Gráfico de la novela “Casi mágica” de Yvonne Zúñiga; por Ayar Blasco.
Por Ivonne Zúñiga
(Publicado en el blog de la autora, Ivonne Zúñiga, el 18 de abril de 2013)
En esta entrada va un fragmento del tercer capítulo de Casi mágica o Pasajeros solares, novela juvenil que publiqué en el año 2010, en edición de autor.
Esta narración fue un ejercicio de imaginación fantástica inspirada en el pensamiento mágico de los pueblos originarios de América Latina.
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OTRO DESPERTAR
CAPÍTULO 3
(….)
Descansaron un poco y más tarde retomaron la marcha por uno de los pasadizos subterráneos. De pronto escucharon el tam tam de unos tambores distantes. Extrañado, Julián preguntó a los guías sobre el origen del sonido de tambores y si estarían cerca de algún poblado.
-Nuestro objetivo, por ahora, es llegar a la tribu de los hombres de piedra. Es una población de seres milenarios que viven en un asentamiento de rocas, son pocos y han huido de la civilización humana, desde allí controlan los vientos, los ríos y la fuerza de los volcanes, no porque tengan una tecnología como la de ustedes, sino porque ellos han desarrollado una forma de comunicación mental que les permite dialogar con los elementos naturales y buscar la forma de impedir que éstos sean desequilibrados por las sociedades humanas.
-¿Pronto llegaremos a ese lugar?
-No tan pronto, antes conocerán otro tipo de pobladores extraños a ustedes.
-Qué nueva sorpresa nos tienen, hemos pasado por tantas desde que salimos de nuestro mundo, seguramente hemos cambiado mucho, observó Julián, mirando a Clara iluminada por la lumbre.
-No tienen conciencia aún de esas mutaciones, ya lo van a entender cuando llegue el momento. Estamos llegando al poblado de los Albores, exclamaron los guías, son seres que iluminan las tinieblas, tienen la tarea de elaborar los sueños de todos los humanos y de todos los seres animados que tienen un espacio para los sueños, es la otra cara de la existencia, y te va dando las pautas para vivir; quien no sabe o no aprende a interpretarlos va desorientado por la vida. Ahora apagaremos nuestras antorchas pues no las vamos a necesitar.
Llegaron a una puerta altísima, era la entrada a una enorme caverna iluminada por el fósforo de unas masas óseas, partes del esqueleto de algún mamut, incrustadas en las paredes de la entrada. Cuando ingresaron al área de los Albores, la luz fosforescente de aquellos fósiles iluminó tenuemente el camino hasta llegar a un enorme recinto tapizado con extraños tejidos de formas y tonos contrastantes en los matices del blanco y del negro.
Formas humanas totalmente blancas o negras se deslizaban como si anduvieran sobre patines; al fijar la vista en sus pies, Julián y Clara vieron que no tocaban el suelo sino que iban de un lugar a otro desplazándose a unos diez centímetros del piso.
Los albores se reunieron en un círculo cerrado y luego se abrieron, rodeando súbitamente a los recién llegados. Se escuchó un murmullo como de palomas y uno de ellos se adelantó para hablarles. Tenía la cabeza alargada y cambiaba de color, del negro profundo al blanco brillante, lanzó una risita rápida y se encendió como una lámpara de neón.
-Amigos queridos, dijo, les damos la bienvenida, vengan por acá les agasajaremos con buena comida.
Entraron por un gran arco a un salón iluminado desde una especie de reflector, cuya luz blanca se volvía más intensa a ratos.
-¡Coman y beban, camaradas, amigos exóticos!, de las frutas blancas y de las negras, verán, ¡qué sabor!
Julián y Clara se sentaron ante unas largas mesas colmadas de frutas, tortas y platos raros para ellos. Al llevarse a la boca aquellos alimentos no sintieron sabor alguno, pero una sensación agradable bajó por su garganta y llegó al esófago y al estómago, produciéndoles gran satisfacción y contento como si se hubieran deleitado con deliciosos manjares.
-Ahora, queridos, ¿se sienten bien? -decían deslizándose con rapidez- Vengan, acérquense a este ventanal y verán los fuegos artificiales más hermosos. Primero, vayan con nuestros guardias a esa planicie para que evacuen los alimentos, esa acción elemental produce aquellos maravillosos fuegos artificiales. Vayan, vayan, pronto van a digerir y asimilar la comida y veremos los resultados, aquella pirotecnia nos dirá qué clase de seres vivos son ustedes y en esas luces leeremos su historia. Vayan pues, y buen provecho.
