, ennegreciéndola como si fuera hierro".
Las calles se limpiaban pero muy poco. El aseo de las vías se realizó durante esos siglos de dos formas según el clima:
Si hacía buen tiempo se recogían los restos en carros, pero cuando llovía las calles se llenaban de una especie de cieno que impedía el paso de los carros. Entonces usaban “los carros podridos”.
Eran cajones arrastrados por mulas que arrastraban la basura y excrementos. Se llevaba hasta unos sumideros que desembocaban las inmundicias en el Manzanares.
En Madrid había dos sumideros:
- El de los caños del Peral, donde actualmente está la Plaza de Isabel II
- La del arroyo de Leganitos.
Los madrileños llamaban esta limpieza“la marea”.
Carlos III cuando llega a Madrid la encuentra llena de lodos, basuras y excrementos. Manda al marqués de Esquilache que prepare un plan de limpieza, empedrado, alumbrado y alcantarillado.
Carlos III hizo venir de Nápoles al ingeniero militar y arquitecto Francisco Sabatini, quien, entre los muchos cargos que ostentó, estaba el de Director del ramo de Policía de la Limpieza de Pozos.
También Sabatini fue el responsable de la instalación del primer alumbrado público. En la zarzuela “El barberillo de Lavapiés”, que fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 19 de diciembre de 1874, con libreto de Luis Mariano de Larra y música de Francisco Asenjo Barbieri, se hace alusión a este hecho en los siguientes versos:
"Dicen que Sabatini pone faroles, porque no ve los rayos de tus dos soles, abre los ojos y él los irá apagando poquito a poco, poquito a poco".
El 9 de mayo de 1761 Carlos III recibe la «Instrucción para el nuevo Empedrado y Limpieza de las Calles de Madrid».
Era un proyecto de Sabatini con todo lo que concernía a la pavimentación, el embaldosado de aceras y empedrado de calzadas. La evacuación de aguas menores y mayores (a las que se llama “inmundicia principal”) y la recogida de basuras. Cinco días después el proyecto era aprobado por Su Majestad.
El 13 de mayo de 1761, se publicó una Real Orden para el aseo y limpieza. En ella se prohibía arrojar aguas mayores y menores por las ventanas, canalizando los desperdicios hasta unos pozos negros o fosas sépticas.
Estos pozos se vaciaban por la noche en unos carros a los que el pueblo bautizó como:
“las chocolateras de Sabatini”.
Eran unos carros que disponían de unos depósitos herméticamente cerrados en los que transportar la materia fecal. La construcción de pozos negros fue una medida provisional mientras se construía una red de alcantarillas que permitiera verter directamente las aguas negras de las viviendas al alcantarillado. "Y en cuanto a la limpieza de la vía y de las casas se obligaba a una reforma de lo más exigente, por un lado diferenciar las salidas de aguas menores y mayores. Para las primeras con desahogo de un canalón de hoja de lata o de plomo sobre los tejados, instalando también arcaduces vidriados en las cocinas que podrían estar empotrados en la fachada con término en la vía pública, en pozos o en arroyos de la calle. Todo para que las aguas sucias desembocaran en sitios alejados del propio hogar y evitar el «¡Agua va!» que tanto daño había hecho a los madrileños". Carolus (Ediciones B, 2017) Carolina Molina
La Orden prohibía que los cerdos anduviesen por las calles, a no ser que fuese para llevarlos al campo antes de la salida del sol y recogerlos después de la puesta.
Todos los carruajes que entraban a Madrid cargados con mercancías, la mayoría llevaban pan, tenían que llevarse a la salida las basuras y desperdicios de los madrileños.
Se autorizó a los alguaciles a entrar en las casas una vez a la semana para comprobar que estuviesen limpias. Si alguna de ellas no estaba limpia podían multar a los dueños.
En 1764, otra Real Orden obligaba a los madrileños a barrer la parte delantera de su casa a primera hora de la mañana, y de mayo a octubre también debían regarla.
A los madrileños les sentaron mal estas medidas y por tanto protestaban. Carlos III, que no comprendía el porqué de las quejas exclamó:
“Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava”.
En 1797 un diplomático francés que residió en la Corte dijo que Madrid era
una de las poblaciones más limpias de Europa.
