Carrera Literaria: 'Quiero ser escritor'

Por Gfg

El primer obstáculo de una carrera literaria aparece cuando la persona decide que quiere ser escritor. Esto sólo sucede en tres momentos de la vida (ni uno más, ni uno menos). Cuando el individuo ronda los veinte años, se despierta un día y asume que va a dejar la carrera (en general estudia derecho o psicología) y que se va a dedicar de lleno a emborronar las cuartillas de su bloc hasta llegar a la cima literaria. Es un momento clave en el desarrollo personal del futuro escritor. Sus primeros pasos son comunicar a todo el mundo esa convicción. Comienza su andadura profesional soltándoselo a sus padres quienes le responden en la línea de, sí, lo que nos faltaba, un vago en la familia, para eso te hemos metido en la universidad y hemos ahorrado durante años, encima qué van a pensar los abuelos, los vecinos, los amigos, aunque bien mirado si fueses como ese espadachín de Pérez Reverte (sólo leen El Semanal los domingos) que vende libros como churros…


El joven escritor ignora las afirmaciones contundentes de sus padres y decide que va a escribir de todas formas. Empieza por la poesía porque le produce placer ver rellenar hojas con bastante rapidez y, pronto, salta al género por excelencia, la novela, con una trama rompedora de escritor joven –la opera prima siempre trata sobre escritores que escriben– que comienza su andadura profesional y sufre todo tipo de desprecios por parte de su entorno y por parte de otro escritor amigo, envidioso y sin talento, que le manga el manuscrito cuando está casi terminado y lo publica subrepticiamente con un editor siniestro que va siempre de negro.

El segundo momento para dedicarse a la narrativa de manera profesional llega con cuarenta años, cuando los niños y las facturas se le suben a la chepa y le falta oxígeno (generalmente los escritores a esa edad sufren de asma). Entonces decide que ya no aguanta más, que ha perdido veinte años de creatividad, que no quiere morir como su padre sin haber realizado sus sueños. Pasa, en su momento, a decírselo a su media-orange que le mira con ojos perversos y le comenta, hoy has bebido ¿no?, claro tanta comida de trabajo no puede traer nada bueno, además te estás poniendo como un cachalote. Pero el escritor de cuarenta años es un hombre ducho en peleas y sabe que ésta la tiene ganada, por eso vuelve a sonreír y le informa de manera neutral, sí voy a dejar el trabajo y me voy a dedicar a escribir, tengo en mente una idea (ver más adelante LLEGO LA IDEA). La media-orange empieza a calentarse y le informa que están en medio de una hipoteca a treinta años (hasta los cincuenta y cinco), que las hijas van a uno de los colegios más caros de la ciudad (por culpa de él, claro) y que la cuidadora de las criaturas cuesta un huevo. Mientras esto ocurre, por ejemplo, en la cocina se oyen gritos de niños peleándose y el teléfono suena con una llamada de la entidad financiera que indica que la cuenta bancaria está al descubierto. Aun así el escritor profesional no se arredra ante esas dificultades y comienza a imaginar su primer libro, un libro de intriga, con la ciudad de fondo, con muertes, traiciones, adulterios y dinero, mucho dinero, y él sin quererlo se siente el detective protagonista de la situación, duro, marginal, pero en el fondo bueno.

El tercer momento es el último momento. Llega con sesenta años, tras una vida miserable y arrastrada en la que le han puesto de patitas en la calle con antelación y lo principal es cuidar de los cochinos nietos, de los yernos gorrones y de los perros de ambos colectivos. Entonces la muerte se ve muy cerca y se quiere poner orden en la vida, un orden definitivo, inmutable, para siempre. Se comunica la decisión a la mujer, que lo ve bien porque así le deja un poco en paz y no se mete en la cocina; y también se lo dice a los hijos (incluso políticos) que sólo piensan en que el viejo gasta demasiado dinero y les va a dejar sin un duro en la herencia (eso lo piensan, sobre todo, los de cuarenta que han fracasado en su profesionalización literaria) y están deseando que la casque pronto. Por eso le animan a escribir (así no sale a tomarse vinos a los bares, ni se va de vacaciones) y, sobre todo, le animan a que lo haga con la mano, como Cela, para ahorrarse el ordenador, impresora, adsl y demás aparatos. El, por su parte, tiene claro que quiere escribir –como todos los escritores de su edad– una autobiografía en forma de dietario o epistolario en la que el protagonista sea una persona mayor que vuelve a su juventud y cambia toda su vida, se va a una ONG y se enamora de una nativa de dieciocho años que le calienta la cama hasta el amanecer.Cualquiera que sea la edad y, una vez comunicada la decisión, empieza el momento de la verdad, ese momento en el que la pregunta es ¿tendré talento? (si aspira a escritor de best-seller preguntará: ¿venderé muchos ejemplares?; si desea ser escritor de basura pensará: ¿engañaré a mucha gente en poco tiempo?).