La semana pasada hablé de El jardín de al lado de José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996), y comenté que me había comprado dos libros más de este autor: Casa de campo, la primera edición de 1978 por 8 euros, y El obsceno pájaro de la noche, la cuarta edición de 1974 por 9 euros. Fue en la librería de segunda mano Tikva Book, una nueva librería de viejo muy recomendable, ubicada en la calle Cartagena, en Madrid. Y decidí no seguir comprando más libros de Donoso porque me di cuenta de que en la biblioteca de Móstoles tienen sus obras completas, esperando que alguien las pida para que las saquen del depósito. Así que terminé El jardín de al lado y empecé con Casa de Campo, cuyo argumento me pareció a priori más interesante (y menos complicado; me iba a acabar llevando esta novela a un viaje a Dinamarca y quizás sólo pudiera leer un rato por las noches, ya cansado) que el de El obsceno pájaro de la noche, aunque sea una novela menos famosa que ésta; sin embargo, Casa de campo fue el Premio de la crítica de narrativa en España en 1978. También es una novela que sólo se puede encontrar en nuestro país en librerías de viejo o bibliotecas.
Donoso la escribió entre el 18 de septiembre de 1973 (y, por tanto, una semana después del golpe militar en Chile) y el 19 de junio de 1978. Se trata de una novela alegórica y la tentación inmediata sería la de relacionar su trama con el golpe militar y la dictadura chilena, ya que podríamos identificar en ella a un personaje –Adriano Gomara– que sería un trasunto de Salvador Allende, y a otro –el Mayordomo– que podría equivaler a Augusto Pinochet; pero, como trataré de explicar a continuación, ésta es una explicación de la novela que tendería a quedarse corta, porque sus hilos subterráneos parecen trascender a los meramente correspondientes a la historia de Chile.
El tiempo de la novela parece transcurrir en algún punto indeterminado del siglo XIX; el lugar sería el del campo chileno, pero un campo chileno transfigurado, ya que debido a un error agrícola toda la región se halla infestada de unas plantas llamadas en la novela “gramíneas”, que al final del verano arrojarán sus temidas tormentas de vilanos. En esta región la poderosa familia Ventura posee una casa de campo, en la que pasan tres meses de verano: se trata de siete hermanos y hermanas y sus correspondientes cónyuges, además de un total de treinta y tres primos. Los Ventura están acompañados cada verano por un ejército de sirvientes y jardineros, que los acompañan desde la capital. El verano de la novela será especial porque entre los adultos (los “grandes” en el libro) empieza a correr el rumor de que en un punto remoto de sus tierras existe un lugar paradisiaco, en el que estaría bien pasar un agradable día antes de regresar a la capital. El día de campo será sin la compañía de los niños, que se quedarán en la casa de campo (Marulanda). Entre los primos empieza a correr el rumor de que los grandes no van a volver y que han sido abandonados a su suerte. Sólo uno de los adultos –Adriano Gomara–, encerrado por loco en una estancia, no viajará hacia el lugar paradisiaco. Cuando los grandes no aparecen Gomara se hará con el poder, creando alianzas con los nativos, sus amigos, e intentado, con poco éxito, crear una sociedad más justa en Marulanda. Pero, más tarde, tendrá que enfrentarse a la vuelta del Mayordomo, mientras los Ventura regresan a la capital para solucionar sus asuntos. Es decir, los burgueses huyen de Chile, mientras Allende intenta crear una sociedad más justa, que será deshecha por Pinochet (el Mayordomo) en nombre de los oligarcas, que intentan vender Marulanda (Chile) a los extranjeros pelirrojos (los norteamericanos). Además los Ventura han de pasar tres meses en Marulanda para controlar la producción de oro de los nativos que trabajan en sus tierras, oro que venden en la capital a los extranjeros pelirrojos (la burguesía explota al pueblo para venderle el país a los norteamericanos).
