Carod y los accidentados

Publicado el 07 abril 2015 por Alejandropumarino

Escribe Carod: “Leyendo la prensa, hay víctimas de muchos países: alemanes, franceses, españoles, británicos, argentinos, norteamericanos, mexicanos, japoneses, turcos, belgas, daneses… ¿Y catalanes? ¿No había catalanes entre las víctimas? ¿En un vuelo que va de la capital de Cataluña a un destino europeo no volaba nadie del país desde el que partió el avión?”.

Él mismo se contesta: “Pues no. Desde el punto de vista político no. Porque el país en cuestión no existe. No es ningún estado. No sale en ningún mapa. Sus autoridades no llegan al lugar del siniestro con un avión de las fuerzas aéreas nacionales, sino como pasajeros invitados de otro ejército. Las banderas del país inexistente no ondean al viento (…) Y en el monumento que se alza en tierra occitana, la inscripción está escrita en francés, alemán, español e inglés, pero no en catalán. Porque no hay ningún estado de la Unión Europea que tenga esta lengua como oficial”.

De todo lo cual, Carod concluye: “Nuestros muertos no existen, sólo están vivos en nuestro recuerdo. Ni existe su bandera, ni su lengua, ni su identidad nacional. Los catalanes, incluso para morirnos, necesitamos un estado para existir, para continuar vivos en la memoria de alguien”.

Pues bien, Sr. Carod, o López, o como quiera que se llame, es bastante fácil de entender. Se lo explicaremos en términos que incluso vd. lo pueda comprender sin demasiada dificultad. Los muertos, tristemente fallecidos por la locura de un criminal, eran españoles y catalanes, que es la misma cosa aunque le moleste tan profundamente. Tiene un curioso sentido de la nacionalidad, pues vd. mismo nació en Aragón, lo cual, en términos legales, le dificultaría obtener unos derechos que se adquieren simplemente por venir al mundo en determinado lugar; su catalanismo es impuesto y es además una impostura para sus réditos electorales, personales o del tipo que sean y para lo que no duda en utilizar los cadáveres de los accidenados como ariete de sus propios intereses. Vergonzoso.