Atrapan nuestra mirada desde la carretera. Detienen nuestros pasos siobre la acera. A los más atrevidos los invitan a entrar a fisgar en su esqueleto y carnes resecas. Se dejan hacer. Son las casas abandonadas. Las casas, los colegios, los paradores y otras guaridas muertas por desamparo.
¿Ventana o mirilla ?
Unas pocas resucitarán, a golpe de talón. empeño social o locura por algún afortunado que podrá orquestar la magia del proceso de devolverles la vida. Es muy posible que reencarnadas en otro usos: una iglesia que hoy es tienda de moda, una antigua escuela rural que sirve de asociación de vecinos, un elegante palacio en donde ahora vive un hotel…
Allá donde mores, te acompañará alguna. Según estés leyendo este post, debería venirte a la mente al menos una no lejos de tu casa. Dos, tres… cuatro… según abres el zoom. Si no encienden tu curiosidad y activan tu imaginación para reconstruir o inventarte su historia, la vida vivida en aquel lugar que un día fue lustroso, el despropósito que la llevó a morir de desolación y el futuro para el que aún está a tiempo antes de que caiga sobre ella la guillotina de la detonación que la llevará a su disolución definitiva, hazte ver tu interior. Pídele polvo a las hadas, porque estás vacío de curiosidad. Haz un pedido urgente de alma de niño.
Tampoco se trata de que pongas en peligro tu integridad por exederte en curioso y acceder ilegalmente al inmueble cadáver, pero si pasas delante de uno de estos monumentos sin girar la cabeza, el fracaso de momia eres tú.
Imposible no sucumbir a la llamada de estos edificios agonizantes, donde la curiosidad besa al morbo, admitámoslo.
Decadencia que llama a ruina
A modo «un-dos-tres, responda otra vez», me surgen unas cuantas edificaciones para este saco en mi entorno asturiano: varias casas semi-derruidas comidas por la maleza en Quintes (Villaviciosa); el parador, hidalgo aún de buen ver, de Pajares; el colegio (supuestamente) encantado de Turón (Mieres); varios edificios de más de una planta en el casco viejo de Ribadesella (como tantos, en otras villas y pueblos de toda España); pueblos enteros que aparecen en multitud en cualquier búsqueda de internet pidiendo propietario, etc.
Una mina de damantes en Siberia, un hotel de diseño en Coreo del Norte, las casas-ovni de Taiwán… Internet está llena de instalaciones espectaculares abandonadas, que nos sonríen desdentadas en fotos y reportajes. Faros, estaciones, islas, molinos… ningún uso de muros escapa al abandono en pueblos y ciudades, excitando a estudiosos, literatos, artistas y soñadores.
De niña soné un día con mi prima comprar juntas, «de mayores» una vieja casa de indianos abandonada frente a la playa de nuestra infancia. Rescatar con nuestra chequera de adultas esa bella construcción de ubicación privilegiada del olvido al que involuntariamente la habrían relegado sus empobrecidos herederos. Como era previsible, la vida no ha puesto ese dinero a mi alcance… Y la casa, esas casas, que a buen seguro el mercado inmobiliario ha ido acumulando varias candidatas, van pasando a otras manos mejor provistas.
La casa colonial sueño de la infancia resucitada por otras manos
Aquel sueño no se ha cumplido pero vive, y obliga a escudar a esta mujer cada casa desnuda que le ofrece el paisaje. Rehabilitar es un privilegio, al alcance de unos cuantos cuando la construcción a resucitar es modesta. Gozo y súmmum de plenitud para el que posee e idea poniendo el deseo en la empresa, también para quien proyecta y hasta para quien ejecuta la obra, albañil, pintor, escayolista, si lo hace con vocación. Terapia para terrateniente proactivo.
A quienes el destino no pone una obra de rehabilitación en su vida (ese afán humano, no siempre bueno ni sano, por poseer lo que desea), les queda seguir soñando, imaginando que esa vivienda, ese hotel rural que agoniza estrangulado por la vegetación y devorado por la humedad y las bacterias, podría un día ser arcilla entre sus dedos. ¿Por qué no? Entretanto, puede contarlo, sin o en ficción. O simplemente, dejar disfrutar a sus cinco sentidos cuando alguno contacta con estas inquietantes ruinas de piedra o ladrillo.
Hay fotógrafos, parapsicólogos, historiadores y también trotamundos sin profesión de todas las latitudes que hacen visibles, comparten, en la Red construcciones abandonadas. Habitantes curiosos a los que atrajo este imán que adquiere distintas formas y muta de alcurnia allá por dónde se camine. Incluso hay quienes hacen con su resurrección negocio: empresas y portales inmobiliairos especializados como aldeasbanadonadas.com.
Casas abandonadas, tema recurrente de esta terapeuta de palo. Véase «La casa cerrada».