Chandler era un tipo poco sociable, desarraigado, con más de cien domicilios distintos en el curso de su vida. Sin amistades, sin familia. Sólo 17 personas asistieron a su funeral en 1959.
Escribía cartas durante la noche, dictadas a una grabadora, y su secretaria las transcribía por la mañana. Muchas empiezan con una cuestión concreta (a un agente, a un editor, a otro escritor, a un admirador, etc) y después se extienden en soliloquios sobre cualquier cosa en la que el autor estuviera pensando en ese momento. Están llenas de observaciones interesantes sobre la novela (la policiaca y “la seria”), sobre Hollywood, sobre las diferencias entre EEUU e Inglaterra, sobre la vida en general.
Chandler exhibe inteligencia y preparación. Es un gruñón que hace muy buenos análisis. El formato le permite una sinceridad grande a la hora de despacharse a gusto sobre todo (judíos, católicos, homosexuales, publicistas y la mayoría de directores de cine y otros escritores). También sabe alabar lo que le gusta, y explicar por qué. Creo que los adjetivos de cáustico, mordaz y desdeñoso se quedan cortos, pero le perdonamos.
Ni son todas sus cartas ni están completas las que aparecen, pero esta selección es una buena oportunidad de conocer bajo otro prisma a este importante escritor de novela negra.