Castilla: miguel delibes

Publicado el 08 abril 2010 por Anarod

Recuerdo las recientes (¿y merecidas?) vacaciones y la parte de incertidumbre que tuvieron.
Lo que me rejuvenece porque me recuerda los veranos en que partíamos alegremente (casi siempre en auto-stop), confiando en los amigos que estarían aquí o allí en determinadas fechas, lo que convertía el viaje en lo que debe ser: expectación y demora (o si queréis, sorpresa y hasta desasosiego).



Las recuerdo extrañas, acaso por haber transcurrido un poco a la intemperie, sin casa propia, porque reformamos la chabolita de Asturias y... Martin y yo nos alojaremos en unos apartamentos más que idílicos (y módicos de precio), "El cercado", en Castropol, con un amplio jardín desde el que mirar la amada ría del Eo, pero aun así... (seguía la cornisa cantábrica en estado de alerta por viento y lluvia y...)


Recuerdo que pensé que echaría de menos mis pantuflas, el sillón de lectura, la "mullida" alfombra, el flexo, la reserva de mermeladas o de pepinillos agridulces que dejo en la despensa...
Recuerdo las breves vacaciones y las siento como demasiado nómadas para mi edad.

Después de Asturias, dedicada a resolver "detalles" y a familiarizarme con materiales extraños y a ajustar medidas y a añadir enchufes (nunca acertamos, aunque multipliques las tomas y conexiones hasta el paroxismo) y...
nos largamos a Zamora. Le tenía ganas: a las procesiones de esa ciudad, al románico de la provincia y al Lago de Sanabria, y alrededores.
Cuatro días de los que iré desgranando los respectivos relatos.
Vino después Tordesillas (y el ineludible recuerdo de Doña Juana) y por último Simanacas, acogidos por Carlos, el hijo de Rosa Chacel.
Como el tiempo seguía inclemente, las vacaciones tomaron un aire más doméstico y familiar que aventurero o...


Aún no habían florecido las jaras, que tanto amaba Rosa Chacel cuando nos escapábamos por tierras de Castilla a finales de mayo o principios de junio (procuraba no faltar nunca a esa cita, renovadora, con el pretexto del cumpleaños de Rosa, el 6 de junio).



Allí recordé a Miguel Delibes (ante su tumba), pues está enterrado cerca de Rosa Chacel, en el Panteón de los Hombres Ilustres.

(A Rosa, el detalle -el nombre- no dejaba de divertirle, pues sabía de antemano que sería enterrada allí, pero jamás ocultó el orgullo que esto le producía. Y allí sigue ella, entre los hombres).



En el número de Babelia del 20 de marzo de 2010, Antonio Muñoz Molina dedica su colaboración habitual a recordar a Miguel Delibes, diciendo que su generación... (es decir, la mía, la nuestra ) no leímos a Delibes con la asiduidad y devoción que el autor (su obra) requeriría, desde el punto de vista literario (y desde la distancia). Pero yo no creo que eso se debiera a un afán de cosmopolitismo, como opina AMM. Simplemente pienso que el mundo que nos transmitían sus novelas era el que a algunos nos habían legado nuestras familias (soy de la opinión que sí hubo memoria histórica en este país); era lo que habíamos mamado y conocíamos, de modo que...
(Y claro, los lectores en agraz pero voraces atienden, primero, a los mundos (sobre todo a los mundos, no tanto a las historias, que también). Sólo cuando esos lectores maduran y crecen se detienen. Y entonces aprecian otros aspectos: estilo, lenguaje, verbo).

Recuerdo que en el último año de carrera tuve que hacer un trabajo sobre Atavismo... y no sé qué más en "Las guerras de nuestros antepasados", para la asignatura que impartía el gran Antonio Vilanova. Saqué muy buena nota, sí, pero no recuerdo mayores emociones de aquella experiencia. Tampoco la satisfacción que todo esfuerzo o reto intelectual depara.


Y comprendo que mis hijos (seres privilegiados a quienes en el Colegio Alemán, pese a no cursar ellos el itinerario de Humanidades, les obligaron a leer a Delibes -y a tantos otros-, en comparación con el panorama literario que prima en la enseñanza pública española, despotricasen contra "Cinco horas con Mario", porque....
No era la mejor opción. A ellos, les convendría leer "Las ratas" o "La sombra del ciprés..." (y conste que lo he comprobado, porque de vez en cuando me hacen caso. Sólo de vez en cuando.
Es decir, conseguí que volvieran a Delibes.

Como yo misma lo he hecho, después, bastante después, y buscando a Delibes por mi cuenta.
Descubrí entonces al escritor viajero que hablaba de su Castilla, como lo hacía en un título casi homónimo, poco recordado estos días en los panegíricos necrológicos, pero que sin embargo...



