Algún chispazo que no encuentra combustible
Estamos ante un poemario irregular. La propia estructura con la que ha sido concebido, cercana al cuaderno de notas, ya se lo pone complicado. No hay un afán de unidad, de orden o de concierto. Todo es sincopado: temas, tonos, formas y voces. A algunos esto podrá parecerles una ventaja o un acercamiento a la sinceridad; a mí me habla más de poco trabajo, de ansias por publicar y de decir por decir. Aun así, hay detalles de la voz poética de No ardo, me oxido muy interesantes; matices y altibajos, de esta poeta que defiende la sinceridad sin tapujos.
El vaivén en la calidad de los textos se puede apreciar a lo largo de toda la obra. Pondré como ejemplo un recurso que la autora utiliza con profusión y no siempre con acierto. Se trata del uso recurrente de lo que he llamado "versos aclaratorios en cursiva" y que no son más que puntualizaciones a lo dicho en versos precedentes. Esta costumbre estilística es una marca de la voz poética que encontraremos en este No ardo, me oxido; un vicio o una virtud según gustos y oportunidades. A veces este pequeño efecto termina de redondear un verso y otras aparece como contenido redundante o artificio fallido.
Creo que ha quedado clara la impresión que me he llevado de este libro. Ya desde el prólogo, a cargo de Gsús Bonilla, se nos dice que tenemos delante una recopilación de textos sin pretensiones. Pero a veces hay que pretender algo, intentar algo, pergeñar algo; y no solo contentar el deseo de vestir, apresuradamente, al niño de domingo. Se echan de menos algunas líneas de evolución dentro del poemario o, al menos, una ordenación temática. También falta un propósito claro para asentar una progresión inexistente. Porque el caos está bien, genial a veces, pero esto no es una manifestación del mismo, sino un montón de poemas que se han tomado, como el presentador del telediario hace con sus folios al finalizar el informativo, y ordenado a golpes suaves, disimulados, para que los folios cuadren en una especie de aleatorio brindis y cruce usted los dedos. Esto, a pesar de dejar al descubierto mucha sinceridad y sencillez, que son evidentes en la voz poética, es, para mí, más un inconveniente que una supuesta ventaja, como se nos quiere hacer creer.
no ha precisado una estructura ni fragmentación que ubique los poemas por temáticas o formas o modos o estados, ha obviado la cronología, la extensión y ha presentado, con valentía, la pureza del cuadro original, sin apenas modificaciones.
Una vez expuesta la parte más crítica, ahora hablaré de las virtudes de este poemario. En él, a poco que uno para y afila la mirada, se pueden encontrar buenos textos y buenos versos. A eso voy, a seguir añadiendo poesía a Libros Prohibidos, a seguir sumando reseñas de esta prolífica editorial, Baile del Sol, que tanto hemos leído por estos páramos. Y a engrosar la lista de libros que participan en el premio Guillermo de Baskerville que organizamos en esta casa. No ardo de entusiasmo con lo que he leído, pero tampoco me quedo congelado como los soplillos de Edmund Hilary.
Cuando el fuego suena, agua lleva
Me centro pues en las muchas buenas cosas que sí podemos encontrar en este libro. En primer lugar me ha llamado la atención como los poemas, si los miramos desde arriba, intentan despojarse de artificio para adquirir un tono de niño viejísimo, de inocencia cínica, de conversación -más bien reflexión- tabernaria. Hay ingenio y ganas de decir. Se nota influencia de algunas mañas poéticas muy actuales; destacando la omnipresencia de Iribarren, que en los versos de Carmen del Río Bravo se torna algo menos airoso y algo más airado.
El verso libre, las longitudes varias, el golpe antes que la forma, mandan en todo el poemario. Se apoya la poeta en elementos de repetición sonora, en martilleos léxicos, para marcar algo de ritmo en algunos de sus textos. Verso libérrimo que cuando pierde las ganas de bailar se acerca (a veces peligrosamente) a la prosa reflexiva.
Encontramos cronología y postales personales muy bien dibujadas. En No ardo, la poeta nos lleva por sus tiempos y lugares; nos abre sus estampas para que revivamos las nuestras. Esta apertura, tan humana, es una de las grandes virtudes de la mayoría de los textos. También encontramos pinceladas de poesía reivindicativa, social incluso, que alterna con otra más introspectiva, tendente a la autorreflexión. Ambos registros siempre con piel de temas, tamaños y tonos mestizos.
Ríndete.
Ya sé que rendirse tiene mala prensa.
Pero ríndete.Deja que el dolor te doble.
Que el miedo te pare.
Que el sueño te venza.Ríndete.
Doblada. Parada. Vencida.
Levántate.Tú y yo sabemos que
de nuevo
Estarás lista.
A veces, esta reivindicación se transforma en pataleta algo insulsa. Otras, el viaje interior se apega demasiado a lo mundano, al juego de palabras (aquí está Karmelo aún con legañas y con el mazo dando) algo tópico, sobre todo cuando aparecen los vapores amorosos entre los versos. Ahí fallan, se mojan, no prenden. Algunos finales se escoran demasiado hacia el chascarrillo, y la mezcla entre lo trascendente y lo cotidiano no siempre queda con una textura apetecible. Pero, en general, el tono rotundo acaba saliendo a relucir, a tomar aire, y nos invita a compartir la visión de una voz oprimida que se queja y no quiere que caigamos nosotros también en ese dolor.
Me han parecido especialmente meritorios los textos más libres, aquellos en los que la poeta se olvida de satisfacer a sus referentes y, sin la mesura de la factura artística sobrevolándole la lengua, es capaz de impresionarnos con su sinceridad. Son, casi siempre, los textos menos narrativos, los que tiran de libre asociación y brevedad léxico-semántica, y que tienden a la autoafirmación deliciosamente deslavazada.
Casi no cocino.
No ordeno.
No recojo.
Bajo la basura cuando huele.O cuando se desborda.
Cuando la voz de No ardo, me oxido se suelta, por ejemplo en la búsqueda de verdades en territorios del feminismo más guerrero, el poema gana en complejidad y expresividad, se desborda el sentimiento y las ganas de decir con una rabia serena que hace que todo luzca y lata. El efecto contrario se da en algunos poemas que quieren ser vehementes, pero que se leen como simples insultos prejuiciosos.
En definitiva, un poemario que tiene destellos, pero al que se le nota mucho que es una ofrenda (no sé bien a quién). Por la profusión de dedicatorias y agradecimientos más parece que la poeta esté pagando una deuda que ofreciéndonos algo a los lectores. Sea como sea, he visto algunos textos magníficos que me sirven para saber de lo que es capaz la autora. Espero que en el futuro quiera conmovernos más que con este libro. Que es capaz de hacerlo lo demuestra en poemas como "Religiones", "Como los presuntos monos" o "Me dijiste puta". Estaremos atentos.