La izquierda siempre se considera moralmente superior a la derecha, a la que no le reconoce el derecho a gobernar. Esos mismos rojos salvajes que destrozan las calles y apedrean a los adversarios en sus mítines afirman poco después ante las cámaras: "somos moralmente superiores a los fascistas de derecha".
La verdad es que el rechazo a la alternancia en el poder y a la libre competencia en las urnas les lleva a cometer todo tipo de tropelías y abusos con tal de controlar el poder. Esa izquierda marxista no es fiable, como lo demuestra su tenebroso recorrido por la Historia, lleno de abusos, hambrunas, asesinatos, liberticidios y hasta exterminios de pueblos enteros.
Llegan a ser tan descarados y cínicos que hasta se consideran demócratas, cuando es metafísicamente imposible que el marxismo sea democrático porque jamás reconoce a sus adversarios el derecho a gobernar, ni siquiera cuando las urnas le han elegido.
Su forma de hacer política consiste en utilizar la propaganda y el dinero público para llenar las calles de protestas, mentir, comprar medios de comunicación y voluntades y desgastar al gobierno por cualquier medio, siempre para convencer a los ciudadanos débiles de que ellos son la solución y la esperanza.
Viví dos años como corresponsal de prensa en la Cuba comunista, donde tuve la suerte de conocer a Fidel y a varios miembros del gobierno, de la élite del partido y de las fuerzas armadas, y allí comprobé, en decenas de discusiones y detalles, que los comunistas se consideran a si mismos como predestinados para ejercer el poder y los únicos con derecho a ello. Cualquier cosa es para ellos lícita, si se trata de mantener el poder, incluso el asesinato. Aplastar al adversario, para aquella gente implacable y sin otros principios que el propio beneficio y el disfrute del poder, era tan natural como respirar. Aquellos monstruos tenían una pistola incrustada en su ADN.
Después de la experiencia cubana seguí conociendo a izquierdistas marxistas en otros países donde ejercí el periodismo, como en Nicaragua (sandinistas), El Salvador, Guatemala, Perú y la misma España. Todos ellos tenían el denominador común de anteponer la revolución y el cambio de la sociedad a cualquier otra cosa, incluso a la ley, la democracia y los viejos valores, a los que odian porque les impiden alcanzar su meta del poder absoluto.
Pablo Iglesias, fundador del PSOE reconocía claramente que alcanzar sus ideales llevaba consigo la supresión de la magistratura, de la Iglesia, del ejército y otras instituciones, agregando "Este partido (el PSOE) está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ésta no le permita realizar sus aspiraciones" (Diario de Sesiones del 5 de mayo de 1910).
Felipe González, consciente de que con esos ideales del fundador eran incompatibles con la democracia, realizó el paripé y mintió afirmando que su partido renunciaba al marxismo, algo que nunca hizo y que los socialistas consideraron siempre como una estrategia electoral necesaria para ganar las elecciones en democracia.
Hoy, bajo Pedro Sánchez, el marxismo y la lucha implacable por el poder vuelven a ocupar, con todo descaro, el corazón del PSOE, ese partido al que el PP de Casado considera un modelo en muchas cosas y al que imita de manera instintiva, fascinado por la fuerza de su propaganda y de su vocación de gobernar.
Por si la ideología del fundador Pablo Iglesias no fuera suficiente prueba de lo que encierra el alma del socialismo español, otro de sus históricos dirigentes, Largo Caballero, en cuyas manos estuvo todo el poder en la España de la II República, afirmó que "La democracia es incompatible con el socialismo" y "Quiero decirles a las derechas que si triunfan, tendremos que ir a la Guerra Civil declarada".
No sólo Casado sino todos los españoles deberían releer la Historia para conocer de verdad que tipo de partido es el PSOE, hoy dueño de los destinos de España.
Francisco Rubiales