La defensa del puerto de Santander, con sus importantísimos astilleros y sus carreras de Flandes y de Indias, militarmente tenía dos puntos débiles: la ensenada de San Pedro del Mar (La Maruca) y el abra del Sardinero. Visto que la defensa artillera convertía en una operación suicida cualquier intento de penetración en la bahía, la alternativa de una maniobra de flanqueo se revelaba obvia, tanto para los atacantes como para los defensores. Con este fin, se amplío en el siglo XVIII el cordón artillero por el noreste de la península de Santander. Junto a una serie de fortines a pie de playa en El Sardinero y el reducto de Cabo Menor, el siguiente hito defensivo lo constituían San Pedro del Mar y la isla de la Virgen del Mar.
Guerra de los 30 años, Guerra de Sucesión española, guerras napoleónicas…, en una Europa convulsionada durante siglos, las fortificaciones santanderinas «engordaban» con cada nuevo conflicto.
José Luis Casado Soto, data la primera fortificación de la era artillera en 1574, cuando se construyó el fortín de San Salvador de Hano en lo alto de un promontorio ya desaparecido y que ocupa ahora el Palacio de la La Magdalena y su entorno. Le siguió en el tiempo la batería del promontorio de San Martín, construida en torno a una ermita y cuyo diseño fue obra de uno de los ingenieros militares más prolíficos e importantes de Felipe II, Cristóbal de las Rozas. A partir de ahí, se sucedió un largo rosario de baluartes.
Los siguientes episodios los marcó la Guerra de los 30 años (s. XVII) con la batería que se instaló a los pies del Castillo del Rey en torno a 1620 y por el gran esfuerzo fortificador, en los epígonos del conflicto, dada la alarma generada por el gran asalto y saqueo de Santoña y Laredo por la flota francesa en 1639. En Santander, se construyó la importante batería de Santa Cruz de La Cerda (donde ahora se levanta el faro) y la primera batería de San Pedro del Mar, con fosos y parapetos.
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