Carta del P. Miguel Márquez en la Solemnidad de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

En esta solemnidad de nuestra santa Madre Teresa de Jesús, junto con su felicitación, el P. Miguel Márquez, prepósito general de la Orden, nos regala esta preciosa carta, dedicada a la importancia del estudio serio,  la lectura y la investigación como elementos fundamentales dentro de nuestro carisma, tal como la santa Madre nos enseñó. Agradecemos al P. Miguel este escrito, válido y significativo para toda la Orden, no solo para los frailes, sino también para las monjas y los seglares de nuestra familia religiosa. Que sus palabras nos estimulen y nos orienten, que sirvan para que no se apague en nosotros esa búsqueda de la verdad que tiene que caracterizar a los hijos y las hijas de Teresa, amiga de letras y letrados. Ofrecemos, a continuación, la carta con algunos subrayados nuestros. Puedes descargar el documento original en pdf en este enlace.

Carta a la Orden en la Solemnidad de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús

Roma, 15 de octubre de 2024

Mis queridos hermanos y hermanas del Carmelo Teresiano:

Me llena de alegría poder saludaros en esta fiesta de nuestra Madre santa Teresa. Espero sinceramente que, al recibir esta carta, os encontréis en paz y con ánimo, incluso en medio de las dificultades y luchas que nunca faltan. Hace ya tiempo que deseaba enviaros esta carta, con un tema muy concreto: el espíritu y la pasión de Teresa de Jesús por la verdad y por una buena formación intelectual, vital e integral, que nos ayude a caminar en la verdad, como Orden, como comunidades y personalmente, dejándonos siempre iluminar, con humidad y receptividad, en nuestro caminar.

En la última semana de junio, asistí al tercer seminario anual de investigación sobre la vida intelectual en nuestra Orden. Este seminario, creado en 2022, tiene como objetivo facilitar el diálogo entre carmelitas comprometidos en la investigación académica y fomentar y promover la actividad intelectual en toda la Orden. La idea del seminario surgió tras escuchar durante varios días a los profesores y a la comunidad del Teresianum, al inicio de mi generalato, la pregunta de cómo el Carmelo y la espiritualidad y teología carmelitana están respondiendo a los grandes desafíos y preguntas de hoy. Se trata de la cuestión del pensamiento y la reflexión basados en la oración y la escucha del tiempo presente. ¿Dónde está el carisma del Carmelo como silencio y palabra oportuna para el hombre y la mujer de hoy?

Hace más de cincuenta años, el Concilio Vaticano II nos invitó como religiosos a volver a las fuentes de nuestros carismas, a las inspiraciones de nuestras muchas y variadas tradiciones (Perfectae Caritatis, 2). Dentro de nuestra propia Orden, una generación de estudiosos asumió esta tarea con entusiasmo, y hoy seguimos beneficiándonos de los frutos de sus trabajos: ediciones críticas de los escritos de nuestros santos, traducciones de sus textos a idiomas que pueden leerse en todo el mundo, biografías bien elaboradas de sus vidas y exposiciones detalladas de su teología espiritual y mística. A medida que esa generación de estudiosos carmelitas va desapareciendo —uno piensa en la muerte de tantos en los últimos años— quienes los seguimos debemos preguntarnos cómo podemos asumir su trabajo hoy; cómo podemos construir sobre los cimientos que tan adecuadamente establecieron, y cómo utilizar al máximo todo lo que han dado a nuestra Orden.

El estudio y la investigación no tienen lugar en el vacío, sino en el contexto vivo de nuestras comunidades carmelitas y en medio de las condiciones de nuestro mundo contemporáneo. En estas circunstancias, encontramos muchos factores que actualmente nos impiden dedicar tiempo y energía a la vida intelectual. La disminución del número de vocaciones en tantas regiones genera presión para atender lo que es inmediatamente necesario: el cumplimiento de los compromisos pastorales, el cuidado de nuestros hermanos y hermanas mayores, tareas administrativas y burocráticas que hacen posible la vida diaria de nuestras instituciones. Asimismo, en áreas donde la vida carmelita, recién implantada, está floreciendo, el establecimiento de nuevas comunidades y el desarrollo de nuevas áreas de predicación y otros ministerios imponen demandas inmediatas e insistentes sobre quienes están a la vanguardia de esta actividad. Dondequiera que estemos, parece que no somos una generación de carmelitas que busquen cosas que hacer. En este contexto, atender nuestra vida intelectual puede parecer a veces un lujo o un deseo distante al final de una larga lista de prioridades más urgentes.

