En ese sub-mundo el escribidor aprenderá a vivir en precario. El de veinte años será un manitas y sacará partida a todo lo que descubra en la red con soltura, introduciendo fotos, linkando artículos, metiendo vídeos, sacando comentarios jocosos, abriendo facebooks y twitters, arrastrando a las masas. El de cuarenta utilizará toda su experiencia para no quedarse descolgado del sistema y suicidarse antes de tiempo. El de sesenta se las pasará canutas para encender el ordenador y que el puto windows arranque correctamente y la mierda de impresora imprima algo bien.
En cualquier caso, el escritor cibernético, tras un tiempo escribiendo memeces y copiando a otros blogueros, vivirá entre admiraciones, indiferencias, acosos o desprecios en un entorno complejo donde todo estará permitido, en especial el insulto anónimo. Por ello se convertirá en una especie de luchador de Sumo, apoyando todo su peso de un lado a otro del ordenador con desigual fortuna.
Lo bueno es que descubrirá rápido que otros escribidores han pasado por su misma experiencia e incluso más (blogs escritora en busca de editorial; escritor novato; nuevos escritores; me cago en los editores; etc). Y también verá que hay formas de salir de la miseria. De hecho, como una iluminación, descubrirá que hay otras vías de llegar a la publicación de su obra (no, todavía no habrá llegado a la autoedición, eso vendrá después, no se impacienten).