Zubin Mehta es un director que disfruta con las partituras ágiles, chispeantes, y en Carmen tiene mil y un momentos en los que la música le permite sacar lo mejor de la orquesta. Adolece, en cambio, de una falta de profundidad psicológica cuando la música demanda patetismo, algo especialmente notable en el tema del destino, por el que pasa de puntillas. Nada sorprendente, ya sabemos todos como se las gasta Mehta y ayer cumplió con lo que se esperaba. A mí me suele gustar y así lo hizo ayer. No lo cambiaría por otro director más comprometido con el dramatismo que a cambio no consiguiese sacar ese sonido deslumbrante de la orquesta en las escenas que se prestan a ello.
Muy bien la orquesta, a pesar de ligeras desafinaciones puntuales en los vientos durante el primer acto, y bien el coro, derrochando potencia cuando Mehta así lo requería. No tan bien la Escolania de la Mare de Déu dels Desamparats.
Marcelo Álvarez se enfrenta a un reto cada vez que canta Don José, ya que su voz de lírico, muy apropiada para los dos primeros actos, se encuentra al límite de sus posibilidades en los dos últimos. Ya hace tiempo que canta este papel y sabemos que supera el reto, pero aún así uno no puede evitar preguntarse en cada ocasión si lo logrará. Mehta estuvo ayer condescendiente y le ayudó tanto a él como a Garanca (algo que no está haciendo en una partitura inmisericorde como es la de Salomé, por cierto), y Álvarez pudo brillar en los momentos más líricos, como la emotiva aria de la flor que cantó con muy buen gusto. Sin embargo, no me gustó tanto su interpretación veristoide en los dos últimos actos, llena de excesos gestuales y gritos propios de los tenores dramáticos de hace cincuenta años, ahora ya en desuso, y que nada tienen que ver con el excelente tenor lírico que escuchamos en la primera mitad de la obra. Una vez más, si Saura hubiese hecho su trabajo y le hubiese indicado como debe afrontar el papel, podría haber mejorado mucho. Pero con excesos y todo, su Don José fue todo un lujo. Ya sé que muchos tenéis otro nombre en la cabeza, pero para mí el de Álvarez es el mejor Don José al que se puede aspirar hoy por hoy.
Una agradable sorpresa supuso la Micaela de otra letona, la soprano Marina Rebeka. Una voz grande con la típica oscuridad tímbrica de las voces eslavas, con agudos carnosos y seguros. El papel de Micaela sólo le da una oportunidad para lucirse y la supo aprovechar. Es inevitable pensar que el reciente fiasco de La Traviata en Les Arts habría sido muy distinto si en vez de contar con la deficiente soprano rusa Hibla Gerzmava hubiese sido Rebeka la protagonista, tal y como se anunció durante toda la temporada.
El difícil papel de Escamillo fue interpretado por Alexánder Vinogradov, quien no estuvo al nivel del resto del reparto. Voz opaca y gutural, engolada y con cambios de color inadmisibles. Al menos tiene volumen, pero poco más. Hace tres años este papel lo cantó Carlos Álvarez y ayer se le echó en falta. Al igual que le pasó entonces a Álvarez, al pobre Vinogradov le toca hacer unos pases con el capote durante su aria, consiguiendo uno de los momentos más ridículos de la ya de por sí ridícula escena.
En los papeles de menos peso, me gustaron Fabio Previtale y Vicenç Esteve como Dancaïre y Remendado, me parecieron correctos Nicolas Testé y Mario Cassi como Zúñiga y Morales y no me gustaron Silvia Vázquez y Adriana Zabala como Frasquita y Mercedes.
La puesta en escena de Carlos Saura, un bodrio ya conocido en Les Arts, consiste en poner unos cuantos paneles (sí, los omnipresentes paneles blancos de sus películas) repartidos por el escenario, introducir un par de números de baile que no vienen mucho a cuento y dejar que los cantantes y el coro se muevan a su bola por el escenario. Afortunadamente, el cartón piedra que se usó hace unos años para el tercer acto ha sido eliminado y se ha sustituido por... ¡más paneles! Estamos ante la negación de la puesta en escena. No hay dirección de actores, no hay movimiento de masas más allá de "ahora salís" y "ahora entráis", no hay ningún intento de penetrar en la psicología de los personajes. No hay nada que no hubiese podido hacer un decorador de interiores, y aún así, desde el punto de vista estrictamente decorativo, el resultado sigue siendo pobre. El vestuario es lo más salvable, aunque no deja de ser el típico desfile de trajes de gitana que ya hemos visto mil veces. Sigo sin entender por qué los soldados van vestidos como si estuviesen el la II Guerra Mundial. La iluminación, en cambio, es ridículamente obvia y pueril, abusando del recurso de iluminar en rojo las escenas de pasión y dramatismo. Podría decirse que la puesta en escena no aporta nada pero tampoco interfiere, pero es que no es así, porque escenas tan ridículas como el apretujamiento del coro en el primer acto en la boca del escenario o el desfile de los toreros en el cuarto acto interfieren en el disfrute de la obra. En conjunto, una tomadura de pelo que demuestra que Saura podrá saber mucho de cine pero de teatro no tiene ni idea y de ópera menos. Se llevó su buena ración de abucheos y en este caso, a diferencia de la reciente Salomé, fueron totalmente merecidos.
Podéis ver un fragmento de un ensayo AQUÍ.