Carta de una desconocida (Stefan Zweig)

Publicado el 06 mayo 2015 por Elpajaroverde
"Dentro de mí, en el rincón más escondido e inconsciente de mi misma, seguía latiendo mi sueño infantil. Quién podía saber si algún día me reclamarías a tu lado, ni que fuese por el corto espacio de tiempo de una hora. Y por esa única y posible hora renuncié a todo, sólo para quedarme libre para cuando tú te decidieras a llamarme por primera vez. ¡En qué se había basado toda mi existencia hasta el momento en que desperté de la infancia sino en una espera, siempre a la espera de tu voluntad!"
¡Ay, el amor! Ríos de tinta habrán corrido sobre estas cuatro letras. Quién no lo ha sentido, quién no lo ha soñado o siquiera imaginado. Y sin embargo, qué difícil es definirlo. No seré yo quien me atreva a hacerlo. Amor es dar, podrían pensar muchos, pero no, me rebelo, amar es compartir. Sí, compartir, aunque ese amor no sea correspondido, porque si el amor no nos aporta algo, ¿para qué sirve? El amor debería sacar lo mejor de nosotros, ¿o no? Pero es que a veces el sentimiento es tan fuerte que caemos en la tentación de dar y dar y nos olvidamos de recibir. ¿Y qué pasa cuando damos tanto que no nos queda nada para nosotros? ¿Sabéis qué? Yo creo que cuando se quiere a alguien de verdad se obra procurando lo mejor para ese alguien, y no estoy muy segura de que dar todo sea siempre lo mejor. ¡Ay!, ya estoy cayendo en mi propia trampa. Que no, que no se pueden poner límites lingüísticos al amor. Que el amor es sólo un no sé qué que qué sé yo. Voy a leer esta carta a ver si me aclaro.
"A ti, que nunca me has conocido"

Portada de Carta de una desconocida

¿Os imagináis que recibierais una carta así encabezada? ¿Qué intriga, verdad? Pues eso es lo que os traigo hoy. Una larga carta, o una brevísima novela, o mejor aún, el poderoso monólogo de una mujer que ya no tiene nada que perder ni nada que ganar. "Carta de una desconocida" es una declaración de ¿amor? Una declaración de una mujer en su lecho de muerte a un hombre que no sabe quién le escribe.
Me gusta esto de la correspondencia epistolar. Me gusta porque uno se pone a escribir y por muy bien que lo tenga planeado nunca sospecha lo que va a salir al final. Me gusta porque es de las cosas más personales que hay (aunque lamentablemente se esté o se haya perdido), porque el que escribe se desnuda sin querer como ni se imagina que lo hará y porque no sólo nos permite conocerle a él sino también al remitente aunque tan sólo sea a través de las frases que firma. Me gusta y me gusta que sea todo esto lo que nos ofrezca Stefan Zweig con las cuartillas de esta moribunda.
No sé qué emociones y pensamientos suscita esta misiva al destinatario de la misma. Para mí es tan desconocido como para él quien la envía. Tan sólo a lo largo de sus páginas lo voy descubriendo. Tan sólo tras su punto final siento en él una reacción. Sí puedo contaros en cambio las impresiones que a mí me ha ido provocando. Y eso es pues lo que me dispongo a hacer.
Conozco un amor pueril, infantil, inocente, que se torna desmedido, rayando lo obsesivo. Lo perdono sólo porque se vive en la distancia. Esa ofuscación tan sólo coarta al que la vive, no agobia ni obliga al otro. Me reconozco escéptica de esos amores platónicos que idealizan al ser amado. ¿Cómo se puede amar a quien realmente no se conoce? Pero soy prematura en mis juicios. Esa niña se vuelve joven osada, y esa muchacha una mujer adulta y consecuente. Y sí, yo estaba equivocada, porque esa joven mujer sabe muy bien de quién está enamorada, conoce perfectamente a ese hombre, con sus luces y sus sombras, es más, me atrevería a decir que es la persona que mejor lo conoce. Y aún así, reconociendo ese amor imposible, decide vivirlo hasta sus últimas consecuencias, decide dedicarle su vida entera. Una decisión tal vez loca, una decisión probablemente equivocada, pero tomada desde el conocimiento y la fidelidad propia más absolutos. Y ante una actitud así de digna y ¿valiente? no me queda más que declarar mi admiración.
"No te culpo, te quiero tal como eres, ardiente y distraído, olvidadizo, entregado e infiel, te quiero así, sólo así, como siempre has sido y como aún eres."

Time out. Fotografía de Umbrella Shot

Pero ya os he dicho que dar tanto no es bueno ni para el que da ni para el que recibe. Con esta carta Zweig no construye una historia de amor y desamor, no, sino que descubre palabra a palabra, frase a frase, párrafo a párrafo la historia de dos solitarios, la historia de dos personas que han desperdiciado sus vidas, una por querer demasiado y la otra por no saber querer. Y lo hace de una forma magistral, con esa verdad desconocida que esconden las cartas que sorprende igualmente al que la escribe y al que la lee. Y nosotros, lectores furtivos, asistimos maravillados al crecimiento de esa verdad. Una verdad que empieza asomando tímidamente como un susurro pidiendo permiso para poder entrar, y que termina en un grito desgarrador que intenta liberar a quien lo profiere y que deja sin ánimo y sin palabras a quien lo escucha.
"...y se asustó: fue como si, de repente, se hubiese abierto una puerta invisible y un golpe de aire frío hubiera penetrado desde el más allá en su tranquila habitación. Sintió a la muerte y sintió un amor inmortal..."
Concluyo la carta y sigo sin saber qué es eso que llaman amor. En lo que sí me reafirmo es en lo que no es. Amar no puede significar renunciar a uno mismo, ¿qué nos quedaría entonces para dar? Que no, que no, que no me dejo convencer. El amor también debe darnos algo, al menos algo más que una esperanza lejana y vacía. De lo contrario estaríamos condenándonos a convertirnos en emisarios de cartas sin respuestas. De lo contrario estaríamos privando al sujeto de nuestro amor de recibir un amor verdadero. Aquí os dejo la carta. Leedla. Leedla a tiempo. Antes de que sea demasiado tarde.

Rosas. Fotografía de Jara Aithani Jara Aithani

Ficha del libro:
Título: Carta de una desconocida
Autor: Stefan Zweig
Editorial: Acantilado
Año de publicación: 2002 (1922)
Nº de páginas: 72

Más sobre "Carta de una desconocida"

Esta novela de Stefan Zweig fue adaptada al cine por primera vez en 1948 por Howard Koch. Posteriormente ha sido adaptada nuevamente al cine con diferentes situaciones geográficas, así como a la televisión e incluso se ha escrito una ópera basada en su argumento.