El calibre de la mentira: 5.56 mm. NATO
Carta del Subcomandante Marcos al poeta argentino Juan Gelman (5 de enero de 2000)
El tiempo resbala de las manos
sin tiempo de los hombres.
Llena su historia, la contradice,
la equivoca o la liberta.
(José Revueltas)
Para: Juan Gelman, Latinoamérica
De: SupMarcos, México.
Don Gelman:
Tiene días que esta carta me anda cosquilleando en las manos. Uno y otro vientos la arrebataron, pero no la llevaron muy lejos. Hoy parece que al fin se deja hacer, y así, como su empecinada lucha, con rabia y digno empecinamiento, empiezan a salir las letras, las palabras, los sentimientos. Tal vez me recuerde: usted me entrevistó en aquellos tiempos del Encuentro Intercontinental y me hizo hablar de poesía y otras anacronías. Yo lo conocí a usted a través de sus poemas, en uno de esos libros que solíamos cargar en los primeros solidarios años de la guerrilla que después el mundo conocería como Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Sé bien que el título sonará extraño para muchos, pero no para usted, avezado como fue y es en su largo ir de arriba a abajo levantando esos recuerdos y memorias que algunos llaman noticias. Como quiera, parece excéntrico titular una carta con la medida de una bala: “5.56 mm. NATO”. Así que permítame extenderme un poco sobre el tema, después de todo no soy sino un soldado, un soldado muy otro, pero soldado al fin y al cabo.
“5.56 mm NATO” es la notación militar para referirse a la bala que usan, entre otros, el fusil M-16 (y sus variantes A-1 y A-2), el AR-15 ambos de fabricación estadunidense, del Galil israelí, la Steyr Aug austriaca y otras armas. La notación comercial es “calibre .223″. Sí, es la misma bala, pero una es de uso militar, muy frecuente en los ejércitos de América Latina, y la otra es para cacería.
La historia de esta bala es la historia de una mentira. Cuando las grandes potencias militares incurrieron en el despropósito de humanizar la guerra (primero en las convenciones de La Haya, después en la de Ginebra), se a cordó la prohibición de las balas expansivas o dum-dum. El razonamiento fue impecable: el objetivo en una guerra es causarle bajas al enemigo, y por bajas se entienden muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros.
Ergo, para humanizar la guerra lo que hay que hacer es reducir el número de muertos aumentando el número de heridos. Por eso se pronunciaron por el uso de “balas duras”, que simplemente perforan la carne humana pero, si no tocan ningún órgano vital, no provocan la muerte, y si la provocan no causan “excesivo dolor”. De ahí que se prohibieran las balas expansivas que, al perforar el cuerpo se florean o se fragmentan, es decir, “se expanden”, y el daño que causan es mayor que el de las balas simples, pues no sólo afectan por donde penetran, sino una área mayor.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO, por sus siglas en inglés), encabezada por Estados Unidos, adoptó la bala de calibre 7.62 mm., que fue conocida desde entonces como “7.62 NATO”. El Pacto de Varsovia, encabezado por la entonces URSS, adoptó el mismo calibre, 7.62 mm., pero con el cartucho más corto que el del 7.62 NATO (51 mm. el NATO y 39 mm. el soviético). El arma básica de infantería que usó el Pacto de Varsovia fue el fusil automático Kalashnikov (AK) cuyo último modelo, el AK-47, prolifera en el mercado negro. Por su lado, la OTAN (y los países periféricos) adoptó diversas armas para el calibre 7.62 mm. x 55 mm. o 7.62 NATO. Entre ellas estuvo el Fusil Automático Ligero (FAL), de fabricación belga, y más reciente el G-3, de patente alemana. El Ejército Mexicano cambió el FAL por el G-3 y llegó a fabricarlo después de adquirir los derechos.
