Carta de un final

Por Marikaheiki

Querida M:

Yo también deseaba contártelo, pero justo tú me preguntaste.

“Has terminado”, dijiste, “cuéntame cómo ha sido todo”. “Cuéntame adónde irás ahora”.

Suspiro aliviada y me digo que sí, que por fin ha terminado, que quién iba a pensar que iba a ser tan duro, y quién pensaría, también, que mereciera tanto la pena. Ayer entraba en el gran salón de actos, tarde como siempre, y vi a mis compañeros sentados en la primera fila atentos, y las imágenes se confundieron: de repente había vuelto al día de ayer, pero hace un año, cuando entré en la misma sala curiosa, deseando que el nuevo viaje –un viaje desde las palabras- comenzara. Me mareé, M, ¿sabes? Fui consciente de que el tiempo nunca fue ni será lineal, sino que todos los momentos de una vida pueden condensarse y vivir a un tiempo. Yo ayer miraba el escenario, veía lo que hemos conseguido en tan poco tiempo, cuánta creación, cuántas cosas logradas y nuevas ideas, y estos últimos diez meses fueron vívidos en algún lugar de dentro mío en un solo minuto. Ahora sé que ha terminado y lo necesitaba. Cerrar los ojos, dejar todo lo aprendido volar durante un mes y luego hacer balance como hacemos siempre, destacar lo lindo, olvidar el resto, o simplemente cubrirlo de una pátina de color de miel.

Aparte de viajar contigo (eso lo llevamos haciendo ¿cuánto? ¿y cuánta culpa tiene el máster y bloguito de nuestras cartas interminables?) este nuevo año que comienza en el otoño tardío voy a dedicarme a escribir. Hay ciertas cosas que no pueden contarse realmente hasta que no se han convertido aún en cenizas de sueños. Todavía están macerándose en una sustancia en la que están diluidas cientos de experiencias, miradas pequeñas, gestos, conversaciones que quizá olvidé y ahora puedo reinventar, dulces de invierno, bigotes de gato, sensaciones, despedidas y kilómetros. Tengo contenidos todos los días de Vietnam, las cosas que nunca te conté porque no supe darles forma. Y los días de Cuba, ¿te imaginas el sol amarillo incidiendo sobre la plaza, y Cuba y yo cantándonos las canciones de los presos, pidiéndole libertad a los mapas y las fronteras de piel? Te he contado muchas cosas de Marruecos, pero tú aún lo sabes. Todavía me queda contarte cómo fue aquel primer viaje a Praga, los comentarios de niña en un cuaderno de tapas de flores secas, la mirada impresionada de quien prueba por primera vez la droga dulce de estar vivo.

Después, querida M, me iré. A ti ya te he contado que estoy enamorada de esta ciudad y que no puedo marcharme, pero como los buenos amores, Barcelona siente que a mí siempre me faltará algo y me empuja poquito a poquito diciéndome que me marche a descubrir qué es, que siempre me esperará. ¡Y yo colgada de este lugar, de las esquinas rotas, del sol, sobre todo del sol de la media tarde que hace explotar los cielos! Si tengo que ser honesta, M, te diré que nunca había sido tan consciente del mundo alrededor, y no deja de ser paradójico cuando uno ha vivido en la selva y en el desierto, solo para darse cuenta tanto después de que nada había sido tan intenso. Aquí cada adoquín tiene su nombre, cada manzana, cada tilo, cada tejado. Me pertenecen.

Adónde iré, M, adónde. Lo primero será Perú: tengo que ver Cuzco y será la primera ciudad que las dos hayamos pisado y hayamos escrito al mismo tiempo. Allí esconderé uno de nuestros libros de cartas y te enviaré las indicaciones para que desde Buenos Aires vengas a buscarlo.  Después recorreré el altiplano, después la cordillera, después iré bajando lentamente hacia los pies de la tierra y el hielo. ¿Quiénes seremos para entonces? Seguro que nos habremos encontrado en el camino, porque tú ya estás volviendo aunque no lo sepas, irremediablemente atraída por el sonido de la lengua de la madre.

Qué curioso, M. Ayer un señor muy grande del periodismo nos dice que en Internet, en los blogs, la gente quiere leer listas, quiere leer cosas sencillas, porque la literatura y el espacio virtual no se llevan tan bien. Yo me río por dentro mientras escucho y me doy cuenta de lo poco qué me importa lo que piense el mundo entero y deseo aún más la ficción, los relatos que hablan de ningún lugar o incluso de todos al mismo tiempo. Yo no soy la que escribe para las masas. Esto es solo parte de un manuscrito imperfecto cuyas hojas salieron volando y se posan lentamente en el lienzo que te envío. Tú me conoces, M. Sabes para quién escribo.  Y lo gracioso, ah sí, era que al volver a casa, con las palabras de este señor tintineándome la cabeza, llegas tú y me hablas de lo erótico de la virtualidad, y entonces sí comprendo que nosotras llegamos y pusimos la primera piedra de un mundo que no se comunica con el cuerpo, aunque el cuerpo esté implícito en todo ello, como lo están las ciudades y las vereditas de tierra. ¿Esto es un blog de viajes? Pregunta al mundo. Pero es lo mismo que preguntarnos: ¿y tú y yo, quién somos? ¿Seremos amigas, aunque nunca nos hayamos visto? Y ¿qué somos él y yo? ¿Hay acaso etiquetas para nombrar lazos que son nuevos, que no vimos en la películas ni en las novelas, porque nuestro mundo está cambiando?

¿Es esto un blog de viajes?

¿Es esto un post de viajes?

M, ¡me siento a punto de rebelarme!

500 palabras, un par de titulares para que Google nos indexe. ¿Acaso importa? Escribo porque hay vida en las palabras. ¿No basta? ¿Cómo Google lee las emociones? ¿Cómo lee el ligero temblor entre las confesiones, el labio mordido, la sonrisa hacia dentro?

Querida M, se ha terminado todo, y por eso mismo todo comienza de nuevo y me late la sangre dentro de ganas. Nuestro taller, también el máster, se terminó el verano y las cartas que estuvimos enviándonos en la hora azul. Me pica la piel: está mudando otra vez. 

Te quiere en la noche,

Marina