Del mismo modo, muchos factores en nuestro mundo contemporáneo van en contra de la búsqueda de una dedicación seria y comprometida al estudio. Las redes sociales nos han condicionado a leer superficialmente, a filtrar material para obtener solo los detalles particulares que necesitamos, a pensar y comunicarnos con frases cortas. En lo que se ha denominado una “sociedad de la posverdad”, se cuestionan los hechos objetivos, la verdad se ha vuelto relativa, se mira con sospecha a las autoridades y los expertos, y se consideran intrínsecamente poco fiables las instituciones y la sabiduría que ofrecen. Para nosotros, en particular, es relevante que el estudio científico y tecnológico, dirigido a promover el conocimiento y las capacidades de la humanidad, se ve a menudo como más valioso y productivo que la búsqueda del conocimiento en ámbitos como la teología y la espiritualidad, donde los frutos del conocimiento pueden parecer menos propensos a enriquecer la sociedad humana, al menos en términos de ganancias financieras y tecnológicas. ¡Realmente pocos teólogos están destinados a la riqueza y la fama!

Incluso dentro de la familia de la Iglesia, nuestra Orden de los Carmelitas Descalzos no siempre ha sido vista como poseedora de una fuerte y vibrante tradición de actividad intelectual, en comparación por ejemplo con la forma en que la erudición de los jesuitas y los dominicos es tan altamente valorada, o bien la sabiduría monástica de la familia benedictina. Sin embargo, esto ignora el hecho de que santa Teresa vio la actividad intelectual, y la necesidad de un compromiso con la lectura y el estudio serio, como algo presente en el corazón de su visión de la vida espiritual. Teresa misma poseía una sed de conocimiento aparentemente inagotable. Fue incansable en la búsqueda del parecer de hombres letrados —como confesores y como consejeros— en su deseo de comprender las verdades contenidas en el núcleo de sus experiencias místicas. Además, veía este consejo como esencial para las prioras que liderarían sus nuevas comunidades, y de hecho, beneficioso para todas las hermanas: “Siempre os informad, hijas, de quien tenga letras, que en éstas hallaréis el camino de la perfección” (Fundaciones 19,1). Esta orientación no era meramente funcional; Teresa entendía que la oportunidad de leer profundamente la mejor literatura cristiana nutriría el alma de sus hijas, enriqueciéndolas en ámbitos esenciales para su florecimiento como mujeres espirituales: “Tenga cuenta la priora con que haya buenos libros […] porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el cuerpo” (Constituciones 8 [=II,7]).

La famosa afirmación de Teresa de que para nuestra tarea en la oración “no está la cosa en pensar mucho sino amar mucho” (Moradas IV,1,7), se sitúa frecuentemente en el centro de su enseñanza espiritual, y con razón. Sin embargo, sacada de contexto, puede dar la impresión de que Teresa viera la cabeza y el corazón como opuestos entre sí, y que la razón y el pensamiento crítico eran un obstáculo al ardiente deseo que estaba en el centro de su relación con Dios. Pero, en realidad, Teresa no veía tal oposición. Más bien, la inteligencia era un valioso recurso en la vida espiritual, que permitía a las hermanas captar el bien y ceder a su poder transformador (Camino de Perfección 14,2). La inteligencia era, de hecho, un criterio para aceptar aspirantes (Constituciones 21 [=VI,1]). De manera similar, Teresa elogió a quienes podían apoyar su oración con el conocimiento adquirido a través del estudio, y lo veía como una valiosa ayuda para progresar en la vida mística: “si tienen letras… es un gran tesoro para este ejercicio [de oración], a mi parecer”, les decía a sus hermanas (Vida 12,4). La vida intelectual estaba así al servicio de la oración, sosteniéndola y nutriéndola, y era por lo tanto digna de las energías y la atención de las hermanas: “y pues éste [la oración] ha de ser el cimiento de esta casa, es menester traer estudio en aficionarnos a lo que a esto más nos ayuda” (Camino de Perfección 4,9).

