Casa templo de la nganga viva

Publicado el 09 julio 2018 por Santamambisa1

En la ciudad de Santiago de Cuba, cada 8 de julio, o sea un día antes de la clausura del Festival del Caribe, en la casa número 211, en Calle Blanca, reparto Portuondo, se desarrolla una ceremonia religiosa durante la cual se realiza la carga simbólica de la Mpaka, elemento permanente de la Nganga. Ese artilugio se entrega como trofeo en ocasiones muy especiales, por ejemplo, a los representantes del país al que se consagra la próxima edición de la Fiesta del Fuego. Una historia singular sobre la vivienda referida y la Nganga es contada por uno de los  moradores del lugar:  

   El escultor  Alberto Lescay.

La casa de Calle Blanca 211 se funda con el arribo de la familia Lescay Ivonet y Merencio Frómeta a la ciudad de Santiago de Cuba, en los primeros años de la década del 50 del siglo XX. A su llegada, estaba integrada por la pareja compuesta por Juan Arterio Lescay Ivonet y Esmérida Merencio Frómeta, con dos pequeños varones: René y Alberto; luego vino Gladys.

El inmueble se adquiere mediante el aporte económico entregado a Esmérida por  su  padre Jaime y completado por Juan Arterio. Emigran a Santiago, dejando a sus familias en la zona del Central Baltony (hoy Los Reynaldo). Ambas partes de la familia poseían una base social caracterizada por el trabajo, educación y  honradez, pero con bajo nivel de instrucción. Los Lescay, en el momento de referencia, poseían dos caballerías de tierra, varias yuntas de bueyes, dos camiones y una casa confortable. Uno de los camiones estaba destinado a Juan, como chofer. En Palenque el ambiente era más modesto: 7 caroes de tierra cultivada con caña, café, frutos menores y una carpintería inventada por Lino, el único hermano de Esmérida.

El trofeo oculto de Palenque eran los dos machetes mambises de Jaime, el padre de Esmérida.

La pareja llega a Santiago impulsada por el espíritu de crecimiento, sobre todo de Esmérida, quien siempre mostró su decisión de que sus hijos estudiaran. Trajeron sus calderos, humildes muebles, carbón, frutas, etc. Montaron un ventorrillo, donde el prú, hecho por Mera (Esmérida), pronto comenzó a adquirir fama en el reparto Portuondo. Esmérida sabía coser y bordar, pues Elena, su madre, la sacó de la escuela pública por temor a su belleza y carácter alegre y zalamero, hecho que Esmérida no perdonó jamás a su madre, pues se sabía inteligente. Elena se ocupó de ponerle una maestra de corte y costura en la casa; fue la solución de una madre amorosa, pero iletrada. Esmérida alcanzó el cuarto grado escolar y el oficio de costurera. En Santiago pronto se tituló en el Sistema de Bordado Martha, como profesora, e instaló una Academia de Corte y Costura en la casa. Con el triunfo de la Revolución se tituló en el Sistema Integrado “Ana Betancourt” y se fue al campo  como instructora voluntaria.

Juan reunió dinero y adquirió un vehículo con el que comenzó a trabajar transportando pasajeros de Santiago a Balthony.

Juan y Esmérida trajeron a Santiago un tesoro que vino a revelarse años después, su arte musical: Juan, tresero; Esmérida, maraquera excepcional.

En ambas casas del campo solían organizarse guateques; los padres gustaban del tres y otros instrumentos, experiencia que trasladaron  a sus  hijos. Contaba Juan que él y sus hermanos con frecuencia se escapaban en las madrugadas con sus instrumentos a tocar en el barrio. El viejo Dionisio no habría permitido tal práctica, pues a las 5 a.m., sin falta, todos debían partir al campo a  trabajar la tierra.

Un día pasa por Calle Blanca un señor negro de boca muy grande y voz  peculiar, con un tres en sus enormes manos; al ver a Juan en la sala le grita: ¡Mi maestro!,  pasa, se abrazan y comienzan a descargar un tema musical, luego le dice a mi padre: “te acuerdas cuando me pusiste el tres en las manos y me enseñaste a tocar este bicho”. Cuán grande fue mi asombro, pues yo acostumbraba a ver a ese señor tocando y cantando en la Casa de la Trova, acompañando al gran Reynaldo Creach en el conjunto Estudiantina Invasora. Cómo habría podido yo imaginar que mi papá había tocado alguna vez el tres, y mucho menos que hubiera enseñado a tocar ese instrumento a un músico de tamaña altura. ¿Papá, cómo es que no nos habías contado esa historia? Así encontramos la manera de entretener a Juan, que sufría de aburrimiento en la primera etapa de su vida de jubilado; puse en sus manos lo que pude conseguir en ese momento: una guitarra, y él exclamó: “No te preocupes, yo la convertiré en un tres”, y así fue.

