Carta a Hollande

Publicado el 05 mayo 2014 por Oscar @olavid25

Los franceses, en la imagen la ciudad de Burdeos, son mucho de escribir y de revolucionarlo todo. (Foto: Torres)


El presidente de Francia, François Hollande, recibe entre 800 y 1.000 cartas al día que no lee. No lo hace por despreciar a los ciudadanos que recurren a esta antigua práctica. Lo que sucede es que le falta tiempo porque tiene que gobernar un país que tira a grande, uno de los más ricos e influyentes del mundo. Dirá alguno que para verse con Julie Gayet le sobraban horas, pero leo ahora que busca una reconciliación con su señora, lo que vuelve imponer a este hombre una agenda más apretada de lo usual. Le deseo mucho éxito. Me sorprende que la ciudadanía francesa tenga tanta confianza en su presidente como para escribir con la profusión que lo hacen, según cuenta El Correo. Y me admira que más de 70 funcionarios adscritos al Departamento de Correspondencia Presidencial lean y respondan en un plazo máximo de 48 horas.

Me ha tentado pensar que tienen suerte los lectores-respondedores, siempre informados de las cuitas de sus vecinos, pero luego he recordado mi limitada experiencia con aquellos que se arman de valor para escribir a un cargo público, contarle sus penas y pedirle auxilio. Hay tanta desesperación en esas cartas, no siempre dirigidas a la instancia que corresponde, que si resulta imposible una solución razonable, como sucede a menudo, la frustración del destinatario está garantizada. En Francia, la periodista Sandrine Campese nos contará en un libro cómo funciona este departamento y desvelará que hay una mujer que pide un esposo, otra que demanda que se esterilice a una colonia felina y las quejas de un insomne al que le molestan los jadeos de sus vecinos. Pero me temo que hay en esos papeles historias mucho más tristes, que revelan injusticias, desamores, traiciones… No me extraña que Hollande no las lea.

Hubo un tiempo en que las cartas de los lectores ocupaban un lugar de privilegio en los diarios y cuando no había cartas, las escribían los redactores. Un fraude más del periodismo. Pecado venial. Remitir una carta al director era uno de los escasos métodos para difundir una opinión o dar rienda suelta a ese literato que todos llevamos dentro, un papel que hoy cubren a su manera las redes sociales. ¡Qué nostalgia! Aquellos pesados denunciando un día tras otro que los perros andan sueltos, los policías ausentes, los precios desbocados y las buenas costumbres extraviadas.