Esta armonía esencial entre nuestras vidas intelectual y espiritual se observa tanto en el ejemplo de Teresa como en su enseñanza. Ella leía a los grandes autores de la tradición cristiana —los Padres de la Iglesia y los escritores espirituales de la Edad Media— para que inspirasen su respuesta al presente; leía la Escritura para profundizar su encuentro con Cristo; leía la espiritualidad de escritores contemporáneos como Francisco de Osuna y Bernardino de Laredo para guiar su búsqueda de Dios. Teresa nos enseña no solo que debemos leer, sino cómo y por qué debemos hacerlo, acercándonos al texto con un compromiso crítico y una mente despierta, permitiendo que nuestros prejuicios sean desafiados, que nuestros horizontes se amplíen y que nuestro camino sea más claro.

Siguiendo el testimonio de Teresa sobre la relación integral entre espiritualidad y estudio, podríamos ir más allá al identificar una “espiritualidad del estudio”. Hay un ascetismo necesario en esta tarea. En estos tiempos, especialmente, estamos amenazados por la distracción, el abandono y la dispersión. La lectura seria requiere una disciplina consciente, un apartarse de las distracciones, un alejamiento determinado de la mente y el corazón de otras ocupaciones. Es, en su mayor parte, una actividad solitaria, que requiere el silencio y la soledad que permiten a las ideas resonar y desarrollarse, estableciendo de forma minuciosa conexiones e implicaciones. Es, con demasiada frecuencia, una tarea cuyos frutos llegan lentamente, requiriendo que dejemos de lado el deseo de una retroalimentación y recompensa inmediatas, de aplausos y afirmaciones. Como tal, demanda una pobreza particular y engendra cierta humildad. Las exigencias ascéticas del estudio están, por tanto, completamente en consonancia con los valores fundacionales de los primeros ermitaños en el Monte Carmelo, quienes tenían la tarea de permanecer solos en sus celdas, meditando día y noche la ley del Señor (Regla, 10). No en vano Teresa reservaba una hora cada día para la lectura en soledad (Constituciones 6 [=II,3]).

Al mismo tiempo, hay una dimensión comunitaria adicional en el esfuerzo intelectual. Necesitamos caminar juntos en nuestra búsqueda de la verdad, compartir ideas y abrir nuevas dimensiones entre nosotros. Necesitamos apoyarnos y ayudarnos mutuamente; animarnos, desafiarnos, compartir las alegrías y frustraciones. Teresa reconoció esto con total claridad. Disfrutaba de la oportunidad de dialogar con amigos afines: “Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos amamos en Cristo, que […] procurásemos juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios” (Vida 16,7). Como aconsejaba Teresa, “pues es tan importantísimo esto para almas [la amistad espiritual] […] que no sé cómo lo encarecer” (Vida 7,21).

Por encima de todo, la espiritualidad y el estudio, la oración y la vida intelectual surgen del mismo deseo: el deseo de Dios. Tanto en la oración como en el estudio somos llamados a buscar a Dios, a encontrar a Aquel que va más allá del conocimiento humano pero que se revela a sí mismo dentro de este. Tanto la oración como el estudio son caminos por los cuales entramos en sus misterios, hasta llegar, en última instancia, a los límites de lo que la mente humana puede conocer y expresar. Es este deseo teresiano de Dios, de la única cosa necesaria (Lucas 10,42), lo que valida toda nuestra actividad intelectual, lo que la anima y le da sentido. Es, en verdad, completamente teresiano en su naturaleza y objetivo.