Julián y Clara se pusieron a reír, pero los guías les hicieron señas para que siguieran y obedecieran el pedido de los albores. Llegaron a la extraña planicie y cuando empezaron a evacuar se inició un espectáculo de luces y pirotecnia. Toda la planicie se iluminó de estrellas y signos que se unían formando jeroglíficos; al terminar la función salieron de allí aliviados y volvieron donde estaban los albores para cantar con ellos un himno tan solemne que las lágrimas, de tanto reír, saltaron de los ojos de Clara y Julián.
Terminada la ceremonia, los guías y los muchachos se despidieron inclinando sus cabezas, a lo que los albores contestaron con murmullos y besos volados.
-Qué increíble, dijo Clara, esto fue una locura.
-Nunca me había divertido tanto, exclamó Julián, y siguieron por el largo pasadizo que una vez más los sumía en la oscuridad.
Ahora, cuando quieran iluminarse, solamente respiren profundo y una bocanada de aire exhalada por la boca, iluminará el entorno -dijeron los guías-, sigamos caminando, -y una ráfaga de luz les iluminó el camino.
-Pero, ¿en algún momento nos quedaremos sin baterías?, -interrogó Julián riendo.
-Es otro tipo de energía, -dijo la guía-, no te preocupes, el cuerpo tiene posibilidades ilimitadas, tienen que explorarlas y también su mente, de la que apenas conocen una mínima parte.
-Es verdad, ustedes ya nos lo mencionaron-. Guardaron luego silencio por largo rato mientras continuaban su marcha por los pasadizos, ajenos a lo que les esperaba.
A la distancia se oyó nuevamente un rumor de tambores que se alejaba y aproximaba, acompañado de una leve corriente de viento que venía de algún lado y refrescaba el ambiente.
Después de una buena caminata a lo largo del riachuelo, debieron sortear grandes rocas que se encontraron en el camino, mientras el tañido de los tambores se hizo más audible.
-Son los tambores de los hombres de piedra, falta poco para llegar, informaron los guías.
De pronto, se hizo un silencio tenso y se vieron rodeados por siluetas pequeñas de colores fosforescentes y variados. Para Clara y Julián, la apariencia de aquellos personajes era la de pequeños árboles de navidad iluminados que se desplazaban veloces de un lado a otro mientras los iban rodeando. Hubo un gran tumulto, salvo las voces y gritos asustados de los dos jóvenes, no se escuchó otra cosa que el correteo de los hombrecitos iluminados y coloridos, estos se apoderaron, sin darles tiempo a huir, unos de Clara y otros de Julián. Los guías siguieron su camino sin mirarlos siquiera, mientras los prisioneros desaparecían por paredes opuestas y en diferentes direcciones.
Clara y un poco más lejos Julián, se vieron envueltos en un torbellino multicolor que los introdujo en un universo donde veían aparecer y desaparecer vertiginosamente, pasadizos y puertas enclavadas en las rocas, éstas se abrían y cerraban una tras otra. Era el mundo de los hombres de piedra de cabezas enormes, estaban allí como esculpidos en la roca; rígidas figuras gigantescas se elevaban y permanecían aparentemente estáticas, situadas en diferentes puntos de aquel escenario aclarado por una luz tenue de amanecer que entraba por una abertura y permitía alguna comunicación con el exterior. Corría una brisa intermitente y se escuchaba un sonido profundo semejante al de una inmensa zampoña, al vibrar con cada exhalación de la corriente de aire que atravesaba los pasadizos. Los ojos de estos gigantescos seres de piedra eran grandes y negros, tenían una expresión de asombro y resplandecían a ratos con una luz brillante que parecía brotar de su interior; sus pupilas seguían la escena que tenían ante sí mientras el sonido de los tambores se alejaba y volvía alcanzando a ratos un ritmo vertiginoso. Clara y Julián, envueltos en el vórtice de aquellas sensaciones indescriptibles perdieron la conciencia y entraron en un sueño profundo.
(Fragmento de Casi Mágica o Pasajeros solares, novela de Yvonne Zúñiga)
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