Todos parecen sobrepasados por las reacciones porque, a menos de una semana de la presunta consulta, ni los soberanistas que mantienen este pulso creían que el Estado respondería con tanto rigor para mantener la legalidad, ni el Estado esperaba que los soberanistas llegaran tan lejos en su desobediencia a la ley. Tanto es así que el Gobierno estudia, llegados a este extremo, suspender la Generalitat y también, incluso, a la Cámara Baja catalana si finalmente deciden, con o sin referéndum, proclamar la independencia de Cataluña. La terca actitud del Gobierno regional es manifiesta y parece encaminada a llegar hasta la sedición en su pulso al Estado. Sin que lo ampare la historia, ni las leyes ni, por supuesto, ningún derecho democrático (el primer derecho democrático es el respeto a las leyes con las que la democracia se dota), los secesionistas apuestan el todo o nada a un envite definitivo por la independencia de Cataluña.
El caso es que esta situación ya la había advertido hace tiempo Manuel Azaña, el último presidente de la II República española, al principio defensor de los deseos catalanes por su autogobierno, pero profundamente defraudado después por las deslealtades de éstos tras conseguir el Estatuto de Nuria. Como si fuera testigo de lo que hoy sucede, Azaña no dudó en acusar a la Generalitat de irredenta por actuar “en franca rebelión e insubordinación, y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado, será o porque no las tiene o por falta de decisión, o por ambas cosas, pero no por falta de ganas”. Son palabras pronunciadas en 1934 que parecen describir la realidad actual.
De aquel Estatuto hasta el actual ya sabemos lo que pasó: sufrió los avatares de la República, al ser suspendido por el gobierno de Lerroux-Gil Robles y vuelto a poner en vigencia por el del Frente Popular. La dictadura de Franco lo derogó finalmente y la restauración de la democracia, al resolver el problema territorial mediante el Estado de las Autonomías, posibilitó la elaboración de uno nuevo, el actual Estatuto, que, otra vez, es orillado por los que desean la independencia, contraviniendo las leyes y sin más argumentos que un inexistente “derecho a decidir” que los independentistas no reconocen a cuantos hasta la fecha han “decidido” en las urnas el estatus quo actual.
Seguimos, pues, comportándonos, en este y en tantos otros problemas, como Manuel Azaña retrataba con su perspicaz elocuencia: “Al español le gusta tener libertad de decir y pensar lo que se le antoja, pero tolera difícilmente que otro español goce de la misma libertad, y piense y diga lo contrario de lo que él opinaba”.
Y todo esto lo dijo el último presidente de la República española un 18 de julio de 1938 desde el Ayuntamiento de Barcelona, donde aseguró, como si fuera clarividente: “A pesar de todo lo que se hace para destruirla, España subsiste”. Y subsistirá, cabría subrayar hoy ante las vicisitudes del conflicto catalán, un conflicto supuestamente generado por la libertad y la democracia. Pero olvidamos que "la libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; les hace, sencillamente, hombres." ¿Reconocen al autor de la sentencia?