Carne al peso

Publicado el 22 octubre 2011 por Rbesonias



En la Antigüedad, era habitual deshonrar a los enemigos, mutilando su cadáver, sometiéndolo a escarnio público y negándole un entierro digno. El gran héroe Héctor fue arrastrado por los tobillos a lo largo de las murallas de Troya y estuvo a punto de ser abandonado sobre la tierra para que los buitres hicieran de su cuerpo yacente un suculento manjar a no ser porque Príamo, su padre, intercediera ante Aquiles. Pero no hay que irse muy lejos; en España, durante la Guerra Civil, al igual que en muchas otras contiendas del siglo XX, los cuerpos enemigos eran deshonrados en fosas comunes, condenados al anonimato. Tanto la exposición pública como el ocultamiento de cuerpos han sido estrategias comunes a casi todas las guerras. La intención era humillar u ocultar la memoria de los caídos ante sus conciudadanos y enemigos. El cuerpo, una vez muerto, seguía teniendo un valor político y moralizante. 
Pero también los vivos son utilizados a menudo por el bando enemigo para hundir la moral del oponente. Durante la Guerra de Yugoslavia (1992-1995), además de la limpieza étnica, se practicaba habitualmente la violación colectiva de mujeres musulmanas con el fin de dejar simiente bastarda entre los supervivientes. Los griegos de la Antigüedad, que inventaron la filosofía, que crearon obras teatrales extraordinarias y levantaron monumentos inmortales, también practicaron la violación como una táctica de guerra. Las mujeres eran poco menos que ganado -botín de guerra, lo denominaban- que pasaba de unas manos a otras, según quién fuera el vencedor. No las asesinaban, como a sus maridos; permanecían vivas en recuerdo de quién había sido realmente el vencedor. En un plano más psicoanalítico, podemos interpretar la violación en tiempos de guerra como un símbolo del poder del macho, que deja su marca de territorio en el cuerpo lacerado de las mujeres de su enemigo. Volvamos a la Guerra Civil y recordemos a las numerosas mujeres que fueron rapadas al cero, obligadas a tomar aceite de ricino y a ser expuestas ante la mirada perpleja de sus vecinos.
La guerra es considerada la más cruel de las acciones humanas precisamente porque su estrategia consiste en someter a los cuerpos del enemigo a un proceso de deterioro, vejación, mutilación y amnesia histórica. Su humanidad es rebajada a la categoría de mera carne al peso. 
Si a esto añadimos el agravante de que el cuerpo demandado es el de un tirano, el encono con el que el enemigo exige capturar, asesinar y exponer públicamente su cuerpo ante la opinión pública se multiplica, apoyado por la rabia popular y la legitimidad moral que el vencedor cree poseer.
Ramón Besonías Román