Nuestro protagonista llevaba varios años trabajando en el departamento de compras de una Pyme, que en los últimos tiempos había crecido mucho y realizaba una parte importante de sus aprovisionamientos en el extranjero.
Pedro había hecho un gran esfuerzo en esta labor de internacionalización de la empresa, y había negociado con gran éxito en muchas ocasiones, obteniendo importantes ahorros para su compañía.
Habló varias veces con su jefe acerca de sus condiciones laborales, y aunque éste reconocía –por lo menos, de palabra- su eficiencia y eficacia, este tipo de recompensas parecían reservadas para otros compañeros.
El último desencuentro entre ambos, a causa de cómo se había gestionado un asunto de poca importancia, fue la gota que colmó el vaso, así que Pedro comenzó a buscar otras alternativas.
Ahora está por fin en un proceso de selección en el que parece tener grandes posibilidades de éxito.
Tras pasar la primera criba de currículos y dos entrevistas, le llamaron para una tercera y definitiva en la que sólo quedaban tres candidatos. Las entrevistas las realiza en este caso el jefe del departamento de compras, Julio Rozas.
- Si te he de ser sincero, Pedro, eres el mejor candidato que tengo, me gustaría contratarte, pero hay un pequeño problema…
- Dígame.
- El sueldo. Lo que me pides estaría bien para un jefe de departamento, pero ése soy yo –dijo Julio Rozas, con una sonrisa-. Y teníamos pensado pagar bastante menos.
- Ya… bueno, usted ya sabe lo que le puedo ofrecer, en mi actual empresa creo que he desempeñado un buen trabajo, y les he ahorrado mucho dinero. Pienso que aquí podría hacer lo mismo, y entonces, sería un sueldo bien ganado, creo.
- Sí, es posible. De hecho, por eso me pareces un buen candidato, porque no te conformas y buscas cómo mejorar, y eso siempre es bueno para la empresa. Y te diré una cosa, además de jefe de compras, tengo el 40% de la sociedad, así que estoy muy interesado en tenerte conmigo. Pero no puedo pagarte esto, al menos no de momento. Quizás dentro de dos años, mi socio se jubile, y entonces, si lo haces bien, podrías ocupar mi lugar como jefe de compras, y ahí seguro que cobrarás eso o más. Ahora bien, tendrás que demostrarme previamente que vales lo que dices que vales, y yo no tendré inconveniente en recompensártelo.
- Estupendo.
- Pero te digo una cosa, quiero serte sincero. En esta empresa, las compras ya están bastante optimizadas, no sé si serás capaz de mejorarlas mucho más.
- Entiendo. Hagamos una cosa –propuso Pedro-. Pongamos que yo voy a comisión, como los vendedores, y usted me da el 20% de lo que yo consiga ahorrar.
- ¿El veinte por ciento? Caramba, menuda comisión.
- Bueno, la empresa se quedaría el 80% restante, ¿no? Creo que no sería un mal trato para ninguna de las dos partes. ¿Firmaría usted esto?
Y ahora, ¿te gustaría contestar a unas preguntas?
a) ¿Y tú? Si te pones en el lugar de Julio Rozas, ¿contratarías a Pedro en esas condiciones?
b) Por otra parte, si fueses Pedro, ¿crees que es probable que la empresa te contrate de esa manera?
Pablo Rodríguez es economista.