Casas de tolerancia

Publicado el 29 diciembre 2010 por Cronicasbarbaras

En los primeros años del franquismo, cuando se perseguía el pecado tanto como la disidencia, se mantenían abiertas por toda España las casas de tolerancia, como se les llamaba a los antros en los que muchos hombres desfogaban su libido.

A veces hacían redadas en aquellos lugares. Solían quedar en nada porque entre los clientes aparecían inevitablemente un jerarca del régimen o un obispo, que además eran protectores de las damas trabajadoras.

Aunque siempre se controló la higiene de estas señoras, con la llegada masiva de la penicilina, años 1950, algún político que había sufrido contagios impuso su reconocimiento médico regular, pese a que su labor era ilegal.

Luego vino la libertad. En los prostíbulos perfectamente legalizados ya no hay controles sanitarios obligatorios contra la transmisión de enfermedades tan graves como el SIDA.

Simultáneamente, Zapatero impone una ley que impide abrir casas de tolerancia para fumadores, viciosos nada transmisores del SIDA.

Que conste que el cronista no fuma desde hace muchos años, por lo que no tiene interés personal alguno en el debate sobre la libertad o no de fumar en lugares acotados.

Lo que sorprende de esta democracia es su puritanismo selectivo, más duro a veces que el del franquismo, porque no le ha dado opción alguna a los fumadores para reunirse a pecar en casas de tolerancia exclusivamente para ellos.

Cualquier proxeneta puede montar sin dificultad un prostíbulo propagador del SIDA, y anunciarlo en los periódicos.

Pero un honesto hostelero no puede montar una casa de tolerancia para fumadores, con carteles que adviertan “Exclusivamente para fumadores” (en Cataluña, en catalán para que no lo multen).

Esta obsesión liberticida, aunque fuera inicialmente una cursi excentricidad neoyorkina, es tan perniciosa que prepara a la gente para someterse a cualquier régimen, incluido aquél que sólo permitía las primitivas casas de tolerancia.

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