Querida hija mía:
Es otra tarde lluviosa, esta vez de agosto (vaya veranito…). Ahora estamos en Castañares, un pueblo riojano. Estás aprendiendo a hacer gorgoritos. Hace un par de días fuiste bautizada. Los bautizos a menudo son ceremonias previsibles y un pelín aburridas. Tu bautizo fue de todo menos previsible y aburrido.
Quisimos bautizarte en mitad de agosto porque era la única fecha en la que podíamos coincidir toda tu familia directa. Tu madre llamó a un cura que estaba en Vitoria y nos fuimos a verle. Nos propuso una fecha y hora (las 12:00). Aceptamos. Lo apuntó y quedamos para entonces.
El día del bautizo ya empezó raro. Llegamos a la iglesia y resultó que estaba cerrada. Una enorme grúa tapaba la entrada principal. Rodeamos la iglesia sin encontrar ninguna puerta por la que entrar. Llamamos al telefonillo de la vivienda de la iglesia, pero no contestó nadie. No nos quedó otra que esperar en la calle.
Por lo menos no llovía (qué raro). Estábamos todos de punta en blanco, en particular tú con el traje de bautizo de tu tío y padrino con lazos grises. El fotógrafo nos hizo posar frente a un muro pelado de la iglesia. Mi traje se puso perdido de polvo. Una señora amable que pasaba por ahí se puso a mirarte en el cochecito. “¡Qué mona la niña, maja! De bautizo, ¿no?”, preguntó. No le hicimos mucho caso. Eran más de las doce y ahí seguíamos en la calle.
Tu tío llamó de nuevo al telefonillo. Por fin respondió alguien. No era el cura. Era un ayudante que nos contó que el cura no estaba. Al cabo de un rato nos dijo que el cura estaba al teléfono. Mala señal. Fui yo a hablar con él. Se había liado con la agenda y estaba fuera de Vitoria. ¿Podíamos retrasar la hora del bautizo hasta las 16:00? Bueno, dije yo.
Volví a la calle para contar la novedad. Me llevé una bronca enorme: “¿No ves que vamos a estar comiendo? Mira que no tienes ningún fundamento.” Esta vez entró tu madre para hablar por teléfono con el cura. Volvió y dijo que había dos opciones: retrasarlo hasta las 18:00 o intentarlo en otra iglesia cercana. Decidimos -es decir, decidió tu madre- probar en la otra iglesia. A las 18:00 toreaba Morante de la Puebla en la Feria de Bilbao “y no me lo quiero perder”, dijo. Como para llevarle la contraria a tu madre cuando de Morante se trata…
Peregrinamos a la otra iglesia. Aún estaba diciéndose misa. Esperamos. El fotógrafo nos hizo más fotos y lamentó no tener un vídeo para grabar la escena. Nos contó que esto no le había pasado nunca. Como mucho, una vez un cura retrasó salir a casar a una pareja en protesta por lo mucho que le habían hecho esperar. Pero que no viniese el cura a un bautizo, nunca. El documental de este bautizo podría haber sido su pasaporte para el éxito cinematográfico.
Terminó la misa. Entramos tu madre, tu abuela y yo a intentar convencer al cura de que te bautizase sobre la marcha. Al primer señor que vi cerca del altar le llamé “Padre”. Unas señoras se rieron y dijeron que como mucho sería el padre de sus hijos. Fueron amables y nos llevaron a ver al padre que de verdad buscábamos.
Al verlo de lejos, tu abuela exclamó: “Ya sé quién es. Con éste potea Jose (tu aitona)”. Le contamos la situación y preguntamos si te podría bautizar ahí mismo. Empezó a explicar que se tenía que ir a una residencia y que, en el fondo, cualquier cristiano podía bautizar a un bebé. Sonó el teléfono. Se marchó. Era un buen momento para ir a buscar a tu abuelo. Al entrar, el cura le reconoció y sonrió por primera vez. Dijo tu abuelo: “¿Qué pasa por aquí? Te traemos a una nueva feligresa. No se tarda nada en bautizarla.” El cura sonrió de nuevo, negó con la cabeza y aceptó. Serías bautizada. El vino tiene un poder místico tanto cuando se bebe con los amigos como cuando se transustancia.
Salimos a la calle, cogimos corriendo tu carrito y lo llevamos a la pila bautismal. Para entonces había pasado mucho más tiempo del previsto y tú decidiste que era buen momento para recordar que debías comer. Te pasaste el bautizo llorando. El sacerdote, muy alavés él, empezó su sermón hablando del amor y concluyendo que donde no hay mata no hay patata. A tu madre le dio la risa floja, aunque a veces reía de verdad. Era porque tu abuelo valenciano le hacía gestos muy descriptivos para que te diese de comer ahí mismo. Por suerte, no le hizo caso. Tu abuela vitoriana, abrumada por tus lloros, te cogió por banda y llevó lejos para calmarte. Debido a ello, la ceremonia terminó con la bautizada en el pasillo central de la iglesia en vez de en la pila bautismal. Tu abuela valenciana y madrina guardo las formas, siguió la ceremonia con atención y dijo bien alto todo lo que había que decir en el momento adecuado. El fotógrafo se hinchó a hacer fotos. No sé con qué caras saldremos.
Terminó la ceremonia y le dimos profusas gracias al cura. Salimos corriendo de la Iglesia para alimentarte y callarte. Una vez satisfecha, los demás fuimos a comer a un restaurante. Es una vieja posada, del Siglo XV, llamada “El Portalón”. Descubrimos que tiene una capilla y una pila bautismal.
Al día siguiente nos fuimos de excursión a comer a un restaurante en Vizcaya. Al preguntar tu abuelo valenciano a la dueña si su ración podía ser pequeña, ésta le respondió: “Estamos al lado de Bilbao. No hay nada pequeño”. Aquí has nacido tú, en el País Vasco, donde las raciones son grandes y el txikiteo resuelve los problemas más peregrinos.