De hecho, si algo caracteriza a todo este embrollo es la falta de un diálogo sincero, sereno, profundo y sin condiciones que permita desmontar agravios, corregir insuficiencias y hallar acuerdos que satisfagan legítimas expectativas, dentro de la ley y desde el más profundo respeto, sin necesidad de romper unos lazos históricos que embridan las relaciones entre Cataluña y el resto de España. El reconocimiento de las diferencias y singularidades de unos puede y debe ser compatible con la lealtad a las instituciones, a la legalidad y a la integridad territorial del Estado a que están obligados todos. Ha faltado pedagogía y altura de miras en los responsables políticos que han llevado su enfrentamiento a unos límites ahora sobrepasados y que, tras los comicios del día 27, acarrearán daños sociales de muy difícil reparación. Y más aún cuando se usa deliberadamente la propaganda, en medio de mutuas amenazas, para difundir mensajes y justificar iniciativas y reacciones.
Y si algo faltaba a toda esta grosera manipulación propagandística del denominado “conflicto” catalán era el intercambio de cartas públicas de personalidades muy señaladas en representación de cada bando. También se ha recurrido a ese recurso epistolar y mediático que busca atraer la opinión pública que se deja influenciar por la opinión de un líder. Nada extraño si se repara en el monolitismo al que se han adscrito ambos bandos, reticentes a cualquier diálogo o acuerdo que no suponga la confrontación contundente y absoluta.
A los seis días, se publicó otra carta “A los españoles” en la que los promotores de la candidatura independentista, en la que el actual Presidente de la Generalitat, Artur Mas, figura en cuarta posición, da debida respuesta a la primera. Aparte de repetir argumentos electorales, insiste en que el problema no es España, sino el Estado español, que los trata como súbditos, siendo imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando piden democracia y respeto a su dignidad. Es decir, vuelven a identificar toda Cataluña con los partidarios de la independencia, mostrándose víctimas de mil y un agravios y sufrimientos.
Mientras tanto, el Gobierno de la Nación prosigue con su actitud monolítica, al amenazar incluso con una intervención militar, como declaró el ministro de Defensa, Pedro Morenés, aunque ahora no se contempla “si todo el mundo cumple con su deber”. Tras esta subida de tono gubernamental en la que involucra a las Fuerzas Armadas a la hora de “aplicar la ley cuando ésta se incumple”, ya sólo queda oír alguna manifestación clerical aconsejando a los fieles mostrar su fervor por la Virgen de Monserrat y así hacer presión para depender directamente de Roma y no de la Conferencia Episcopal española.
Menos dialogar para hallar vías de entendimiento al “conflicto”, buscar fórmulas con las que satisfacer democráticamente el reconocimiento de las diferencias y singularidades, respetar la legalidad y proponer alternativas mutuamente beneficiosas, se ha explorado todo, fundamentalmente de modo propagandístico y manipulador. ¿Tras el 27 de septiembre se recobrará la sensatez y la razón, apartando la emocionalidad secesionista y la inmovilidad legalista? Confiemos que sí, que aparezca una tercera vía dispuesta al diálogo, a la lealtad institucional y al respeto mutuo. Sin propagandas, sin cartas ni libelos.