Es entonces cuando el escritor novato se planteará codearse con la sociedad literaria del lugar. Por qué ya es un escritor con obra, con una buena obra, que nadie lo dude, una obra llena de virtudes, aunque con algún pequeño defecto. La búsqueda no será fácil. Los escritores locales trabajan en tribu y han copado los sillones literarios del lugar. Se mueven en manada y defienden su territorio a base de sonidos guturales y trompazos (golpes con la trompa, para que se entienda).
La tribu literaria se parece a todas las tribus del mundo: es necesario pertenecer a ella para que ella te pertenezca a ti. Por eso, el escritor neófito no suele ser admitido en los grupos ya formados porque distorsiona los complicados equilibrios existentes, en especial si ronda los sesenta años y está un poco sordo.
No es que se le diga que no, lo cual sería una grosería y una falta de educación, sino que se le hace sentir un paria para que no se sienta cómodo, para que dude de su valía, para que tenga que arrodillarse ante los demás durante una temporada, como ellos se arrodillaron en su momento (lo que pasa es que no cuentan con la artrosis del colega).
Por eso, una de las pruebas iniciáticas típicas será preguntarle delante de todo el mundo cuántos libros ha publicado a estas alturas de su vida, cuestión viciada desde sus inicios porque si hubiera publicado sería conocido, lo cual es justo lo contrario.
No obstante el escrito novel siempre cree que la tribu le va a reconocer su valía y proporcionar ese plus de conocimiento y contactos que le faltan para ser un escritor profesional. Esa será su gran equivocación porque los escritores profesionales no suelen soltar prenda de lo que saben, ya que aprendieron desde la primera lección que la información es poder, un poder limitado y no demasiado atractivo, pero real. Las pocas informaciones que consiga serán puras desviaciones hacia lugares sin retorno, donde el neófito se perderá sin remedio y quedará extenuado.
Pero no importará, el escritor neonato seguirá adelante con voluntad de hierro, porque afirmará para sus adentros que nunca quiso hacerse escritor para compartir nada, sino para dejar de compartir su vida con sus semejantes.