Carta a L. Cartagena

Por Marikaheiki

Este es el día 38 de 365 días de escritura.

Querida L,

Cartagena 45 grados. Cartagena cometas volando sobre la muralla a la media tarde. ¿A la Boquilla? Nos subimos. La buseta va hasta los topes, bamboleamos nuestros cuerpos, esconde la cámara, no hables, no hables, dirección contraria entonces. Ciudad vacía. Un poco como Barcelona: los extraños conquistaron unas calles antes conquistadas. Los turistas son los españoles (los franceses los portugueses los holandeses) de antaño, los que venían y se llevaban el oro. Ahora se llevan solo fotografías y mochilas trenzadas en las tribus de la Guajira, a precio de sultanes del trópico. Me divierte verlos vestidos de gala por las calles vacías y el sol enorme y fatigado abrasándoles la tela de gasa y el algodón puro.  Día festivo ciudad vacía. Hay un solo quiosco de libros abierto entre Getsemaní y otros lugares. No compro nada: me gusta recoger los libros viejos con nombres escritos en la primera página.

No te hablaré más de la muerte; yo tampoco sé qué significa.

Cometas volando cometas volando por todas partes sobre la muralla. He aprendido los nombres de los huecos y de las torres en roca para poder mentar los besos de los desconocidos que se esconden sol poniente. Hay un mar Caribe, ¿y después? Hay Panamá a lo lejos (tanto que no recuerdo haber intuido tanta tierra) y hay Aruba, Cuba, hay Granada, hay Providencia y San Andrés. ¿Queremos un raspado? Cola de fresa, cola de tamarindo y hielo.

Hemos recorrido solo 500 kilómetros desde la partida a pie. Hemos sobrevolado el final de los Andes a medio camino entre el sueño y la lectura. Otra vez estuve leyendo a Carlos Fuentes y me parecieron extraordinarios sus silencios puntuados. ¿Oíste de la literatura mexicana? Espera, te regalo esto, otro loco, esta vez Luis Humberto Crosthwaite:

“Hey, hey, aquí nomás mirando pasar a las beibis. Todos los sábados me encuentras sentadito en esta esquina, tripeando, agarrando mi cura. ¿Ya viste aquella morra? Por eso estoy aquí, mirando mirando. Qué quieres que haga. Toda la semana en el trabajo, aguantando al pinche gringo, its tu mach. Éste es mi único desahogo. Para qué quiero otra cosa. Tuve muchas ondas en mi vida, tuve mi esposa, tuve mi hija, tuve mi casonona y mi carrotote. Eso ya pasó, carnal, ya es pretérito. Cómo te diré. No sé si me explico: yo no soy como cualquier imbécil que se la pasa guachando a las beibis, nel, soy un imbécil especial, al tiro. ¿Me entiendes? Ya recorrí el mundo, ya nadie me cuenta lo que es bueno y lo que es malo. Yo escogí los caminos y escogí también que mis sábados pasen en esta esquina.”

Carnal. Así empieza otro libro, hablándole al colega, al hermano, al carnal, de Élmer Mendoza. En Bogotá V nos llevó a verlo conversar con Mario, el de los ojos que se te clavaban, el del aura en el dictado. Releyó el comienzo de su texto en alto para los que acudimos y sobrevolé México. Está ocurriendo algo con ese país de chingados (Dios me perdone). Como un hilo, ¿te conté? Como si hubiéramos empezado a caminar sobre un hilo que atraviesa Centroamérica y me tiembla ciudades -Guadalajara, Puebla, Oaxaca-. No sé dónde voy a terminar, L. Me gusta que los uruguayos me dijeran que aman a su presidente. No es como amar al rey de Tailandia, no es eso. Me gusta que, como con México, se me tiendan los hilos hacia abajo continente. ¿Vendrás a la casita que construya en orillas de Atlántico allí a lo lejos? Vi fotos de las cabañas sin luz; allí levantaremos estanterías llenas de libros. Además: me pica la piel: too much sun, L. Me pica la piel de sal porque en Cartagena los coches se te oxidan pronto del viento entre las costas: abrasa a su paso una lengua de tierra construida en mármol blanco. ¿Te conté? Vivimos en un edificio estilo Miami y cuando miro por la ventana desde la piscina del piso 15 veo los huecos de tierra del barrio de la Boquilla y la ciénaga. Luces en el centro, a lo lejos: me he acostumbrado a mirar Montañas, siempre con mayúsculas porque son presencia, y ahora hay puro agua alrededor, nomás. Por la mañana viajamos hacia el sur a una de esas playas donde todo el mundo quiere quedarse a vivir (aguas turquesas, esos mitos). Tengo presentimientos anfibios algunas veces, como si hubiera salido de la tierra seca y estuviera descubriendo que en el agua también respiro. Pregunta H, un día en la mañana:

- ¿Viene con nosotros a nadar?

Le digo: – Yo soy más de tierra y fuego.

Pero, ah, el agua a veces es pura vida.

Te conté de Malaysia: buceábamos con los tiburones. Había olas enormes y a una chica se la llevó el agua. La rescató después uno de los pescadores o no sé, quizá algún otro turista, pero el mar (es lo importante) cobró forma entonces, se convirtió en un semidiós que manda y recibe sus sacrificios. También en Montañita, donde aún no fui, se ahogaron unos viajeros colombianos una noche. (¿Por qué sigo hablando de la muerte?).

Te contaré del yagé, también: C y E nos hablaron de sus viajes la otra noche en el jardín. Los taitas, los sabios, te dan tres tomas. La primera es de limpieza: uno vomita y orina y defeca hasta caerse muerto. La segunda es el comienzo de la introspección, donde realmente comienza el viaje hacia uno mismo. La tercera te lleva al epicentro de la individualidad. Todos tenemos aún cuentas pendientes con nosotros mismos. No es para rebuscar entre los traumas los traumas, me parece, sino por las preguntas que quedaron incontestadas en pro de vivir rápido, pensar poco, pasar los rituales de la adolescencia y la madurez con impresión de fuego. No sé todavía si quiero empezar ese viaje, ¿sabes? Pero hay una fuerza. La partícula del yo y de lo inconsciente.

Querida L: Cartagena fue negra, negrísima, negra de piel de corazón de manos negras también en los dorsos, también las lenguas. Atravesamos un país tintado de montaña y aquí estamos orilladas por el mar, nos quedamos al borde del mar por unas noches antes de comenzar un viaje hacia las sequías de todo un continente. Pero no hablaremos más por hoy, no aventaremos deseos, no te contaré de lo creado, de los dibujos, de las escaleras arriba de la roca, no sobre los pastos, no sobre el lago agigantado, no.

Hoy solo te quiero a ti, linda, a lo lejos y a lo cerca y a lo unido y a lo rescatado.

Pero tú,

cuéntame también:

¿cómo fue el camino oeste,

entonces?

M