Pronto aparecieron las maracas y fue una fiesta para Mera, quien sorprendió con su ritmo, luego la marímbula, etc. Y surge el grupo que por consenso denominamos “Conjunto Martén”, aludiendo al nombre de la primera morada de la familia Lescay Merencio, construida por Juan en la cima de una loma que lleva ese nombre, ubicada dentro de la finca de los Lescay.

En Calle Blanca 211 la vida era muy movida, cada día ocurría algo interesante, alguien llegaba en busca de un consejo, una consulta espiritual o simplemente a tomar un buen café y conversar.

Esmérida era médium; tenía su altar, el que siempre estaba con agua cristalina, flores frescas, una copita de ron, un machete  y la bandera cubana. En ocasiones vi a mi madre explicarle a una persona, generalmente hombre, sin llegar al altar, en una conversación privada en la sala: “Tu problema no es espiritual, ponte a trabajar, mete los “guevos” en el tornillo y resolverás tu problema”,  y lo despedía amigablemente. Nunca cobró un centavo por sus consultas; montaba el espíritu de un africano que venía a caballo; cuando montaba el espíritu de ese muerto era terrible, se transformaba, y mi gran miedo era que se golpeara, aparte de que yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Esmérida, según Joel James, era “Espiritista Cruzada por la Libre”.

Con el tiempo, esa práctica frente al altar se hizo habitual, pues a sus hijos ella los  registraba frecuentemente antes de salir de la casa. A veces esa consulta se complicaba, pues aparecía “algo” en nosotros que había que eliminar.  Así se fue instalando el misterio en la casa, como algo cotidiano.

Un día llega a la casa la Nganga Viva, para mí una inocente escultura, como otras obras que yo acostumbraba colocar en la casa. A Mera le gustaba mucho esa práctica; el hogar se fue convirtiendo en una especie de museo; allí ya estaban los dos machetes de Jaime el mambí, que yo había sacado de un rincón del cuarto de mi abuela Elena en la casa del campo; se exhibía el primer cuadro que pinté al graduarme de la Academia José Joaquín Tejada, titulado “Carga  Mambisa”, fotos familiares, etcétera.

 La Nganga Viva es una escultura símbolo de los Festivales del Caribe; fue mi respuesta a una conversación entre sus fundadores, liderados por Joel James. Partí del misterio y profundidad filosófica de la Nganga para crear el símbolo, ya había aprendido que ese objeto que acompaña a muchas familias cubanas era el ejemplo más íntegro que tenemos, llegado a nosotros de África. Intenté desacralizarlo un poco y convertirlo en un símbolo cultural de resistencia y unidad espiritual para el Caribe, una Nganga especial. Desde los primeros días de su existencia la Nganga Viva comenzó a dar señales extrañas: un día, Joel James me pide reproducirla; en cuatro intentos, mediante la técnica de terracota, no lo logré, explotaba en el horno. En otra ocasión la envié a La Habana para exponerla en una muestra personal  y el camión que la conducía se volcó en la autopista en unas circunstancias inexplicables.

Al surgir el Museo de las Religiones Populares (Casa del Caribe  ll) se decidió que ese sería el sitio definitivo de la Nganga Viva y allí se efectuaría cada 8 de julio la carga espiritual simbólica de la Mpaka, que en lugar de la Nganga Viva se reproduciría para entregar como trofeo al país o países a los que se dedicaría el próximo Festival del Caribe (Fiesta del Fuego). Un día, en habitual visita a Mera le explico el asunto y surge una insólita respuesta: “Dile a Joel que ni cojone, que esa Nganga ya pertenece a mi altar”; Joel reaccionó pidiéndome que lo llevara a ver de inmediato a Mera, la escuchó tranquilamente y le dijo: “Mera, tú tienes razón”. Al despedirnos, manifestó Joel: “Tú ves, así son los procesos culturales, ha  acontecido un fenómeno que deberá dar lugar a una tradición de profundo simbolismo, en la cual hay que pensar”. La carga de la Mpaka Mensu, elemento permanente en toda Nganga, es el objeto del caldero que porta el apoderado cuando se mueve a oficiar fuera de su templo. Esta resultó fácilmente reproducible pero tenía que ser cargada por una Nganga, pues no hay Mpaka sin Nganga.

