Wilhelm es un judío (aunque alto, rubio y entrado en carnes) de unos cuarenta años que ha ido encadenando una mala decisión tras otra. Ha fracasado en su matrimonio y su esposa no le concede el divorcio, ha fracasado como actor y como representante comercial y su padre se niega a respetarle y, más aún, a ayudarle a salir adelante. Confía sus últimos ahorros al persuasivo Tamkin, un psicólogo que le anima a buscar una salida en la especulación financiera. El título del libro alude al tópico que invita a valorar sólo el presente. El charlatán Tamkin le anima a luchar por la vida, al mismo tiempo que lo embauca.
Wilhelm ya casi no distingue entre sus propias mentiras y lo que ha sucedido realmente en su vida. Es el tipo de hombre que se empeña en negar la realidad. Se debate entre la justificación filosófica (¿mala suerte, flaqueza, cansancio, una sociedad llena de cinismo, falsedad y competencia, una familia donde los lazos de la sangre no cuentan, el sentido de la vida es realmente el dinero?) y las urgencias del ahora, y se juega su porvenir a una carta.
Un personaje inolvidable, de los muchos que nos ha dejado Bellow en su retrato de la épica del hombre corriente, que será completado y ampliado con Herzog en 1964. Recuerda la triste historia del Willy Loman de Arthur Miller. Su angustia nos enseña cosas. Es un fracasado con encanto y en la cuerda floja que no acierta a ver lo que tiene delante de sus narices: que el problema nunca son los demás.