La novela no está escrita bajo los cauces del realismo: para los adultos su estancia en el lugar paradisiaco ha durado un día, pero ha pasado todo un año para los niños de Marulanda. Además, los elaborados parlamentos de los personajes, sobre todo los de los niños –de edades comprendidas entre los cinco y los diecisiete años– serían imposibles en ellos, como el propio narrador apunta en más de una ocasión: “Ésta no es, en esencia, la historia de Wenceslao, como tampoco la de ninguno de estos niños inverosímiles que hacen y hablan cosas inverosímiles” (página 372); “Pese a que he planteado a mis personajes como seres a-psicológicos, inverosímiles, artificiales, no he podido evitar ligarme pasionalmente a ellos y con su mundo circundante” (página 492). Quizás la construcción más poderosa de la novela sea la de la propia voz narrativa en tercera persona, que imita de forma irónica la de un narrador del siglo XIX, con expresiones como “nuestro amigo Wenceslao”; “Me complacería anunciar a mis lectores”... El narrador –un trasunto del propio Donoso– no tiene reparos a la hora de interrumpir el flujo de la historia narrada para recordarnos su condición de artificio, para explicarnos por qué decide que una escena sea de una forma o de otra, o cómo era en una versión anterior de la novela diferente a la que el lector tiene en sus manos. En algún momento –como en un nivola de Miguel de Unamuno– el autor se sienta en una taberna a conversar con uno de los personajes, al que le lee algunas páginas de lo que está escribiendo sobre su familia. Sus intenciones narrativas parecen desvelarse en la página 400 cuando habla a su personaje Silvestre Ventura: “En el fondo si escribo es para que los que son como él no se reconozcan”; y quizás aquí esté la clave de la novela y quizás de toda la obra de Donoso, que parece concebida como una crítica a la clase alta chilena a la que él mismo pertenecía. Un poco después apunta: “Yo no he podido resistir la tentación –le explico a Silvestre Ventura que me escucha con interés– de cambiar mi registro, y utilizar en el presente relato un preciosismo también extremado como corolario de ese feísmo y ver si me sirve para inaugurar un universo también portentoso, que también, y por costados distintos y desaprobados, llegue y toque y haga prestar atención, ya que el preciosismo es pecado por ser inútil y por lo tanto inmoral, mientras que la esencia del realismo es su moralidad”.
Durante la primera parte de la novela –La partida– el narrador se centra en explicarnos las relaciones que existen entre los diferentes grupos de personajes que habitan Marulanda; habiendo decidido dejar atrás la verosimilitud narrativa, estas relaciones son de corte expresionista, y me han recordado a Kafka. Decía al principio de la entrada que entender la alegoría planteada en Casa de Campo como un simple análisis político del Chile de la década de 1970-1980 podía quedarse corto, porque Donoso, dentro de su crítica al poder en general y más concretamente al que surge de la burguesía ociosa, también plantea una subversión de todos los valores en su análisis de las relaciones de poder que plantea entre los niños; la subversión será política, sexual, de costumbres... Quizás el fallo que se pueda sacar a Casa de campo es que en algunos puntos el discurso es demasiado detenido y se pierde el ritmo narrativo; aunque es curioso cómo Donoso, en su juego de espejos, ironiza sobre los propios mecanismos de la novelística que hacen avanzar una trama. En todo caso, estoy hablando de un fallo relativo, en comparación con las otras dos novelas –El lugar sin límites y El jardín de al lado– que he leído recientemente de este autor, que eran más compactas. En Casa de campo es de agradecer la ambición y las poderosas imágenes creadas (el sonido de la gramíneas en la lejanía, la tormenta de vilanos...) y el lujo de un lenguaje literario de primer orden dentro de la novelística en español del siglo XX, que hacen de ésta una obra remarcable, donde un autor juega a reinventarse asumiendo el riesgo.
En cualquier caso, el fallo más grande de todos sigue siendo que una novela de la calidad de Casa de campo no la ofrezca actualmente el mercado literario español, y que se esté olvidando a un escritor de primera magnitud, en la historia de la literatura en español del siglo XX, como considero que es José Donoso.