Si la actividad intelectual está totalmente en armonía con la intención fundadora de los ermitaños del Monte Carmelo y la visión reformadora de santa Teresa, creo que existen razones específicas y urgentes para que volvamos a situarla en el centro de nuestra vida espiritual. En primer lugar, leemos los escritos de nuestros santos para fomentar nuestro propio desarrollo como carmelitas. Como le gustaba señalar a Teresa, cada nueva generación proporciona necesariamente los cimientos inmediatos sobre los cuales sus sucesores construirán (Fundaciones 4,6). Debemos tomarnos el cuidado y el tiempo para impregnarnos de la sabiduría de nuestra tradición, para apropiarnos del rico legado de aquellos que nos precedieron, con el fin de cumplir su visión para nuestra Orden y permitir que las futuras generaciones hagan lo mismo. La tarea de nutrir continuamente nuestra vida espiritual volviendo a las fuentes de nuestra tradición no es una opción ni un lujo, sino una necesidad; es la búsqueda de nuestra identidad más profunda como carmelitas y nuestro futuro depende de ello.

Tampoco se trata simplemente de recuperar una sabiduría estática inmortalizada en el pasado. Las verdades eternas existen en una relación dinámica con las circunstancias del presente; hablan a nuestro mundo contemporáneo con una relevancia renovada y, a su vez, son iluminadas y amplificadas por ese mundo. Edith Stein reconoció esto claramente, haciéndose eco de Teresa en su comprensión de que el mundo en su tiempo estaba nuevamente en llamas y de la absoluta necesidad de una respuesta carmelita (Exaltación de la Cruz, 14 de septiembre de 1939: Ave Crux, Spes Unica). Ahora es nuestro deber, como carmelitas de hoy, llevar la sabiduría de nuestros santos al diálogo con nuestras circunstancias contemporáneas, entender cómo sus palabras resuenan en el contexto actual y ofrecer al mundo un claro testimonio carmelita del poder de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo al hacerlo podemos esperar responder al clamor de nuestro mundo actual, un mundo desgarrado por el sufrimiento, la injusticia, el miedo y la desigualdad; basta solo pensar en las guerras y persecuciones en curso en Ucrania, Gaza, Líbano, Burkina… en los conflictos en tantas otras regiones, en la desesperación de los refugiados y migrantes, y en aquellos que luchan por existir en condiciones de hambre y pobreza extremas.

Asimismo, nuestra tradición carmelita tiene tesoros particulares que ofrecer a la Iglesia, la comunidad de Cristo en este mundo. Nuestros santos hablan de Dios, de su amor que lo abarca todo y de su acción salvadora; hablan, con particular agudeza, del misterio de la persona humana; entienden la naturaleza de la identidad y misión de la Iglesia. Como tal, nuestros santos carmelitas son un recurso no solo para nuestra familia religiosa, sino para todo el Cuerpo de Cristo. Necesitamos ser capaces de ofrecer su rica sabiduría a la Iglesia para que profundice en su autocomprensión y proclamación, para ser un recurso para todos sus teólogos y predicadores. Para ello, necesitamos haber comprendido y habernos apropiado de esa sabiduría nosotros mismos. Del mismo modo, es adecuado que nosotros, como carmelitas, bebamos profundamente de todas las riquezas que la teología y la espiritualidad cristiana tienen para ofrecer —como hizo Teresa—, poniéndolas, asimismo, en diálogo con la sabiduría de nuestra tradición particular.

A la luz de estas reflexiones, invito cordialmente a cada uno de nosotros a renovar nuestro compromiso con el estudio y la actividad intelectual, viéndolo como un componente central de nuestras vidas carmelitas. La lectura, el estudio y la investigación intelectual forman nuestra identidad como carmelitas, nutren nuestra vida de oración y nos permiten cumplir con nuestra misión específicamente carmelita hacia la Iglesia y el mundo. Con demasiada frecuencia, el estudio puede verse simplemente como un medio para un fin, tal vez llevándonos hacia el objetivo de la profesión o la ordenación. Sin embargo, un deber serio hacia la lectura y el estudio es mucho más esencial que eso; es, simplemente, una dimensión constitutiva de nuestra vocación carmelita, un componente central de la vida a la que nos hemos comprometido.

