Es entonces cuando el autor empezará agriarse porque su mundo literario será mucho más atractivo que el real; es entonces cuando comenzará a confundir las cosas y llamará a su mujer como a la amante de la novela; a su banquero como al asesino de su obra. Incluso nombrará al camarero de su bar como su homólogo ficticio.
Por lógica ese comportamiento dará lugar a muchos comentarios y alguna que otra crítica. Durante unos días dormirá en el sofá del salón a la espera de una reconciliación conyugal. Además, la renovación del crédito será incrementada con un cuarto de punto, y su camarero ya no le calentará la leche como antes.
Como consecuencia de ese caos vital, algunos escritors comenzarán a beber más de la cuenta. Otros se adentrarán sin remisión en el mundo de las drogas y del puterio. Todos estarán amargados.