Al filo de los años treinta, tras la "crisis" de las vanguardias y la aparición de un primer realismo social, y después, durante la dictadura franquista, en una España con una censura férrea y sin libertad de expresión, el compromiso político y social de los escritores les llevó a escribir un tipo de libro de viaje-reportaje que reflejase España de una manera objetiva y sirviera de testimonio de aquella realidad. Los libros de Cela, Candel, Grosso, López-Salinas, Ferris o Juan Goytisolo son sus mejores muestras. Sin embargo, muy poco (más bien nada) he oído de Castilla habla, que tanto me recuerda la Andalucía trágica (1905) de Azorín. Como él, Delibes cede la voz a los protagonistas, "los más humildes vecinos de nuestros pueblos y aldeas", lo que no les resta mérito ni dignidad intelectual o literaria. Todo lo contrario: no estamos ante un simple pasatiempo, nos avisa, "sino que de los monólogos de estos supervivientes de un éxodo aún inconcluso, pueden sacarse provechosas enseñanzas, primer paso para plantearnos con sinceridady conocimiento de causa el futuro de esta región a raíz de la incorporación de España a Europa".


Pero también descubrí aquellas otras páginas en que Delibes se alejaba de Castilla.
Y me satisface especialmente ofrecer estas instantáneas que revelan la lucidez de una mirada (y una voz) que no tiene fronteras.
Como lo hace en Dos viajes en automóvil-por Suecia (1980) y por los Países Bajos (1981)-, repletos de apuntaciones referidas a asuntos prácticos o aspectos cotidianos que revelan una intención reformista e ilustrada, como cuando, al observar que en la televisión sueca las películas se pasan en versión original subtitulada y "ese ejercicio cotidiano, tras un aprendizaje en la escuela o en la Universidad más o menos profundo, da óptimos resultados" en el conocimiento y dominio de los idiomas extranjeros, se le ocurre imaginar lo beneficioso que también nos resultaría a nosotros adoptar ese hábito, pese a hacerse cargo de que "tratar de inicar yo ahora una campaña contra el doblaje en la televisión española me granjearía unas antipatías generalizadas", puesto que "contra nuestra pereza mental es arriesgado luchar". Pero al menos sí le reclamará Delibes a TVE un mínimo de calidad de modo que nuestros programas sean exportables: "Programas que, en buena parte de los países, no serán traducidos y que, al tiempo que divisas, harán también lengua.

Hacer lengua, y no deshacerla (que es lo que se estila). Todo un programa

En sus viajes siempre parece estar atento Delibes a una especie de altruismo divulgador. En las salas del museo de Dachau, ante "el intenso frío moral" de que está impregnado el ambiente, el escritor admite haber acudido allí

precisamente para sentir ese frío y tratar de hacérselo llegar a sus lectores. Uno está allí para ayudar a los esqueletos vivientes, para tratar de difundir sus resignados lamentos, casi inaudibles y que su sacrificio no sea inútil; en suma, uno está allí para una obligación muy concreta: ayudar a evitar que la historia se repita, procurar convencer al hombre de que el prójimo no ha sido puesto a su lado para transformarle un día en humo o en jabón.

Y es que incluso en espíritus nada partidarios de las nuevas maneras propias ya del incipiente turismo de masas (como lo es el de Miguel Delibes), hallamos una firme defensa del viaje por lo que éste tiene de enriquecimiento físico y material, ya que proporciona placer y reposo, rompe la monotonía cotidiana, ofrece emociones y sensaciones y "varía el curso de las ideas", como escribía Bécquer. Es una valoración que no mengua pese al desarrollo que el fenómeno alcanza con el tiempo. Cien años más tarde, todavía Miguel Delibes afirmaba que "si aspiramos seriamente a un entendimiento, a una compresnión universal, tal meta no la conseguirán los prohombres en sus latosas conferencias internacionales, sino nosotros, los hombres sencillos, tras un recíproco conocimiento libre de prejuicios. Bienvenido sea, pues, el turismo y todo aquello que coopere a fomentarle, a orientar sus pasos de ciego".

Y un último apunte:
En 1955, cuando Miguel Delibes salía a descubrir América, suscribía una actitud que convendrá recordar a los viajeros:

Las ideas previas, como ideas de segunda mano que son, reportan una oscura rémora para el viajero. Un viaje exige una mirada virgen, una conciencia sin deformar. [...] Quien viaja con la presunción de estar de vuelta de todo es un observador frustrado; se precisan ojos de palurdo para sacarle a un viaje un rendimiento.

P.S. En homenaje a Delibes, estos días viajé con ojos de palurda.
Si puedo, os lo iré contando (I promise, I hope).