Pero en el auge de la Tercera Guerra Mundial (como la llamamos los zapatistas) o guerra fría (como se conoce en la historia actual), los estadunidenses buscaron la forma de hacer más letales sus armas, al mismo tiempo que burlaban los tratados que ellos mismos firmaron. Fue así como nació, entre los años 1957-1959 y a solicitud del Comando de la Armada Continental (USA), la bala de calibre 5.56 mm. (regularizada en 1964). Más delgada que la 7.62 y mucho más rápida, la 5.56 mm. no sólo representaba ventajas en su acarreo (un infante podía llevar hasta el doble de parque de 5.56 mm. que de 7.62, pero con el mismo peso y en menor espacio), también significaba grandes ganancias para las empresas bélicas estadunidenses (tan inocentes como la General Motors, la General Electric, la Ford, etcétera), porque su aprobación significaba cambiar totalmente el armamento de la infantería de Estados Unidos (formado en ese entonces por las carabinas M-1 y M-2, el viejo Garand y la Thompson), es decir, más ventas.
Una nueva bala significaba una nueva arma, y toda la industria militar se concentró en demostrar las bondades del nuevo calibre. Para convencer al Pentágono presentaron la mejor característica de la bala calibre 5.56 mm.: era de punta blanda. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, pues que una bala del tipo de la de 5.56 mm., con punta blanda, se dobla al hacer contacto con la carne y empieza a girar erráticamente dentro del cuerpo. ¿Resultado? Más terrible que la expansiva, si el orificio de entrada de la bala era, en efecto, de 5.56 mm, el de salida (si lo había) era hasta 10 veces mayor. Si la bala no salía, destruía huesos, músculos, órganos. En conclusión: sin usar balas expansivas, el ejército estadunidense empezó a utilizar una bala más letal, con más capacidad de matar y que dejaba con menos oportunidad de vida al blanco humano que la recibía (además de que aumentaba considerablemente el sufrimiento del herido).
Estoy hablando del auge de la guerra fría. En ese entonces, Estados Unidos imaginaba el futuro escenario de guerra mundial en tierras europeas y con los ejércitos del Pacto de Varsovia como enemigos. El futuro “teatro de operaciones” estaba perfectamente ubicado en la larga línea que separaba Europa Occidental de la Europa Oriental: grandes ciudades, amplias y rápidas vías de comunicación, muchos espacios abiertos, etcétera. Según eso, la lógica del Pacto de Varsovia era simple: lanzar oleada tras oleada de infantes y blindados hasta vencer la resistencia enemiga. Por eso los ejércitos de los dos pactos (de Varsovia y la OTAN) cambiaron sus armas básicas de infantería por fusiles de asalto (gran volumen de fuego a rangos cortos, menores de 500 metros). La Guerra de Corea había demostrado las limitaciones del M-14 (versión semiautomática del Garand M-1). Fue así como nacieron los prototipos de lo que después sería llamado M-16, fabricado por la Colt en Connecticut, Estados Unidos.
Pero tanto la nueva bala como el fusil de asalto necesitaban ser probados “en condiciones reales”. Así que el gobierno estadunidense decidió que su traspatio incluía el sudeste Asiático e intervino militarmente en Vietnam. Con los nuevos M-16 y su flamante calibre 5.56 mm., las tropas de EU invadieron Vietnam, y en los combates probaron que el M-16 y el calibre 5.56 mm. no eran tan buenos como decían. La bala es extremadamente veloz y ligera, así que cualquier roce con una hojita o rama cambiaba radicalmente su trayectoria (y, como era de esperarse, en la jungla asiática abundaban las hojitas y las ramas); además, el fusil era muy afectado por la humedad, un deficiente mecanismo del cerrojo provocaba que se atascara, con la consiguiente falla en el disparo.
