Castellar y Jimena son blancos como dos copos de nieve. Tan blancos como buena parte de los pueblos con encanto que tapizan la provincia de Cádiz.
Próximas entre sí, a una veintena de kilómetros la una de la otra, Castellar y Jimena guardan en su intrincado urbanismo el legado de su pasado hispanomusulmán, cuando fueron marca y frontera entre dos culturas.
Ambos poseen castillos, ambos poseen calles y plazas de trazado andalusí, casitas blanqueadas por primavera, patios perfumados con flores de vivos colores y pozos donde descansan aguas frescas y limpias.
Castellar queda próximo al Campo de Gibraltar, que es una de sus tradicionales puertas de entrada. Es un pueblo recuperado de una fábula. Los muros de la vieja ciudadela, las calles empedradas, las ventanas mínimas, las puertas de madera envejecida, las torres, campanarios y almenas conforman un paisaje urbano protegido con el título de Conjunto Histórico Artístico.
Jimena de la Frontera queda al norte de Castellar, en las faldas del monte de San Cristóbal y a la vera del cauce de los caudalosos ríos que descienden buscando el mar. Jimena lleva sobre sus espaldas una historia que se remonta a tres mil años de antigüedad.
Fue frontera al igual que su vecina Castellar y al igual que aquella posee calles empinadas, salpicadas de casitas encaladas. Su edificio religioso más importante es la iglesia de la Santa Misericordia, cuyo claustro evoca los tiempos de los antiguos cenobios. (El Mundo)