Castillo de montezuma

Por Orlando Tunnermann

Salimos hacia Arizona en pos del desierto desalmado. Nuestro guía, experto en chismes hueros y locuaz como pocos, ameniza la travesía con chascarrillo de comadreo. Pero de todo se aprende. En Arizona, por ejemplo, es útil saber que uno puede portar entre sus enseres personales un revolver, vamos, una pistola de esas que disparan y matan a la gente…, pero eso sí, siempre y cuando sea visible.
En California, consumir alcohol en la calle es una acción reprobada y punible con arresto incluido en toda regla.
El paisaje que me acompaña es una comparsa desértica de colinas bajas y pardas, sin una sola sombra benevolente bajo la cual ampararse del calor justiciero de Phoenix.
Retorno a los chismes, pues el paisaje no da tregua al tedio. Comienzo a escuchar historias sobre los navajos, y cómo el gobierno americano “parcheó” los despropósitos y tropelías cometidas contra ellos en el pasado, dotándolos de toda suerte de prebendas para así acallar mínimamente la voz de la conciencia y la vergüenza.
Me resulta rocambolesca, por ejemplo, la crónica de esencia militar que narra los avatares afrentosos vividos por los navajos en la segunda guerra mundial. Como su lengua era tan abstrusa, el gobierno norteamericano decidió reclutarlos para que en el caso de que cayeran prisioneros de los japoneses, éstos no pudieran obtener ninguna información. Pero la cosa va mucho más allá, por supuesto…
De hecho, no todo queda en un mero “juego del despiste y confusión”. Los soldados norteamericanos tenían claras instrucciones de matarlos, si se daba la sazón, antes de que los japoneses pudieran aprender la lengua de los navajos.
Por fin permuta el panorama. Surgen de la nada los primeros cactus sobre un perímetro pardo y rojizo con salpicaduras de vegetación rala. Las carreteras aquí tienen una tendencia a la rectitud casi impenitente. Es tan inhóspito el desierto que la razón se niega a creer en la posibilidad de vida inteligente en derredor.
Si bien el tráfico es varios grados por encima de ínfimo, a veces ves como “machacan” el asfalto enormes camiones de mercancías, que son como coloridos dragones sobre ruedas. Reconozco en el paisaje clásicos fotogramas y escenarios de películas del “far west”. Acaso desmiembra esta impresión la afluencia de los molinos eólicos. Hay un tipo de cactus que se me han enquistado en la retina. Son orondos, espinosos, ancianos, robustos: son los saguaros; los cactus más célebres y emblemáticos de Norteamérica.SAGUARO
Éstos y todos sus congéneres se desvanecen fantasmales cuando se sobrepasa la altitud de los 1000 metros.
Estoy entrando en Verde Valle para visitar un castillo sin monarcas ni atalayas ni torre de homenaje: Castillo de Montezuma (1200).CASTILLO DE MONTEZUMA A MI ESPALDA

Era este lugar morada de los indios Sinagua. Se cree que escogieron este enclave por su proximidad con los más esenciales recursos naturales. La mirada recoge de un vistazo rocas horadadas a modo de hogares de piedra. Son 5 niveles y 45 viviendas que daban cobijo a clanes familiares que subsistían de lo que cazaban y cultivaban. Sus descubridores dieron en llamarlo Castillo de Montezuma porque su estilo de construcción les parecía fiel a los diseños aztecas.MAQUETA RECREACIÓN DEL CASTILLO DE MONTEZUMA