Publicado por Miguel Ángel García Guinea 04 enero 1977
Santander, nuestra provincia, no es precisamente una tierra de abundantes castillos. Por ello mismo, porque no conservamos ni tantos ni tan espléndidos ejemplares como tienen otras regiones, deberíamos de tratar con mimo, casi con veneración, los pocos que nos quedan, que, desgraciadamente, se nos aparecen en casi una total y abandonada ruina. Considero muy difícil que Palencia, Burgos, Valladolid y otras provincias castellanas y andaluzas puedan dar abasto en la restauración de sus castillos, verdaderas moles de piedra que se alzan por doquier y cuya conservación, dado su número, resulta poco menos que imposible, de no tener un presupuesto cuantioso para su defensa. Pero éste no es nuestro caso. Nosotros podemos contar con los dedos de una mano los castillos que dan testimonio de un pasado, no sé si heroico (porque este adjetivo está perdiendo vigencia) pero sí, al menos, respetable, que nos habla, en su silencio de piedra y yedra, de vidas y aconteceres que fueron creando y preparando los nuestros. Olvidar el pasado, despreciar con nuestra indiferencia estos muros envejecidos, dice muy poco de una sensibilidad a que nos obliga ya, a estas alturas, la cultura. Porque al dejar caer sus piedras, al permanecer impávidos e indolentes ante el hecho de su ruina, estamos manifestando públicamente, ante los de dentro y los de fuera, nuestra desestimación, despego y desgana hacia el cumplimiento de un deber que el pasado nos exige. Un pueblo consciente de sus raíces, ahora que presumimos tanto de regionalistas, mima, cuida y valora aquello que le es consustancial, aquello que le demuestra que tiene un hondón de gesta, de epopeya, o de simple exigencia natural de pervivencia. Gusto da ver cómo otros pueblos, otras naciones, apoyan la fuerza del hoy con el respeto adoracional del ayer; cómo cuidan los vestigios de su historia y reconocen así el valor que para el presente aún tiene el recuerdo del pasado. Otra cosa, para quien habla y discurre como ser civilizado, resulta ya absolutamente inadmisible. Aquí, pues, en este aspecto, en la defensa de nuestra tradición y nuestra raigambre, es donde se demuestra verdaderamente que somos un pueblo consciente de nuestro pasado, y no en las memeces de una demagogia circunstancial, que inventa lo que no existe y habla de lo que, por ignorancia, ni siquiera conoce. Porque si yo preguntase a muchos cántabros de banderines dónde están, en la provincia, los castillos que abaten sus muros y defensas por la desidia, estoy seguro que, siendo tan pocos, ni siquiera dos de ellos conocen. Pues bien, les voy a enumerar, de momento, los cinco más representativos para que en sus programas futuros, les presenten como algo que está ahí, pidiendo amparo y protección por ser refrendo vivo de nuestra historia. El pueblecillo de Argüeso, en Campoo de Suso, conserva el armazón, el esqueleto, de un castillo que, vigía impertérrito del paisaje, se mantiene por milagro de su fuerza, más que por cuidados de la sociedad. Tal vez residencia, durante algún tiempo, de Don Iñigo López de Mendoza, el poeta de las “serranillas”, perteneció a los Marqueses de Argüeso y Duques del Infantado y tiene, por lo tanto, mucha parte de la historia de Castilla y de la Montaña aprisionada, aunque no sea más, en su sombra y en su ambiente.
San Vicente de la Barquera, guarda todavía las líneas amuralladas y los restos de su castillo roquero, cuyos orígenes se atribuyen nada menos que al intento militar del rey Alfonso III. Las dos torres primitivas ya desaparecieron. Los Reyes Católicos lo repararon, pero hoy apenas si llega a distinguirse una de las fortalezas más representativas de nuestra historia medieval, cuya armadura principal parece posible situarla en el siglo XII-XIII. En Castro Urdiales, sobre el promontorio rocoso donde se alza la bella iglesia gótica, permanece el alzado de un castillo construido posiblemente por el rey Alfonso VIII, el de las Navas. Quizás sea el mejor conservado, y todavía útil como refugio de un faro moderno, aunque requiere reparaciones que le devuelvan el aspecto que tuvo. En Valderredible, en el pueblecillo de Ruerrero, se mantiene, herida y derrumbada en parte, la torre del homenaje de otro viejo castillo al que nadie intenta detener su ya avanzada ruina. El castillo de Agüero es más bien un aristocrático palacete, muy restaurado, que al menos tiene la ventaja de dar la sensación de que se le ha atendido y respetado. Una política de reconstrucción y atención hacia estos pocos restos militares (para otro día dejaremos la mención de las torres-viviendas medievales) parece que es imprescindible. Son pocos, y el dispendio que haya que hacer para su mantenimiento no parece exagerado. Demostremos así, más que con folletos de absurda propaganda, que de verdad sentimos el orgullo de nuestros orígenes. Lo demás es papel mojado(62).
(62) Nota actual: Ha habido bastante suerte, pues llegado este año 2011, ya han sido restaurados casi todos a los que hicimos referencia en 1977. El de Argüeso, su restauración fue dirigida por mi buen amigo Manuel Carrión, aparejador de la Diputación, y hoy ya es utilizado con fines culturales. Igualmente el de San Vicente de la Barquera ha sido salvado de su segura destrucción, también con proyecto de Carrión. Y el de Castro Urdiales también ha sido atendido. Sólo el torreón de Ruerrero, dada su avanzadísima ruina, está como le vimos hace cuarenta años, y tal vez lo único que podría hacerse es una labor de conservar la ruina para que no se viniese abajo.
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