La ceremonia de la carga de la Mpaka en cada festival comienza a oficiarse en el Altar de Mera, en calle Blanca 211 del reparto Portuondo; el palero mayor de Santiago de Cuba, Vicente Portuondo, bendice la Mpaka en el altar de Mera, pero con los años  era tan grande  el jolgorio que el  oficio de la bendición y carga de la Mpaka sale a la calle y se convierte en un espectáculo de singular naturaleza. La fiesta más esperada por el barrio Portuondo, cada 8 de julio, pasa a ser un evento fijo en el programa oficial de la Fiesta del Fuego. A esta fiesta asisten  personalidades encumbradas de la ciudad, de otras partes de Cuba y  del Caribe. En múltiples ocasiones se ha honrado el acto con la presencia de Abel Prieto, Ministro de Cultura de Cuba.

El Conjunto Martén nunca salió de casa; oficiaba todos los domingos, comenzaba con una intervención referida a algún tema cultural, científico o de la salud, lectura de textos literarios, cuentos relacionados con la tradición oral, chistes… Estaba establecida como única prohibición las vulgaridades y las discusiones políticas. Se bebía y comía lo que cada participante aportaba. Recuerdo que en el periodo especial profundo tomó mucha fuerza; la peña se convirtió en el día de olvidar las penas; no se habló nunca de problemas, cada quien llevaba de lo poco que tenía, algún poquito de azúcar, hierbas para té, dulces o lo que apareciera. Mera siempre ofrecía saque hecho por ella o vino producido con las uvas de su hermosa mata que cobijaba el patio.

Luego venía la actuación del Conjunto Martén, que contagiaba a los peñistas a tal punto que todos cantábamos, bailábamos, reíamos, en fin, gozábamos de lo lindo. Todo concluía con un gran baile en la sala, con música grabada de lo mejor del son cubano, bolero, danzón o guaracha. Los apagones podían producirse como consecuencia del periodo especial, o provocados por Mera, por si alguien quería enamorarse.

La casa, al morir Mera y Juan, queda cerrada unos años, pero el barrio exigió  que se continuara la práctica en la calle y ofreció todo el apoyo necesario. Gracias a ello continuaron las actividades en el lugar, aun con la casa cerrada.

Francisco Repilado (Compay Segundo) fue un asiduo participante; iba con el Indio, su guitarrista acompañante, en los finales de los 80 cuando Compay regresa a  Santiago con la idea de hacer su casa de la trova y culminar la vida en su tierra caliente. En las peñas tocaba el Chan Chan, Macusa y estrenó varios temas que luego lo hicieron famoso en su segunda vuelta por el mundo, como célebre músico cubano. Recuerdo que una vez nos contó su experiencia en China cuando le dio la mano a Mao, presidente de ese país.

A la peña el que iba volvía; fue creciente el número de visitantes de Santiago, del resto de Cuba y de otras partes del mundo.

La Nganga Viva y la bendición de su Mpaka se insertan en un hermoso lecho coherente con su misterio, mensaje de amor a los cubanos, al Caribe y otras partes del mundo.

La manera sencilla, humilde, que caracteriza esta acción cultural, ha propiciado el despertar de prácticas, tradiciones que caracterizaron siempre al barrio de Portuondo. Calle Blanca 211, entre Segunda y Tercera, se encuentra en el corazón de un barrio donde existió la Tumba Francesa “El Guayabito”, que dio lugar a la conga de igual nombre, siendo una de las tres agrupaciones centenarias en su género en Santiago de Cuba. Este es un barrio de poetas, cantores, fabricantes de instrumentos musicales, artesanos, rumberos y trovadores. Pedro Ivonet, Oficial del Ejército Libertador y del Ejército Constitucional, víctima de la masacre  originada  a raíz de la protesta armada de los Independientes de Color de1912, tuvo vínculos con este barrio. El extraordinario poeta caribeño, Jesús Cos Causse, el destacado cantante José A. Garzón, familias de trovadores como la de Daniel Castillo y sus descendientes. Más recientemente, el destacado Grupo Rapero TNT, así como los jazzistas de nueva generación: Arnaldo Lescay Castellanos, Alberto Lescay Castellanos, Gladys Lescay Merencio, notable fotógrafa artística, René Lescay Merencio, Promotor Cultural; Rubén Oyalvides, percusionista, por citar algunos, son consecuencia de un proceso auténticamente cultural de arraigo popular. Calle Blanca espera, Calle Blanca entrega

Tomado del Sierra Maestra