Dos días más tarde que Rubalcaba, Carme Chacón aterrizó en Sevilla para anunciar un “tiempo nuevo” en el socialismo. En el mismo escenario que su antecesor, pero con un tono más mitinero y en un acto bastante mejor organizado, también de cara a que la prensa pudiera hacer su trabajo con mayor comodidad, -el equipo del ex vicepresidente debería plantearse una demanda por agravio comparativo contra la organización por dicho motivo-, la ex ministra abarrotó el salón de militantes que esperaban expectantes sus palabras el Hotel Ayre de Sevilla.
El discurso de la catalana abundó en lugares comunes con el de su predecesor, hasta tal punto que bien podría imaginarse la existencia de anuencia previa en tal sentido. La misma profusión de elogios a Zapatero, al modelo de gobierno de la Junta de Andalucía, a la persona de Griñán, “el espejo donde los socialistas y la socialdemocracia europea se está mirando”, y a Felipe González y a Alfonso Guerra, padres del socialismo moderno.
Idéntico itinerario histórico por los congresos decisivos en la larga vida del PSOE; el de Suresnes y la toma del control por el aparato del interior, el 28 bis y la caída del marxismo que supuso la conversión automática en opciónde gobierno y el 35 congreso, el de la democracia, la unidad y la integración tras la victoria de Zapatero. Al venidero lo denominó “el de Andalucía”, porque según ella marcará el inicio del camino de la victoria de Griñán en las autonómicas de marzo. Y, cómo no, la indispensable retahíla de piropos a Sevilla, a la que calificó como “el corazón del corazón del socialismo”.
Como Rubalcaba, también comenzó por sus primeros pinitos en el partido, en su caso una frase legendaria de su abuelo que ha marcado toda su vida. Sacó a relucir el mismo eslogan de “crecer y ajustar”, la misma Europa “más Europa que nunca” y el mismo militante comprometido que sea “agente de transformación positiva de la sociedad”. Demasiadas coincidencias y eufemismos.
Lo que sí dejo claro Chacón es que está en campaña. Pero no de cara a la militancia del partido a la hora de elegir un nuevo líder. Ella está en campaña electoral. Como si hubiese comicios dentro de dos semanas. O al menos eso parecía. Cualquiera que hubiese escuchado sus explicaciones sobre lo que hace falta para salir de la crisis hubiera llegado a la misma conclusión final: ¿dónde ha estado metida esta mujer en los últimos ocho años?
Su intervención pecó de una excesiva presencia del Partido Popular y sus líderes, en especial Arenas y Rajoy, como si hubiese percibido entres sus militantes la necesidad de reafirmar el perfil identitario del enemigo. Parecía como si estuviese ante un electorado, más que ante un nutrido grupo de militantes curtidos con avidez de que les explicara cuál iba a ser su modelo de partido. Por cierto, algo de lo que apenas habló, sólo una vaga referencia final relativa a la necesidad de “abrir el partido a la ciudadanía”. A esta mujer se le nota que le puede el marketing.
Las alocuciones de Chacón se caracterizan porque ella nunca marca el tempo de la oratoria. Demuestra serias dificultades a la hora de conducir las reacciones del auditorio por los senderos emotivos que caracterizan sus intervenciones. De ahí que la mayoría de las veces que irrumpe el aplauso lo haga de manera que ella aún no ha concluido la exposición. En esto Rubalcaba le saca kilómetros.
Del contenido de su arenga, poco que decir. O al menos poco nuevo. En ningún instante sacó a relucir la más mínima autocrítica y articuló un discurso continuista y dirigido fundamentalmente a sacudir la emotividad de los oyentes, a intentar conmoverles el corazón, a veces incluso de manera un tanto abusiva. Abundaron las alusiones a las mujeres y a la necesidad de desarrollar la igualdad de géneros, pero sin propuestas concretas sobre cómo conseguirlo.
Tampoco hubo demasiadas explicaciones sobre el modelo de partido que propugna. Sólo que defiende una economía “innovadora y productiva”, una fiscalidad “justa y redistributiva”, una sociedad “que estimule la iniciativa y que ampare el infortunio”, una democracia “fuerte” y un partido “al servicio de nuestros ideales y de nuestra gente”. Un ejercicio inconmensurable del uso del adjetivo como definidor del modelo de sociedad.
Pero todo muy en abstracto, envuelto en un halo de ambigüedad que dificultaba su comprensión, convocando al asidero del “orgullo socialista” para superar los momentos de crisis que está viviendo el partido y volver a “recargar el PSOE”. Mucha retórica, poco pragmatismo y menos explicaciones sobre cuáles son los resortes que van a proporcionar al militante ese papel protagonista que ahora todos parecen empeñados en otorgarle. Una recarga a tope que busca desesperadamente batería donde descansar.