Hola Petri,
Hoy me permito llamarte así, ya que ahora mismo es posible que estés desarrollándote dentro de mí. Ayer tuviste un viaje microscópicamente largo, pues pasaste de una placa Petri en el laboratorio, hasta mi útero, a través de un catéter.
Me cuesta mucho describir con palabras como me siento. Es la primera vez que he estado tan cerca de ti, pues estoy segurísima de que mis óvulos y el esperma de papá, jamás se habían ido de fiesta así.
Siento pánico cuando voy al baño, ¿te caerás?, cuando estornudo ¿saldrás volando?, si me río, ¿irás a parar a mis bragas nuevas del Oysho?
Pero sobre todo, lo que más me gusta hacer es, cerrar los ojos y visualizarte. Te veo pasando de ser un embrión de 8 células a una mórula preciosa de 16 células, y después a un blastocisto fuerte.
Soy científica, pero a la vez muy mística. Siempre he creído en la energía positiva, en las buenas vibraciones y en la proyección universal. Y aunque todo en mi vida no haya salido bien, tener esta energía hace que pueda afrontar de otra manera los problemas.
Y si a todo eso le añadimos la magia de la Navidad, el cóctel es perfecto.
Mañana es mi cumpleaños, y aunque llevo años con una sentimiento agridulce en estas fechas por eso de recordar una infancia que jamás volverá, tengo la sensación de que este año será distinto.
Siempre pensé que mis navidades volverían a tener sentido cuando hubiesen niños en casa, cuando volviese ese espíritu inocente. Me recuerdo a mi hermano y a mí, sentados frente a la tele viendo una película tras otra mientras comíamos turrón y barquillos.
Bichito, quédate conmigo, por favor. La Navidad que viene puede ser muy especial y solo tu puedes hacer que así sea.
Te quiere, tu mamá, esa que estornuda y mea más que nunca.