En esta tarde que ya se muere apuñalada de violetas querría, para siempre, conservar intacta la esperanza, reservar un silencio azul y circunspecto que me sirva de trinchera si el mundo atrona con su grito, desandar los caminos blancos de ida y vuelta donde nunca me encontraste.
Y mientras Dios pinta con su dedo invisible los últimos colores de esta tarde querría, como siempre, sentarme en el borde generoso de tus manos y leer _de nuevo_ tus cartas amarillas.