La obra se sostiene y eso ya es bastante. Los consejos del escritor periférico han sido suficientes para que su autoestima mejore. Ahora sólo faltará mandar el ejemplar a las editoriales para que se la quiten de las manos.
Pero, a qué editoriales? Porque el escritor-neófito no sabe nada de editoriales. Apenas se ha fijado en el nombre de las mismas, ni en sus colecciones, ni en nada de nada. Por tanto, comienza a comprar un libro de cada editorial que encuentra, lo que supondrá un presupuesto. Ahí en el interior observará que algunas tienen su dirección y teléfono y otras incluso su página web. Es entonces cuando la vocación de investigador privado se desatará en el escritor. Comenzará a rellenar una base de datos enorme con las editoriales más importantes del país, que para las pequeñas ya habrá tiempo.
Porque algo tiene claro nuestro hombre, su libro es bueno y va a ser el bombazo en la nueva narrativa española.
Una vez realizada la selección comienza a mandar los manuscritos con una carta que explica su escaso CV (una birria, por cierto, que debe ser aumentada con todo tipo de mentiras piadosas) y las maravillas de la novela (singular, única, comercial, etc.).
Al poco tiempo empezará a recibir el mismo libro sin desempaquetar de alguna de la editoriales que le comunica que no recibe manuscritos sin solicitar. Otras, le contestan con amabilidad que lo han pasado al departamento de lectura y que –debido a la cantidad de manuscritos recibidos (¿pero hay tantos anormales que dedican dos años y tres meses y cinco días y veinte minutos a escribir?)– tardarán entre tres y seis meses en dar una respuesta. Las más, darán la callada por respuesta.
Es entones cuando comenzará a pensar en el plan B.