Es cierto que hay una “vocación dentro de la vocación”: llevar ese estudio intelectual al más alto nivel, para profundizar en el conocimiento y la autocomprensión de la Orden, para aportar nuevos conocimientos y una comprensión renovada a nuestra tradición carmelita. Este es el llamado particular de aquellos que se dedican a la investigación, la enseñanza y la escritura. Aquellos que realizan estas tareas realmente sirven a nuestra Orden. Quiero resaltar sin embargo, que todos y cada uno de nosotros necesitamos asumir la tarea a nuestro propio nivel, en nuestro propio lugar y tiempo. También necesitamos nutrirnos, crecer y ampliar nuestra apreciación de nuestro carisma, vivir nuestra vocación carmelita de una manera que sea fructífera y vivificante, incluso de formas ocultas y desconocidas, en la intimidad de nuestra oración y en la inmediatez de nuestras comunidades.

Quiero afirmar inequívocamente que esta no es simplemente una tarea reservada a los frailes. Nuestras hermanas viven la visión teresiana en el contexto particular de sus comunidades de clausura. Su sabiduría y sus conocimientos se forjan dentro del crisol de la vida que Teresa señaló al comienzo de su reforma. Desde ahí, nuestras hermanas aportan una voz particular de experiencia a la vida intelectual de nuestra Orden; aportan ideas, conocimientos y percepciones que les son propias. Leen los escritos de nuestros santos en la cámara de resonancia de sus comunidades de clausura y encarnan sus enseñanzas en las circunstancias concretas de su vida diaria; necesitamos la contribución indispensable que solo las hermanas pueden hacer. Como Teresa, insto a las prioras a que proporcionen tiempo y recursos adecuados a todas las hermanas para la lectura, el estudio y la investigación teológica, y que vuelvan a situar esta tarea en el centro del horario diario. A veces, con razón, se puede temer que la actividad intelectual sea una evasión; una distracción del horno de la purificación, o una tentación al orgullo y el progreso personal. Sin embargo, con el discernimiento y la prudencia adecuados, el estudio y el trabajo intelectual nos ayudan en las tareas de transformación personal y maduración espiritual a las que todos nos hemos comprometidos. Por lo tanto, animo a todas las hermanas a ver esto como un componente vital y vivificante de su vida y oración en el Carmelo Teresiano.

Asimismo, necesitamos prestar mayor atención a la sabiduría que nuestros hermanos y hermanas de la Orden Seglar pueden ofrecer. Viven nuestro carisma carmelita en medio del mundo; en sus hogares, lugares de trabajo y comunidades locales. Ven y experimentan con particular agudeza el diálogo entre nuestra tradición espiritual y las necesidades y circunstancias de nuestro mundo contemporáneo. Nuevamente, este es un crisol en el que se forjan nuevas ideas y niveles frescos de comprensión. Nuestra vida intelectual común como carmelitas solo estará completa cuando incorpore todas las voces de la Orden: frailes, hermanas y carmelitas seglares. Solo entonces podremos desentrañar la plenitud de nuestra tradición. Solo escuchándonos profundamente unos a otros —monjas, OCDS y frailes— podremos completar el significado de nuestro carisma de manera adecuada y justa (cf. Declaración sobre el Carisma 43-44).

Mis queridos hermanos y hermanas, en el corazón de mis deseos para nuestra familia teresiana, quiero que fomentemos un amor y respeto por la actividad intelectual que pueda nutrir nuestra vivencia del carisma, profundizar nuestra oración, dar forma a nuestra identidad y avivar nuestra misión como carmelitas en la Iglesia y el mundo.

Aprovechando la ocasión de este día tan especial y gozoso de la Solemnidad de Nuestra Madre santa Teresa, mientras regreso de visitar a nuestra familia en Asia (Corea, Taiwán y Hong Kong) y me dirijo de regreso a África (Burundi-Ruanda y Senegal), os ofrezco esta visión, pero, sobre todo, mi cercanía, mi bendición y mi gratitud por vuestra dedicación, vuestra lucha humilde y valiente, y por no dejar que la esperanza se desvanezca.

Hermanos y hermanas míos, ¡muy feliz fiesta de nuestra Madre Teresa! Que ella nos regale su pasión por Dios, por la Iglesia y por la humanidad.

Fr. Miguel Márquez Calle, OCD

Prepósito General