No solo en Madrid
En muchas ciudades europeas de la Edad Media y principios de la Edad Moderna había acumulaciones de basuras, aguas residuales discurriendo libremente por las calles, grandes barrizales cuando llovía, polvo en verano, malos olores y focos de infección.
Las basuras se llevaban a las afueras de la ciudad, a las murallas y puertas o a las proximidades de los ríos.
En Cuenca
Por ejemplo estaba prohibido hacer hogueras en las calles para evitar malos olores. También se ordenó que no se echasen basuras ni escombros en las puertas de la muralla.
El castigo era limpiar el tramo de cada casa, además de la multa económica, según se legisló ya en la Edad Media en el Fuero de Cuenca.
En unas ordenanzas municipales del siglo XV se prohibía arrojar aguas limpias por puertas y ventanas sin dar previamente los tres avisos del clásico ‘¡Agua va!’
Sin decir agua va
Sin decir agua va es una expresión utilizada para expresar que se realiza una acción sin avisar.
Castigo por no decir “agua va”
Durante el reinado de Felipe III, el día 22 de agosto del año 1611, en la ciudad de Cuenca, en la calle del Peso, junto a la plazuela de santo Domingo, se inició un proceso judicial, de oficio de la justicia, contra una criada de Cosme de Molina, canónigo de la parroquia de san Gil. Y así dice el documento:
“Su merçed, don Gerónimo de Aguayo y Manrique, corregidor y justicia mayor en Cuenca y su tierra, dixo que ará poco a, pasando su merçed por la calle que llaman del Peso, junto a la plazuela de santo Domingo de la dicha çiudad, donde vibe el benefiçiado Cosme de Molina, una criada suya derramó un caldero de agua por una ventana sin deçir ¡agua va! como es obligado, y en quebrantamiento de los pregones de buen gobierno y orden desta ciudad”.
Al instante, “su merçed mandó se sacase de la dicha casa y se pusiese en la cárçel a la dicha criada. Y porque semejante atrevimiento y desacato no quede sin el castigo que merece mundanalmente, se haga cabeça de proçesso contra la dicha criada”.
Se interrogó a diversas personas, los testigos, siendo una de ellas Pedro de Gálvez, alguacil de la ciudad, que confirmó los términos de la denuncia:
“Pasando el señor corregidor, y este testigo acompañándole con otros, por una calle que está junto a la plaçuela, una moça vertió un caldero de agua, y su merçed, por averla echado desde la ventana alta sin decir ¡agua va!, mandó que la llevasen a la cárçel”.
Se ordenó sacar de la casa una prenda, un cántaro de cobre que fue depositado en casa de Miguel Tello, pastelero.
Su amo, un canónigo de la catedral de Cuenca, párroco de la iglesia de san Gil, enterado de lo sucedido, salió inmediatamente al encuentro del corregidor para interceder por ella:
"suplicándole perdonase que su criada avía andado malmurada y le pesava de que en su casa se diese disgusto, que fuese servido mandar se le volviese el cántaro".
El corregidor resolvió:
“En el dicho día, veinte y dos de agosto del dicho año (…) que, pagando la criada del dicho beneficiado Cosme de Molina, limosna para seis misas, se le vuelva el cántaro que se sacó de prenda. Y así lo proveyó”.
El año 1854, en un Informe de la Comisión Permanente de Salud Pública de Cuenca, se decía:
“En muchas calles públicas existen sitios indecentes por la inmoral y asquerosa costumbre de poner en ellas las heces ventrales y de la orina (…) a la par que se ven salir de las casas orificios para las aguas sucias y el orín (…) y en cuanto a las más retiradas y callejuelas sólo puedo añadir que están intransitables a causa de su poco aseo. Los depósitos de estiércol no sólo no existen sino que hasta se almacenan en el interior de algunos edificios”.
Durante el siglo XX las Ordenanzas Municipales determinaban que los vecinos debían limpiar sus puertas y calles:
“Todos los propietarios de casas o inquilinos harán barrer esmeradamente todos los días los espacios que dan frente a sus casas, patios, corrales, jardines y cualesquiera otro edificio debiendo retirar las basuras y nunca depositarlas delante de las casas de los otros vecinos.
La limpieza deberá estar terminada a las diez de la mañana y queda prohibido terminantemente quemar paja o basura en las calles ni en ningún punto de las vías públicas”.
En la actualidad, la limpieza de nuestras calles es una de las funciones que deben desempeñar los ayuntamientos.
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