No fue nada agradable para los soldados estadunidenses ver venir una oleada de vietcongs (como llamaban a los guerrilleros vietnamitas), apuntarles con su M-16, disparar y oír sólo “clic”. Al Pentágono no le importaba mayormente que algunos de sus muchachos perdieran la vida y los combates en las selvas vietnamitas. Después de todo, ni arma ni calibre tenían como escenario esa guerra, sino la futura en territorio europeo y contra el Pacto de Varsovia. Conforme avanzó la guerra en Vietnam, se fue modificando el fusil: se reforzó la recámara para resistir la corrosión de la pólvora, se le instaló una palanca extra al cerrojo para asegurar su cierre y se ajustó el resorte recuperador para reducir la cadencia de tiro. Así nacieron el M.16 A-1 y el M-16 A-2. Con el calibre 5.56 mm. y el fusil M-16 como arma básica de su infantería, el ejército de Estados Unidos estaba ya listo para la nueva guerra mundial.
Paralelamente al M-16, se desarrolló el AR-15 (versión semiautomática de aquél), que luego habría de ser exportado a los países de América Latina, más concretamente a sus policías y sus escuadrones contrainsurgentes.
En México, el AR-15 es el arma predilecta de las policías de Seguridad Pública estatal. Especialistas en asesinar campesinos e indígenas, la policía de Seguridad Pública de Chiapas probaba alegremente, en los cuerpos morenos de sus víctimas, los efectos del calibre 5.56 mm. Cuando bajamos de las montañas, el primero de enero de 1994, nos encontramos con muchos AR-15 que los valientes policías dejaban abandonados en su aparatosa huida; pero eso es otra historia.
Cuando el señor Zedillo toma el poder en México, previo asesinato de su predecesor (Luis Donaldo Colosio), y fracasa su ofensiva militar de febrero de 1995, él y el Ejército federal deciden activar grupos paramilitares para combatir al EZLN “sin el desgaste en la opinión pública por la actuación directa de tropas federales” (Memorando interno de la Presidencia a la Sedena, documento clasificado, marzo-abril, 1995). Los detalles fueron resueltos por el experto en contrainsurgencia general Mario Renán Castillo, bajo la supervisión de su superior, general Enrique Cervantes Aguirre, por el entonces gobernador de Chiapas (y hoy agregado de la embajada de México en Washington), Ruiz Ferro, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). El acuerdo estuvo así: el Ejército pondría la instrucción y la dirección estratégica y táctica, el PRI pondría la tropa y el gobierno estatal pondría el armamento y el equipo. Así que, pronto, los flamantes grupos paramilitares en Chiapas se vieron provistos de fusiles de asalto AR-15 y AK-47 (conseguidos en el mercado negro que patrocinan los militares).
Acteal es la palabra que define cabalmente la estrategia gubernamental en Chiapas. Las balas que destrozaron a los 45 hombres, mujeres y niños en esa comunidad, el 22 de diciembre de 1997, eran, en su mayoría, calibre 5.56 mm., algunas 7.62 mm. y una que otra .22 largo rifle. Los tres niños que, hace unos meses, fueron a Estados Unidos a ser atendidos por cirujanos especialistas, presentan los efectos del calibre de la mentira: el 5.56 mm.
El día de hoy, 5 de enero de 2000, 30 indígenas zapatistas del municipio de Chenalhó, Chiapas, fueron emboscados por policías de Seguridad Pública y priístas. Fueron atacados mientras salían a cortar su café. Después de horas de tortura, el gobierno liberó a 27 y dejó prisioneros a tres, acusados, dice, de provocar la matanza de Acteal. El ridículo gubernamental no detiene ante el hecho de que es de todos sabido que Zedillo es quien provocó la matanza del 27 de diciembre de 1997, tampoco ante el despropósito de querer responsabilizar a los zapatistas, que no son sino las víctimas de los paramilitares. No, va más allá porque la detención se da en el contexto de una supuesta iniciativa de paz del gobierno federal que ofrece, entre otras cosas, liberar a zapatistas presos. Y no sólo no los libera, sino que aumenta su número con los pretextos más ridículos. Una mentira hace que hoy se sumen tres indígenas más a los cientos de zapatistas presos por el simple e imperdonable hecho de ser eso: zapatistas.
