Carrera Literaria-La primera frase (5)

Por Gfg
Claro, la famosa primera frase. Esa frase que hace que el futuro profesional del escritor penda de un hilo. Porque los editores que se precien siempre mirarán con lupa ese fogonazo, esa sentencia que sirve para vislumbrar las trescientas páginas que la acompañan de manera absurda y, ¡cómo no!, innecesaria. Lógicamente, el escritor no nato está aturdido ante ese latiguillo y comienza a probar. Desde El Quijote nada hay novedoso, se repite angustiado. Pero no se rinde sin luchar. Empieza por garabatear la síntesis del libro (le ahorra esfuerzo al lector editorial), después una idea vaga que refleje algún aspecto de la trama (confunde al lector editorial), más tarde una impresión de algo (provoca al lector editorial), por fin un pensamiento absurdo totalmente desligado de la obra (estimula al lector editorial y le obliga a buscarse la vida).Los primeros tachones de un escritor son para esa frase maldita que se ha hecho tan famosa. Por eso, los libros se retrasan tanto, porque no encuentran su frase, esa frase que presagie genio, que ofrezca estilo, que imponga respeto entre sus lectores y, lo que resulta más importante, entre otros autores.No satisfecho de lo escrito, se da cuenta de que el esfuerzo que tiene por delante es mucho mayor de lo que pensaba. La idea ya no la ve tan clara porque la primera frase no le acaba de encajar. Y sin primera frase no hay primer párrafo (así hasta el infinito literario).Y comienza la crisis a los pocos días de pelearse con la primera frase. El escritor minucioso se percata que de poco le sirve la minuciosidad porque no se le ocurre nada. El escritor intuitivo es consciente de que con eso sólo tampoco va a ir muy lejos. Empiezan a dormir mal. Tienen pesadillas con frases que les vienen a sus cerebros deformadas. La pesadilla crece y crece hasta que llega a su culmen cuando la voz del hipotético lector editorial les dice: mal, mal, ¿qué hacéis durmiendo?, acabáis de empezar y estáis acogotados. Poca raza de escritor (lo de la raza se utiliza mucho para discriminar al buen o mal escritor, al bueno o mal editor, al buen o mal futbolista). Que sepáis que todavía os falta la frase final, esa frase de la que no se escapa nadie. Pensadla bien, porque soy inflexible con ella.