Yo sé que, a estas alturas de la carta, se pregunta por qué lo tiene a usted como destinatario. Bueno, resulta que hace meses leí en la revista Proceso que usted derribó a un general argentino, cosa poco frecuente, y que lo hizo con palabras (algo inaudito). La causa del empeño de usted fue entonces tapada por el escándalo del affaire Clinton-Lewinski (no sé si así va, el porno escrito no es mi especialidad). Pero ahora, más reciente, es mundialmente conocida su campaña para encontrar a su nieto(a). Ahora se sabe en todo el mundo que su hijo y su nuera fueron asesinados por la dictadura militar argentina (tal vez con una bala calibre 5.56 mm.), y que el hijo(a) de ambos fue vendido en el mercado negro de infantes que, además de la tortura, parece ser la especialidad de los ejércitos latinoamericanos. Y eso de la compraventa de hijos de desaparecidos políticos viene teniendo el mismo efecto del 5.56 mm.: no sólo penetra hiriendo, sino que gira dentro y causa más y más daño. Como si el desaparecido heredara a sus hijos la misma condición. Es decir, un crimen que padece la víctima… y quienes le siguen en descendencia.
Vi su carta al gobierno de Uruguay y leí su respuesta a la respuesta de ese gobierno (en La Jornada). Las leí y entendí por qué había caído ese general argentino. Estoy seguro de que nunca imaginó que un día se iba a enfrentar a un poeta y, lo que es peor, a un poeta necio. Porque usted es eso, un poeta (aunque a veces se disfrace de periodista), y es necio porque ahora, en estos tiempos, así se les llama a los que no se rinden ni se conforman.
En fin, yo lo que quería decirle es que nosotros, los zapatistas, lo apoyamos a usted, que deseamos que lo o la encuentre, que su nieto o nieta (que ya deben ser un hombre o una mujer hecho o hecha) merece saber que tuvo los padres que tuvo y su historia. Y, sobre todo, merece saber que tiene un abuelo que siempre la o lo buscó, que nunca se rindió, que tumbó a un general con unas palabras y que conmovió al mundo con su causa, y que el mate ya no es tan amargo si se toma con alguien que queremos, y otras cosas que, es seguro, usted querrá que ella o él sepan.
Y todo esto del calibre 5.56 mm., y Acteal, y los paramilitares, y su lucha de usted vienen a cuento porque, ahora que está la polémica de si el segundo milenio ya terminó en 1999 o terminará hasta que finalice el 2000, algo hay que decir.
Y nosotros los zapatistas decimos que no, que ni el milenio ni el siglo han terminado. No terminarán hasta que haya justicia y vida y libertad. No terminarán hasta que la justicia se cumpla, se castigue a los verdaderos culpables y sea así imposible otro Acteal. No terminarán hasta que usted encuentre a su nieto o nieta. No, ni el siglo ni el milenio pueden darse por terminados con esos pendientes. Es una vergüenza para la humanidad decir que ya entró en un nuevo milenio mientras sigue pendiente Acteal en la memoria, y un poeta-abuelo busca a su nieto desaparecido. No terminará nada mientras los calibres de las mentiras de este siglo y este milenio sigan dando vueltas dentro nuestro, destrozándonos, matándonos.
Así que, don Gelman, esta carta era sólo para decirle que, de veras, esperamos poder algún día decirle: ¡Feliz siglo nuevo! ¡Feliz nuevo milenio!
Vale. Salud y que el tiempo al fin liberte nuestra historia.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
México, enero de 2000
PD ARMAMENTISTA. Por cierto, el arma que cargo es una carabina AR-15, calibre 5.56 mm. Se la pedí prestada a un policía el primero de enero de 1994. Claro que corría tan rápido que no alcancé a escuchar su respuesta. Aquí la tengo, ayer servía para matar indígenas, hoy sirve para que no los maten, o ya no impunemente.
[Por cierto, unos meses después, en abril de 2000, Juan Gelman localizaba a su nieta, de 23 años... Otro triunfo más contra el olvido]
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